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Benedicto XVI

Juan de la Borbolla R.

San Benito de Nursia: Benedicto en latín; fundó doce monasterios entre otros Montecasino en su natal Italia. Allí redactó, hacia el año 540, las Reglas de la orden benedictina que establecen la humildad, la abnegación y la obediencia como ejes fundamentales de la vida del monje, así como la famosa conjunción del Ora et Labora: Reza y trabaja que en muchos sentidos creó un estilo de vida del que se nutrió toda Europa, por lo que este doctor de la Iglesia ha sido también considerado junto a Cirilo y Metodio los grandes promotores de la evangelización de Europa y por ende los padres espirituales del concepto europeo.

El nombre mismo adoptado por el recién electo Papa Benedicto XVI ya nos ubica en una de sus prioridades de su programa pontifical: la recristianización de una Europa donde la crisis de la fe ha conducido a la crisis de valores que hoy día existe en ese continente, otrora el principal impulsor de la evangelización para el resto del mundo.

El cardenal Joseph Ratzinger al momento de presidir la Santa Misa inaugural del Cónclave en el cual él resultó electo Papa, invitaba al pueblo católico a asumir con entusiasmo una etapa adulta en la fe, a través de tomarse muy en serio la formación doctrinal necesaria para que no sólo nos digamos católicos sino que lo seamos en verdad.

En la homilía pronunciada en ocasión a esa Misa Pro eligendo Papa, consideraba el que unas horas después sería elegido como nuevo sucesor de Pedro: “Cuántos vientos de doctrina hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántas modas del pensamiento... La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos con frecuencia ha quedado agitada por las olas, zarandeada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinismo; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice San Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir en el error (Cf. Efesios 4, 14). Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es etiquetado con frecuencia como fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, el dejarse llevar “zarandear por cualquier viento de doctrina”, parece ser la única actitud que está de moda. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas”.

Benedicto XVI en muchos sentidos será un Papa mártir: Le auguro un enorme criticismo de muchos sectores de la sociedad contemporánea que considerarán integristas sus firmes posiciones basadas en la fe y en su preclaro pensamiento filosófico y humanístico. Para él hubiera sido quizá más fácil haber declinado esta encomienda que le establecen no sus hermanos cardenales, sino la Providencia divina, incluso se sabe que había presentado su renuncia al cumplir los 75 años para dedicarse a la oración intensa.

Sin embargo su programa será la catequesis viva para que los católicos asumamos nuestra religión adultamente, sin vacilaciones, sin miedos.

PANORAMA PARA

el nuevo papa

Mucho se especuló aún en vida de Juan Pablo II acerca del panorama tan difícil que se le presentaría a su sucesor.

Yo creo que para cualquier sucesor de Pedro, e incluyendo al pescador de Galilea, el convertirse en el vicario de Cristo en la Tierra constituye un reto inabarcable con las propias fuerzas y sólo superable gracias al auxilio directo del Espíritu Santo.

Cada sumo pontífice en la historia de la Iglesia ha tenido que afrontar retos inenarrables, aunque de diferente tipo y dimensión, según la época.

Para muchos contemporáneos, llevados simplemente por una opinión muy fincada en los criterios mediáticos imperantes, el principal problema que enfrentará Benedicto XVI será poder sortear la comparación que el público en general hará en relación con su carisma y personalidad respecto de la irradiada por Juan Pablo II.

Eso es un simplismo superficial, puesto que a fin de cuentas ni el Papa tiene que ser un campeón de las listas de popularidad humana, ni por supuesto debiera establecerse un criterio comparativo entre las personalidades de un individuo respecto de otro, así sean ambos Pontífices máximos de la Iglesia Católica.

Realmente el mayor reto que enfrenta el nuevo Papa, y que nadie mejor que Joseph Ratzinger lo podría haber desempeñado, es el de ser ese faro que ilumine con su fe, con su piedad, con su profundo amor a Dios y a sus criaturas y con su notable sabiduría humana, el camino de tantos millones de personas que hoy en día nos encontramos envueltos en un ambiente de penumbras en virtud del relativismo moral que nos jactamos en vivir, basado en ese subjetivismo del todo es válido mientras no afecte derechos de tercero, con la obligación adicional de que los demás respeten ese subjetivismo relativista amoral, sin condenarlo o emitir opiniones objetivas en su contra, puesto que de no hacerlo se convierten en intolerantes, reaccionarios y oscurantistas.

La impresionante reacción mundial ante la muerte de Juan Pablo II nos viene a demostrar que en el fondo, la persona sigue necesitando y apreciando esa luz nítida proveniente de faros excelentes como el que procuró ser el Papa anterior, aun a pesar de que sufriera en vida tantas críticas por su supuesto conservadurismo en lo moral.

Efectivamente cuando alguien desprecia en sus acciones la moral objetiva, considera a quién de palabra y sobre todo con el ejemplo, viene a referir que esa conducta contraria a la naturaleza misma de las cosas y avalada por los diez mandamientos: es el ser más retrógrada e intolerante y que su posición debe ser ridiculizada ante la opinión pública por anacrónica, moralista y fuera de tiempo y lugar.

Sin embargo lo que rápidamente pasa de tiempo y lugar es esa moda inmoral o amoral que trató de ser impuesta en contra de las enseñanzas y los ejemplos de quienes se buscan comportar de acuerdo a la recta razón y la ley natural, elementos que son perennes y que por lo mismo Benedicto XVI seguirá predicando con toda vehemencia.

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