El partido de Schroeder ha sufrido un gran descalabro en nueve elecciones regionales consecutivas, lo cual se ha debido a las reformas sociales del canciller.
Berlín, (EFE).- Las elecciones generales adelantadas que el canciller alemán, Gerhard Schroeder, ha propuesto celebrar el otoño próximo, un año antes de lo previsto, se presentan como un referéndum sobre su modelo de reformas sociales, al que no quiere renunciar pese a su impopularidad.
El descalabro de los socialdemócratas alemanes en nueve elecciones regionales consecutivas -la última el pasado domingo en Renania del Norte Westfalia- se ha debido sobre todo a las reformas sociales del canciller, quien no ha conseguido convencer a la ciudadanía de que estas son inevitables.
El propio Schroeder ha presentado estas elecciones adelantadas como una especie de referéndum sobre su controvertido programa de reestructuración, que él mismo reconoce que no puede seguir adelante sin un amplio respaldo de la sociedad.
Curiosamente, el plan de reformas del gobierno, la denominada Agenda 2010 que entre otras cosas equipara la ayuda social al subsidio del desempleo para los parados crónicos, no difiere sustancialmente de la línea defendida por la oposición conservadora, que aventaja a los socialdemócratas en los sondeos.
El problema es que el electorado del Partido Socialdemócrata (SPD) no acepta que sea un gobierno de izquierdas el que haya impuesto recortes sociales.
Paradójicamente fue Schroeder, tras el inmovilismo en este campo de la era de Helmut Kohl, quien lanzó al principio de su mandato la idea de que había que reformar en profundidad la sociedad para mantener la competitividad y garantizar la red de ayudas sociales en un mundo globalizado y con una población cada vez más mayor.
Tras las reticencias del principio, hoy día prácticamente todo el mundo en Alemania acepta esta idea, pero el electorado y el ala izquierda dentro de la socialdemocracia consideran que las reformas lastran de forma desproporcionada a los trabajadores.
Lo que más levanta ampollas son las últimas reformas laborales conocidas como el plan Hartz IV, que reducen los derechos de un trabajador que haya cotizado durante años al nivel de los perceptores de ayuda social que no han contribuido a las arcas públicas.
Además, obliga a los receptores de estos subsidios a descontar sus propios ahorros o los de sus allegados a partir de cierto nivel.
Paralelamente, y con la idea de ayudar al crecimiento económico y a la creación de empleo, el Gobierno alemán ha aprobado una larga lista de beneficios fiscales para las empresas.
La mayoría de todos estos cambios los ha pactado el Gobierno con la oposición conservadora, que incluso ha impuesto el endurecimiento de algunas medidas, y en contra de la voluntad de un amplio sector del partido socialdemócrata.
Actualmente, por ejemplo, un plan para reducir el impuesto de sociedades del 25 al 19 por ciento y el de sucesiones para las pymes acordado en una cumbre con la oposición está pendiente de aprobación en el Parlamento precisamente debido a la resistencia de los socialdemócratas y del socio de coalición, Los Verdes.
Al apostar a todo o nada Schroeder planta cara en primer lugar a los adversarios de su propio partido que empezaban a reclamar una moderación en el ritmo y el alcance de los cambios, con el argumento de que no se puede gobernar en contra de la voluntad del pueblo.
Pero en la campaña electoral, que empezará en cuanto quede fijada la fecha de las elecciones, el SPD espera también demostrar a los electores que por duro que sea su programa es mucho más social que lo que propone la oposición, formada por la Unión Cristianodemócrata y Unión Cristianosocial (CDU/CSU) y los liberales del FDP.
En un "manifiesto electoral", que el SPD someterá al voto de un congreso extraordinario, el partido, según su presidente Franz Müntefering, invitará a los alemanes a elegir entre una "economía social de mercado", con el concepto "social" en mayúsculas, y el "radicalismo mercantil" que defiende la oposición.