¡Ayyoyano! Dijo mi maestro Germán y se largó dejándonos su parte proporcional de la contaminación que provocan los desvergonzados mitómanos suspirantes a 2006. Si al hueco que deja mi maestro le sumamos el de los miles de ciudadanos que aprovechando la temporada vacacional han abandonado esta capital, la dosis de desfiguros que nos toca a los que nos quedamos alcanza niveles casi letales, por lo que decidí que ¡ayyotampoco! y me fui con mi Querubín al mar, donde la vida es más sabrosa y mucho más si mi tía Rica Macpata nos permite instalarnos en su maravilloso penthouse acapulqueño, en el que las olas se meten por los ojos y su constante arrullo resulta una excelente terapia para nuestras saturadas almas.
En la capital quedaron los suspirantes, derrochando en sus obsesiones presidenciales el dinero tuyo y mío querido lector. (Desde aquí les deseo que no gane ninguno y que se vayan mucho...).
Para redondear la sabrosura de esta escapada, la televisión en este penthouse es tan sofisticada que ni siquiera logramos encenderla por lo que después de tantos años de catatonia, mi Querubín ha recuperado la lucidez, me ha reconocido por fin y ¿me creerán que hasta besucón se ha vuelto?
Pero ya sabemos que no existe la felicidad completa y para contaminar el ambiente, tenemos aquí a los prófugos de la escuela con sus padres y sus madres haciendo hasta lo imposible por tenerlos contentos.
-¡Mira mami, ya sé hacer la bomba!- Grita un gordito y antes que pueda protegerme ya me ha empapado con todo y el libro que estoy leyendo mientras la mami goza como loca con las proezas de su chiquitín.
Corren, gritan y alborotan en todas partes sin que las nanas uniformadas y jetonas (yo también lo estaría si estuviera en Acapulco cuidando chiquillos ajenos) puedan evitarlo.
Los papis tampoco lucen tan contentos. Después de unos días en contacto directo con sus retoños empiezan a añorar la oficina, las comidas de negocios y por supuesto a su secretaria, esa chica tan mona y eficiente que les vela el pensamiento.
La intensidad de los niños agota rápidamente a los hombres y sin embargo, el papi que lee el periódico en una tumbona cerca de la mía, en cuanto aparece la niña de sus ojos, tan jodolescente, tan consentida ella, papi recibe de buena gana la queja: te lo dije paaa, ya en Acapulco sólo vacacionan los nacos, yo quería ir a Playa del Carmen... Menos mal que mami certera como siempre, la pone en su lugar: -entiende de una vez que no tenemos porqué ir a donde va tu noviecito. Y yo como quien no quiere la cosa añado: ¡muchachita sangrona!
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