Si tuviera que levantarle el brazo como ganador de la contienda al que durante meses le han estado dando hasta con la cubeta, lo haría sin el menor temor a equivocarme. Lo que he visto el miércoles pasado me dejó pasmado, conteniendo la respiración.
No es posible ¿por qué hasta ahora? Aunque nunca es tarde para rectificar, se dice, pero mientras tanto se corría el inminente riesgo de provocar un gran caos. Las palabras pronunciadas por el presidente Vicente Fox Quesada dejan la duda sobre si estaba enterado de lo que hacían sus subordinados. No es de mi gusto hacer leña del árbol caído pero debo decirlo, se demostró carencia de capacidad para guardar la compostura teniendo la mala la manía de salir a la calle y dirimir disputas a trompadas sin siquiera quitarse el saco, dispuestos a recibir, en un ejercicio que se está volviendo habitual, bofetadas sin parpadear.
Es verdad, los ciudadanos que hicieron la marcha silenciosa les abrieron los ojos, se dieron cuenta al fin del error que estaban cometiendo al querer eliminar, mediante el uso faccioso de dependencias del Gobierno, a un posible candidato para las elecciones de 2006.
Además hubo una remoción, que al igual que en los mejores tiempos del priismo, se le da el nombre piadoso de renuncia. Ese hombre, al que se corre, formaba parte del grupo que fue escogido por los head hunters, quienes se encargaban de ingresar al gabinete de Fox hace cuatro años a los más ilustres elementos que se pudieron encontrar en el país.
La verdad, aunque duela, es que Vicente Fox se encargó personalmente de traer a su equipo a las personas que por su destreza para doblar la cintura le eran más afines. Igual que los presidentes que salieron del PRI. Así atrajo a un aficionado al balompié, que no pudo o no supo o ambas cosas, cómo tejer alrededor de la figura de Andrés Manuel López Obrador, el señor López, una buena y resistente red para atraparlo.
Lo menos que podría decirse es que le faltó sustancia jurídica al intento de endosarle la comisión del delito de desobediencia a un auto de suspensión decretada por un juez de Distrito, que se castiga con la pena del desacato a una orden de autoridad judicial.
Hubo la tentación de eliminar a la mala a quien las encuestas señalaban como el favorito en la disputa por la Presidencia de la República. Antenoche en cadena nacional apareció en los medios electrónicos, en la pantalla chica, el rostro desencajado del Ejecutivo, ojos brillosos, con la misma voz que hipnotizó a los electores en el año 2000, anunciando el despido del abogado de la nación comprometiéndose a realizar una revisión exhaustiva del expediente penal –quiso, sin duda, referirse al cuaderno en que obra la averiguación que se integró por unos corrinchos adscritos a la PGR- lo que traerá sin duda beneficios a la creencia popular de que las cosas se estaban haciendo más con un sentido jurídico que con un ánimo perverso.
Lo que ya nadie niega, de seguir las cosas por el rumbo de la conciliación, es quién será el abanderado del PRD para presidente de la República. La propaganda que le significó la persecución política que está por terminar trajo para AMLO una popularidad de beneficios incalculables.
No sé si sería temerario señalar que obtendrá el voto ciudadano en los comicios del próximo año. No obstante que sus partidarios se abstengan de echar a vuelo las campanas, como un gesto de regocijo por que aquí haya terminado un amargo capítulo de la vida nacional.
Es cierto que la resolución del Gobierno Federal distendió el clima político que venía prevaleciendo desde hace un buen rato. Es verdad que los nubarrones que ensombrecían el panorama nacional se empiezan a desvanecer. Es indudable que el país ha dado la vuelta a la hoja en cuanto a incertidumbres y temores. Sin embargo, deberán estar atentos a lo que venga en adelante porque aquí no ha acabado todo, recuerden que se habla que sólo se cambia la estrategia.
Lo que deben preguntarse los interesados es si se trata de una estrategia o de una estratagema.