El jueves pasado dejó de operar el Canal 40. La interrupción de sus transmisiones resulta de una huelga que emplazó el Sindicato de la Industria de Radio y Televisión, a que pertenece una porción del personal empleado en Corporación de Noticias e Información, (CNI), la empresa que aporta los contenidos a Televisora del Valle de México (Tevescom), concesionaria de esa señal. La causa no puede ser más justa: la cruel demora en la paga a los trabajadores, que una y otra vez convinieron en aguardar que se les cubrieran salarios y honorarios, hasta que no resistieron más.
Pero, en paradoja terrible, la huelga de la que se esperaría el cumplimiento de las obligaciones aplazadas, lo hace imposible. Está siendo el golpe definitivo al Canal 40, al menos en la forma en que lo hemos conocido, y de la que se benefició una parte de la sociedad. No sólo esa parcela social, el auditorio que seguía las emisiones de CNI resulta dañado junto a los trabajadores que en el justo ánimo de cobrar lo ya devengado provocan la insolvencia definitiva. También la sociedad entera sale perdidosa, pues en un ambiente dominado por una escasa oferta televisiva la supresión de una señal alternativa al duopolio es un empobrecimiento social.
Desde su nacimiento y hasta la interrupción que ahora padece su teleauditorio, Canal 40 manifiesta las peculiaridades contrarias al interés general que rigen a la televisión en México. Le fue otorgada la concesión el 23 de septiembre de 1991 con el mismo criterio arbitrario que dos años más tarde presidiría la privatización del Instituto Mexicano de Televisión, previamente transformado en TV Azteca.
Moreno Valle (cuyo padre es un eminente médico, secretario de Salubridad bajo Díaz Ordaz y gobernador de Puebla) había participado en negocios periodísticos como Informex y El Financiero. Y luego, en un esfuerzo que resultaría fallido, dedicó largo tiempo y gastó mucho dinero, en preparar la edición de un diario que dirigiría Fernando Benítez y se llamaría El Independiente. A la postre, con ese nombre circuló el periódico de vida efímera, menos de un año, que marcaría el auge y la caída de Carlos Ahumada, su propietario hoy en prisión.
El cinco de diciembre de 1994 comenzaron las operaciones de prueba del Canal 40, que formalmente inició sus emisiones el 19 de junio siguiente. Pero fue un comienzo virtual, porque sólo tres años más tarde la televisora contó con contenidos propios. Moreno Valle ha sido, desde tiempo atrás y hoy en mayor medida, tachado como un empresario desobligado e ineficaz, pero acertó al dedicar al periodismo el mayor tiempo en su emisora y al confiar su organización a Ciro Gómez Leyva.
Graduado en comunicación en la Universidad Iberoamericana, Ciro cursó la maestría en sociología en la Nacional. Aunque ha trabajado en varios medios impresos (Reforma incluido) y ahora mismo figura como director adjunto de Milenio (donde publica la columna La historia en breve) ha sobresalido en los medios electrónicos: hace veinte años fundó y dirigió la televisora del Gobierno mexiquense y actualmente difunde un programa vespertino en Radio Fórmula.
La pauta periodística en Canal 40 consistió en hacer lo que el duopolio no se atrevía a transmitir. Y propició la aparición de talentos, surgidos de la academia (como Denisse Marker) o que esperaban una oportunidad para consolidar una carrera en los medios (como Pilar Álvarez Lazo). No sin errores y hasta mezquindades, CNI ganó credibilidad y creciente auditorio y se convirtió en marco de referencia.
Para sólo citar episodios recientísimos, fue el único canal que captó la trascendencia de la marcha contra la ilegalidad expresada en el intento del desafuero y la otorgó cobertura plena. Y el escándalo que condujo a la recomposición del consejo electoral mexiquense se gestó en su pantalla, pues en ella aparecieron los tres miembros de ese órgano electoral puestos en evidencia por Ricardo Monreal, en su triste intento de explicarse. Simultáneamente Canal 40 difundió los videos obtenidos por Reforma sobre el uso de recursos gubernamentales en favor del candidato priista al Gobierno de esa entidad.
El canal 40 nació desfinanciado e incurrió a menudo en insolvencia. Por añadidura, uno de sus primeros éxitos periodísticos, la denuncia de la pederastia del padre Marcial Maciel le provocó un boicot publicitario y quizá lo malquistó para siempre con anunciantes poderosos. Una alianza con TV Azteca, imaginada como solución a los problemas de finanzas y ventas, se convirtió en su contrario, en fuente de dificultades crecientes, que determinan hasta este momento la suerte del Canal. Fallido socio, agresivo acreedor, Ricardo Salinas ordenó la toma ilegal de instalaciones del canal, como muestra de su pretensión de apoderarse de la concesión. Los trabajadores del 40 aplazaron entonces sus intereses propios en bien de un intento común de prevalecer como alternativa periodística en la televisión.
Las persistentes violaciones contractuales, expresadas sobre todo en el retraso en los pagos justifican plenamente la reclamación laboral. Y sin embargo, no puede soslayarse que la acción sindical no obedece únicamente a la defensa de los derechos de los trabajadores. La huelga hunde, hundió ya tal vez, al canal 40 en la incapacidad para enfrentar sus compromisos. El STIRT quizá prorroga la línea de conducta de sus próceres, Rafael Camacho Guzmán y Nezahualcóyotl de la Vega, prestos siempre a servir los intereses de los patrones, como TV Azteca.