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Benedicto XVI

Sergio Sarmiento

“Sólo soy un humilde trabajador en la viña del Señor.”

Benedicto XVI

De nada sirvió el tantas veces repetido dicho de que quien entra Papa al cónclave sale cardenal. Joseph Ratzinger, quien durante 24 años fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, entró como claro favorito al Cónclave de esta semana. Pero apenas un día y medio después salió como Papa de la Iglesia Católica Apostólica Romana.

Apenas ayer ofrecí en esta columna una semblanza de Ratzinger. Ante la idea de que los favoritos nunca son seleccionados para el máximo puesto de la Iglesia, aduje la experiencia de la elección de Eugenio Pacelli como Pío XII en 1939. No era por lo tanto ocioso dedicar mi artículo de ayer al “favorito”.

Ahora bien, los mensajes de la elección de Ratzinger como el papa número 265 de la línea de san Pedro son evidentes. Los cardenales optaron por un teólogo estricto a quien el propio papa Juan Pablo II ofreció frecuentes muestras de afecto y que convirtió en colaborador de muchos de los documentos distintivos de su pontificado. Eligieron también a un cardenal que el pasado 16 de abril cumplió 78 años de edad y de quien es lógico esperar un pontificado corto.

Fue tan importante el papel del cardenal Ratzinger como baluarte teológico e ideológico de Juan Pablo II que sería absurdo esperar grandes cambios en la dirección de la Iglesia bajo su pontificado. Desde la Congregación para la Doctrina de la Fe, que no es otra cosa que el Santo Oficio o Inquisición bajo el nuevo nombre que obtuvo después del Concilio Vaticano II, Ratzinger tuvo un relevante papel en las grandes definiciones del pontificado del papa Wojtyla. Él participó, sin duda, en la decisión de pedir disculpas públicas por los pecados que la Iglesia cometió en nombre de la religión en contra de judíos, mujeres y científicos como Galileo, pero también en el cierre de las puertas de la Iglesia a la ordenación de mujeres, a la aplicación de métodos anticonceptivos o al fin del celibato de los sacerdotes.

Como lo mencionaba en mi artículo de ayer, Ratzinger adquirió fama de liberal durante el Concilio Vaticano II de la década de 1960 por su apoyo a medidas que modernizaban la liturgia y acercaban al sacerdote a los fieles. De hecho, en ese mismo decenio fue colega en la Universidad de Tubingia y colaborador de Hans Küng, el teólogo alemán que fue uno de los críticos más sonados de Juan Pablo II. La reputación de conservador de Ratzinger es mucho más reciente. Pero no estoy seguro de si es producto de un cambio de actitud o más bien de un deseo de preservar principios de moral y teología que no estaban a discusión en el Concilio Vaticano II.

No hay duda que la elevación de Ratzinger a la silla de san Pedro es una ratificación de las posiciones conservadoras en los temas que más discusión han provocado fuera de la Iglesia Católica. La posibilidad de que un cardenal que defendiera posiciones más reformistas pudiera encabezar a esta Iglesia ha quedado eliminada de inmediato. Quizá esto sea natural. Después de todo, los electores han sido todos hombres, la mayoría de más de 65 años de edad, a quienes la posibilidad de reforma se les antoja extraña y peligrosa.

Tarde o temprano, sin embargo, el Papa Benedicto, como el agudo teólogo que siempre ha sido, tendrá que considerar su legado para la Iglesia Católica. Y lo lógico sería que, antes de simplemente ratificar los usos y costumbres de una institución milenaria, considerara la posibilidad de recuperar las enseñanzas y la palabra de Jesús.

Quizá encontraría que el Nazareno, quien escogió a 11 hombres casados entre sus 12 apóstoles y nunca pronunció palabra alguna sobre el celibato, no tenía en realidad ninguna objeción al sacerdocio de los casados. Tal vez se daría cuenta de que Jesús nunca despreció a las mujeres y que fueron éstas, entre sus seguidores, quienes no le dieron la espalda y se mantuvieron fieles hasta el último momento, hasta el pie de la cruz, incluso cuando los hombres entre los discípulos lo negaron -como lo hizo Pedro tres veces- o se escondieron del peligro.

El pontificado de Benedicto XVI podría asombrar a muchos que de manera automática tildaron de conservador al cardenal Ratzinger. Después de todo, este teólogo brillante que en el Concilio Vaticano II ganó fama de reformador, podría decidir hoy que es más importante recuperar la palabra de Jesús que preservar los usos y costumbres acumulados por la Iglesia en dos milenios de historia.

MUJERES

Sólo hay un requisito para ser electo Papa. No importa que uno sea musulmán, budista o protestante; tampoco es necesario ser cardenal, obispo o siquiera sacerdote. La tradición de elegir a un cardenal es sólo una costumbre. El único requisito real es ser varón. Sólo las mujeres están explícitamente excluidas de la sucesión de san Pedro.

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sergiosarmiento@todito.com

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