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¡Booong...! (Aniversario que suena a hueco)

Francisco José Amparán

¿Queda algo qué decir acerca de la supuesta Revolución Mexicana? Es decir, ¿algo inteligente? Lo que sea de cada quien, el aniversario de este domingo pone a prueba al más plantado comentarista, dado que durante casi un siglo se han repetido hasta la náusea montones de lugares comunes… los que, algo me dice, tienen cada vez menos credibilidad entre una población mayoritariamente nacida durante los últimos treinta años. O sea, para la que el fenómeno revolucionario, si acaso lo toman en cuenta, es algo muy remoto, que se pierde en las tinieblas de la historia. Como el descubrimiento de América, o el último campeonato del Atlas.

(Por cierto: hoy se cumplen treinta años que murió, por la G. de Dios, como decían las monedas de cinco pesetas, Francisco Franco Bahamonde. Dos de cada tres españoles nacieron después de ese hecho; y según encuestas a esa nueva España el Caudillo, la Pasionaria y el Valle de los Caídos no les podrían importar menos… mientras algunos sectores de la clase política española se empeñan en volver a pelear la Guerra Civil, un conflicto que para la mayoría está más muerto y enterrado que Manolete: los problemas de no darse cuenta que el tiempo pasa).

Además, el fervor con que se festejaba el aniversario se ha ido apagando desde hace rato, y no sólo en este sexenio, por razones muy elementales. La primera es el reconocimiento (tácito) de que la mentada Revolución no fue una empresa épica digna de corridos y películas con La Doña, sino una catástrofe económica y demográfica de la que el país tardó una generación en recuperarse: ahí nomás, empezando el siglo XX, destruimos la infraestructura del país, matamos al siete por ciento de la población y nos retrasamos treinta años. Y aparte, lo celebrábamos. ¡Válgame!

La segunda es que el argumento priista de que su añeja permanencia en el poder era una herencia de la Revolución simplemente ya no funcionaba; sobre todo cuando muchas de las instituciones emanadas de aquel movimiento empezaron a caerse a pedazos o a ser desmanteladas, en tanto una población paulatinamente más ilustrada clamaba a gritos (bueno… no tanto) por la modernidad política y económica.

Lo que nos lleva a la tercera causa: era imposible tapar el Sol con un dedo y alegar que la Revolución había sido un éxito: ni había sufragio efectivo, ni se había emancipado al campesino, ni se había logrado la igualdad social, ni el ejido había servido para maldita la cosa. ¿Entonces, qué se festejaba?

Hay una cuarta causa, más bien académica, para el descenso en el fervor popular por la Revolución: el surgimiento en las últimas décadas de estudios y estudiosos que, con números fríos y ojo chícharo, desmontaron muchos de los mitos revolucionarios esenciales: nunca hubo un “pueblo en armas”: en la lucha armada nunca se comprometió más del dos por ciento del país; regiones enteras del mismo ni se enteraron que existía el movimiento. Muchos peones tomaron las armas… para defender al patrón y la hacienda donde trabajaban de las incursiones de bandas de delincuentes, que con el pretexto de la Revolución se volvieron una plaga para la gente decente. Cientos de miles de mexicanos murieron de hambre y enfermedad en esos años aciagos, sin deberla ni temerla, e importándoles un rábano qué bando, facción o presidente estaba haciendo o defendiendo qué cosa. Quién sabe cuántos emigraron a Estados Unidos, la primera gran oleada migratoria de lo que se volvería un torrente constante… gracias al paulatino fracaso de los gobiernos de la Revolución. Y claro, no dejemos de lado que el 95 por ciento de las víctimas de la Revolución pereció cuando Porfirio Díaz ya había caído… acontecimiento que, para mucha gente ingenua, fue la causa y excusa fundamental para tan espantosa sangría. Don Porfirio renunció a los seis meses de estallado el conflicto, precisamente para frenar la destrucción de la obra de su vida; pero la bronca se extendería durante años y años, en los que el pleito no tenía nada qué ver con patriotismo o ideología, sino con quién se aprovechaba del desorden dejado por la caída y exilio del Imprescindible, como hubo quienes tuvieron la desmesura de llamar al oaxaqueño.

Total, que como pasó con tantas otras cosas del Antiguo Régimen, la celebración de la Revolución Mexicana se fue vaciando de significado. Quizá también tuvo algo que ver el hecho que, a fin de cuentas, el siglo no se portó muy benévolo con otras revoluciones que en su momento hicieron muchas olas. La Bolchevique, alguna vez considerada el mayor acontecimiento de la Humanidad desde la invención de la limonada, fue a dar al basurero de la historia junto a la URSS, el Socialismo Real y la tiranía estalinista. La Revolución China está irreconocible, con sus veleidades capitalistas y ansias de hacer dinero… que han arrancado a ese gran país del atraso en que lo habían mantenido las genialidades de Mao. La Cubana sufre de la misma decrepitud que su sempiterno líder, y únicamente los bobos autoengañados de siempre siguen creyéndose la patraña del Primer Territorio Liberado de América. Sobre la Revolución Bolivariana, podrido fruto de la imaginación de un patán con facha y vocabulario de bongosero, no vale la pena ni gastar bits de memoria para comentarla. Digamos que el fracaso de tantos fenómenos revolucionarios debería prevenirnos sobre el uso de la palabreja.

Que además en el caso de México resulta por lo menos cuestionable. Sí, hubo un cambio de régimen. Sí, un orden social fue totalmente dislocado. Pero ¿qué tanto cambió realmente el país? Como decía un eminente historiador: para pasar de don Porfirio a Miguel Alemán, nos podíamos haber ahorrado un millón de muertos. Si el levantamiento había sido para que los votos contaran en las urnas, ¿el PRI se burló de todos esos difuntos durante más de medio siglo? ¿Y qué tenían de revolucionarias las broncas entre Obregón y Villa, entre Carranza y Zapata, entre Obregón y Carranza, entre…? Así que uno diga “¡Qué bruto, qué profundidad ideológica!”, pues como que no.

Quizá lo más impresionante de todo es que, para mucha gente en este país, la Revolución es la épica nacional por excelencia, y los revolucionarios grandes héroes populares que pelearon denodadamente por un país mejor… que en varios sentidos está peor que hace un siglo. Al menos la sociedad porfirista no se hallaba tan polarizada como la actual… 95 años después de la Revolución.

Ciertamente, los “héroes” revolucionarios siempre son puestos bajo una mejor luz de la que se merecen. Zapata sigue siendo exaltado en los discursos oficiales y en la cinematografía como un personaje de alcance nacional, casi casi universal… que nunca salió de Morelos (y el Sanborn’s de los Azulejos), y cuyo mayor logro putativo fue el difunto ejido. Quienes le echan porras a Villa suelen olvidar que el Centauro del Norte pasó la mayor parte de su carrera huyendo a salto de mata, derrotado por Obregón y segregado por un pueblo que le ponía las cruces debido a sus rasgos cada vez más psicópatas y sanguinarios. Obregón fue el modelo del ambicioso implacable, que no se paraba ante nada con tal de salirse con la suya. ¿Calles? Mejor ahí muere… Baste decir que, hace años, tenerlo en los billetes era una absoluta vergüenza nacional.

Por supuesto, dado que el PRI se decía heredero de tales glorias, la maquinaria de propaganda oficial se encargó de saturarnos con loores a aquellos tiempos, hechos y hombres. Pero como que ya estamos grandecitos para que nos cuenten las muelas, y casi un siglo de distancia es suficiente para ver las cosas desde otros puntos de vista.

Como ya he dicho antes, no propongo que se anule la conmemoración: después de todo, un “puente” en Noviembre y otro sorteo mayor de la Benemérita Lotería Nacional nunca caen mal. Pero quizá deberíamos repensar qué ideas les inculcamos a nuestros niños cuando les enseñamos, por enésima vez, que levantarse en armas contra el Gobierno, destruir el país, aniquilar enemigos políticos porque eran de “los malos”, llevar a la muerte a cientos de miles de inocentes, todo eso… es glorioso.

No hay Revolución gloriosa. Ninguna víctima de una sola de ellas lo ha considerado así. Tal debería ser nuestra visión de las cosas.

Consejo no pedido para evitar que Adelita se vaya con otro: lea el clásico “Los de abajo” de Mariano Azuela, sobre la indigencia ideológica de la Revolución; y vea la genial “La Cabeza de Pancho Villa” (1957), alucinante película de Chano Urueta, con buenas historias narradas ya se imaginarán por quién… o qué cosa… ya no sé. Provecho.

Correo:

francisco.amparan@itesm.mx

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