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MÓNACO, MÓNACO.- Con el cadáver de su padre, el príncipe Rainiero, todavía en la capilla funeraria que se instaló en el palacio real, la princesa Carolina pasa por otro drama.
El lunes pasado (dos días antes de la muerte de Rainiero) tuvo que acompañar a su marido, Ernesto de Hannover, al hospital Princess Grace de Mónaco, para que fuera atendido de una pancreatitis aguda.
“Está muy mal”, comentó ese día uno de los más cercanos colaboradores del príncipe alemán, a la publicación europea Neue Revue, y añadió que su estado era serio y despertaba preocupación. La princesa Carolina permanecía a su lado.
Si bien el jueves se anunció que en realidad el estado de Ernesto Augusto de Hannover no era tan delicado como se creía, el viernes el parte médico firmado por cuatro especialistas indicaba que él está bajo vigilancia continua; “su estado de salud es grave y requiere una atención médica permanente”.
Horas después llegó otra versión todavía más alarmante; la agencia de noticias Reuters reprodujo lo dicho por una fuente cercana a palacio: “No está muerto, pero está en un coma profundo”.
Ayer también, Bernard Brasi, el arzobispo de Mónaco, dirigió un breve mensaje respecto de la salud del príncipe, frente a la catedral de la ciudad. Dijo que el pueblo está consternado, que se trata de “otra prueba del destino para la familia monegasca” y que rezaría por la salud del esposo de Carolina.
Entre los habitantes del diminuto país, el precario estado de salud del marido de la princesa Carolina ha revivido algunos mitos. Entre ellos el que se refiere, sin precisarse el origen, a la maldición de que alrededor de los siete siglos de Gobierno de la dinastía Grimaldi a la que pertenecen Rainiero y sus hijos Alberto, Carolina y Estefanía -que ya se cumplieron- en esa familia no habría matrimonios largos y exitosos.
Otros hablan de la maldición de una gitana.
CADENA DE DESDICHAS
Con Mónaco de luto por el fallecimiento el miércoles pasado de Rainiero III, en estos momentos Carolina parece la más vulnerable de los tres hijos del hombre que llevó a su país a la cúspide del lujo y el glamour.
En la vida sentimental de ella no cabría la típica frase con que terminan los cuentos de príncipes y princesas: “Y vivieron felices para siempre”. A los 22 años, y ante la consternación de sus padres, Carolina contrajo su primer matrimonio con un francés cazafortunas y aventurero, aunque muy atractivo: Phillipe Junot, sin ocupación fija conocida. No tardó en sobrevenir el divorcio.
Luego de una breve relación con Robertino Rossellini (hijo de un muy afamado cineasta italiano) y con el tenista argentino Guillermo Vilas, la también llamada “princesa triste” se casó por lo civil en 1983 (con la consiguiente excomunión vaticana) con Stefano Casiraghi, un joven y bien parecido empresario italiano, con quien tuvo tres hijos: Andrea, Carlota y Pierre.
Ese fue un período feliz para Carolina, que recuperó la frescura y el brillo en la mirada.
Pero siete años más tarde, Stefano moría en un accidente a la vista de su esposa, cuando participaba en una competencia de catamaranes. El golpe fue demoledor y Carolina se refugió en la Provenza francesa, lejos de la vida mundana.
Por ese tiempo, la angustia le hizo perder el cabello, y durante meses se cubrió la cabeza con pañoletas y sombreros. Se le veía muy delgada y demacrada.
Pasó el tiempo. Y luego de un romance muy atormentado y difícil con el actor Vincent Lindon, se reencontró con Ernesto de Hannover, quien se había casado en 1981 con una buena amiga de la propia Carolina: Chantal Hochuli, la madre de los dos hijos mayores del príncipe alemán: Ernesto Augusto, hoy de 20 años, y Christian, de 18.
Ernesto no tardó en divorciarse, para unirse por lo civil con Carolina (ya embarazada de Alexandra, la hija de ambos) el 23 de enero de 1999. La niña nació ese mismo año.
