Londres, (EFE).- Un 45 por ciento de las 280 mil personas que sobrevivieron a las radiaciones de las bombas atómicas arrojadas por la aviación estadounidense sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki al final de la Segunda Guerra Mundial continúan vivas, según un nuevo estudio.
Los supervivientes de aquellos sucesos son objeto actualmente del estudio científico de mayor envergadura llevado a cabo hasta ahora sobre los efectos a largo plazo de la exposición a las mismas, informa la revista "New Scientist".
Un estudio publicado la pasada primavera por la Fundación para las Investigaciones de los Efectos de las Radiaciones, con sede en Japón, indicaba que no hay por el momento respuestas claras a qué efectos biológicos han causado tales radiaciones.
Un equipo de 150 investigadores que han trabajado en las dos ciudades japonesas afectadas, con financiación de los gobiernos de Washington y Tokio, han seguido de cerca la salud de los supervivientes y sus hijos desde los años cincuenta.
Los primeros síntomas, descritos en la revista médica británica "The Lancet" ya en 1946, fueron anorexia, náusea y vómitos, seguidos de la insuficiente capacidad de la médula ósea para producir células sanguíneas y eventualmente la muerte.
La exposición a las radiaciones incrementó el riesgo a desarrollar tumores cancerosos en el estómago, el colon, los pulmones, las mamas y otras partes del cuerpo.
Los estudios efectuados indican asimismo que los niños aún no nacidos en el momento de ocurrir las explosiones alcanzarían menor tamaño y resultarían menos inteligentes que los no expuestos a las radiaciones.
Más de 150 mil personas se calcula que murieron cuando las dos primeras bombas atómicas, bautizadas por los norteamericanos como "Little Boy" y "Fat Man", cayeron sobre las dos ciudades japonesas el 6 de agosto de 1945.
Sin embargo, en torno a un 45 por ciento de las 280.000 personas que sobrevivieron a las explosiones siguen con vida, según "New Scientist".
Aunque se cree que la leucemia es una de las principales secuelas de las radiaciones atómicas, las últimas investigaciones parecen indicar que sólo un pequeño segmento de la población de ambas ciudades, especialmente vulnerable, corrió el riesgo de desarrollar esa enfermedad.
También se han planteado dudas sobre si la exposición aumentó además el riesgo de enfermedades crónicas distintas del cáncer como las hepáticas.
Por otro lado, no se ha confirmado la hipótesis según la cual las anomalías genéticas de las personas afectadas por las radiaciones se transmiten a sus descendientes.
El estudio de 22.000 niños, la mitad de los cuales tuvo a alguno de sus progenitores dentro de un radio de dos kilómetros del lugar donde impactó cada una de las dos bombas, no muestra índices excesivamente elevados de esas anomalías.
Tampoco se han encontrado pruebas de "mutaciones relacionadas con las radiaciones", según la revista, que reconoce que es, sin embargo, demasiado pronto para obtener conclusiones definitivas.
La edad media de muchas de las personas cuya evolución se ha seguido a lo largo de la posguerra es de 48 años, edad a la que no es normal que se presente aún el cáncer.