El Pontífice refuta la idea de que una vida de virtud es "aburrida", al conmemorar el décimo cuarto aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II.
Ciudad del Vaticano, (EFE) - El papa Benedicto XVI bendijo hoy la llama olímpica de los Juegos de Invierno Turín 2006, que comenzó en esta jornada en Roma su recorrido camino de la ciudad italiana, y resaltó los valores de paz y hermandad que están en la base de las Olimpiadas.
"Estoy muy feliz por bendecir la llama olímpica que desde hoy recorre Roma en su camino hacia Turín, sede de los próximos Juegos Olímpicos de Invierno. Que pueda esta llama recordar a todos los valores de paz y de hermandad que están en la base de las Olimpiadas", dijo el Papa tras bendecir la antorcha.
La antorcha fue portada en la plaza de San Pedro del Vaticano por un Guardia Suiza, Anton Kappler, y un agente de la Gendarmería Vaticana, Luca de Leo, los dos cuerpos de seguridad del pequeño estado vaticano.
La vida de virtud no es aburrida
El papa Benedicto XVI declaró que es equivocada la idea de que una vida de virtud es "aburrida", al conmemorar el décimo cuarto aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II, que modernizó la Iglesia Católica.
Entre aquéllos que se entusiasmaron por participar en concilio de 1962-1965, pero que después criticaron si acaso su legado había sido interpretado muy a la ligera por los clérigos liberales fue el joven teólogo alemán Joseph Ratzinger, actualmente el papa Benedicto.
Elogió a sus predecesores en el papado por guiar a la Iglesia "en la ruta por la renovación del concilio auténtico, trabajando incesantemente por la interpretación de la fe y la implementación" del concilio.
Durante una solemne ceremonia de aniversario realizada en la Basílica de San Pedro, Benedicto habló en su homilía sobre el uso de la libertad y su relación con lo diabólico.
Benedicto habló sobre el concepto de una vida con Dios y la sospecha que tienen algunas personas de que aquél "que no comete pecado es básicamente una persona aburrida, que le falta algo en su vida, la dramática dimensión de ser autónomo, que la libertad de decir 'no' pertenece a los verdaderos seres humanos".
El Concilio Vaticano II, con su exhortación a la modernización, fue un punto de cambio para la Iglesia. Las reformas permitieron que la Misa se realizara en los idiomas de cada país además del latín, con canciones folklóricas y guitarras, y que los sacerdotes en el altar oficien la ceremonia de frente a los feligreses y no de espaldas.
Asimismo instó a que se salven las diferencias entre los católicos y otros cristianos, deplora el antisemitismo y repudia la acusación de que los judíos mataron a Cristo.
Algunos consideran que las reformas del concilio fueron excedidas, especialmente por los clérigos que adoptaron la corriente de la Teología de la Liberación, que combinó las sagradas enseñanzas con la lucha por la justicia social, en particular en América Latina.
Bajo el papa Juan Pablo II, Ratzinger se convirtió en el guardián de la doctrina ortodoxa del Vaticano y emprendió una enérgica campaña contra la Teología de la Liberación y contra los teólogos y clérigos considerados demasiado liberales en interpretar el legado del concilio.