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Canetti

Federico Reyes Heroles

Hoy todo puede esperar. Recordando al clásico hablar de las personas es perder el tiempo, hablar de las cosas es inevitable, pero sólo hablar de las ideas edifica. Sin embargo las Ideas, con mayúscula, esas creaciones humanas que en verdad trascienden, no pululan. Son muy escasas y con frecuencia en el ajetreo de la vida las olvidamos. Volver a ellas no es ocioso, por el contrario es obligatorio si queremos fugarnos del envilecimiento y vaya que el ambiente está envilecido.

Su rostro es inolvidable: una imponente cabellera blanca, unos anteojos alrededor de unos ojos vivaces que lanzan una mirada noble y un bigote también blanco, también potente. Esa fue la imagen que circuló por el mundo cuando en 1981 se le concedió el Premio Nobel de Literatura. Fue entonces que muchos se enteraron de esa gran cabeza del siglo XX que en silencio apostó al pensamiento y le dedicó toda su vida. Su nombre Elías Canetti. Nacido en Rutschuk, un pequeño poblado de Bulgaria en el curso bajo del Danubio, a Canetti lo marcaría el movimiento, la distancia obligada, el exilio. Al igual que otros grandes pensadores liberales del siglo como Karl Popper o Isaiah Berlín, sus orígenes judíos marcarían su destino. A los seis años de edad la familia se traslada a Inglaterra, poco después tras la muerte del padre, se mudan a Viena. El joven Canetti haría estudios en Zurich y Frankfurt. La ciencia lo atrapa y en 1929, a los 24 años, obtiene su doctorado en Química. Incómodo consigo mismo, sin darse pausa, brinca a la filosofía. Allí encuentra su mundo, sin embargo nunca perderá el troquel científico.

Una década después, acechado por el nazismo, Elías Canetti de nuevo al igual que Berlín y Popper, se refugia en Inglaterra. Allí permanecerá medio siglo. En Londres encontrará la distancia para incursionar en las entrañas del ser humano. Siempre escribió en alemán, su pensamiento sin embargo siempre fue universal. A Elías Canetti le debemos una vasta obra que abarca ensayo, novela, teatro, una deliciosa saga autobiográfica en varios volúmenes y fantásticos aforismos recopilados en La Provincia del Hombre, un texto escrito en paralelo a su obra central Masa y Poder. Fue este libro el que abrió nuevos rumbos a las ciencias sociales, a la filosofía, al entendimiento del ser humano.

Durante veinte años Elías Canetti recopiló información de muy diversos grupos humanos, pequeñas tribus como los Lele de Kasai de África, otros de Asia, etnias poco conocidas como los Aranda en Australia y por supuesto de moradores antiguos de los territorios americanos como los jíbaros y del europeo. La clasificación del libro es difícil; se trata de un auténtico tratado sobre el comportamiento del ser humano en sociedad. Allí Canetti encontró un nuevo nivel analítico. No es psicología pero indaga en la conciencia, no es antropología pero permanentemente escudriña en el tejido cultural, no es sociología pero las experiencias recabadas corren en horizontal. La donosura y gentileza literaria de Canetti nos conducen a lo largo del extenso texto, 500 páginas, haciendo que olvidemos la solidez científica y epistemológica que está detrás.

Masa y Poder creó el instrumento teórico para comprender las relaciones del ser humano y las masas. Las masas están por todas partes, en un estadio, en un concierto, en un mitin político, etc. El ser humano necesita de las masas, las busca, las organiza y en ellas se transforma. El ser humano es otro cuando se encuentra en una masa. Ese otro ser que aparece o despierta en las masas deja atrás ciertas coordenadas racionales de comportamiento y se inserta en un mundo distinto. Canetti lo descubrió y encontró las reglas que lo rigen: la igualdad como detonador de ese otro yo que todos llevamos dentro; la necesidad de las masas de crecer y encontrar un clímax. Las masas también tienen densidad, las masas demandan dirección. Las masas se pueden frustrar. Hay en las masas una “dominante afectiva” que les impone características. Las masas pueden ser peligrosas pueden caer en la subversión, en la destrucción del entorno o peor aun pueden tener ánimo persecutorio, de acoso. Las masas no son asunto de juego aunque los juegos convoquen a las masas.

Como si eso fuera poco este polifacético autor fue capaz de encontrar una lista de simbologías que le vienen atadas a ese acto de fusión de los sentimientos particulares o individuales que da vida a la masa. El fuego, el mar, la lluvia, el río, el bosque, el trigo, la arena, el viento, los conjuntos de lo que sea. El desfile de ejemplos recabados por Canetti conduce a una auténtica relectura de la historia. Hay un antes y un después de Canetti porque nunca más podremos asistir a un concierto sin analizar a la masa, nunca más podremos observar un mitin político sin leer su conducción, nunca más podremos mirar una corrida de toros o un partido de futbol sin pensar en la densidad. A partir de Masa y Poder sabemos de ese otro yo que puede implosionar de manera muy distinta dependiendo de la ocasión.

Una vez abierta la puerta de la masa, Canetti fue capaz de transitar a la nación, a las naciones, a sus símbolos y sus comportamientos. Los ingleses como capitanes de un grupo de hombres en un navío, los alemanes identificados como miembros de un bosque. También desfilan los pueblos sin símbolos nacionales, carentes de emblema. Por cierto ¿cuál es la imagen emblemática de los mexicanos? Por allí caminó Canetti a un análisis descarnado de los orígenes del poder. Los dientes “son los guardianes armados de la boca”. Ella es la puerta de entrada al acto más elemental del poder: la transformación de la materia en vida. La mano aparece como el instrumento básico de control. La destrucción del otro es impulso humano que Canetti, el judío perseguido, el exiliado no podía dejar fuera.

Canetti elaboró un código de entendimiento de la obediencia entre humanos. En medio apareció la orden, esa instrucción que un humano da a otro y cuyas consecuencias van más allá del acto conminado. Cada orden es como un aguijón. Los aguijones necesitan ser digeridos. Mandar supone lanzar aguijones. Hay quien sabe del poder corrosivo de la orden en las relaciones humanas y las maneja con cuidado. Hay quien ignora las profundidades de la orden y tarde o temprano recibirá los aguijones de regreso. Canetti creó un universo explicativo que escapó los grandes esquemas que dominaron el siglo XX: el marxismo, el estructuralismo, etc. Fue un pensador universal capaz de oponer un pensamiento propio que desnudó un perfil del ser humano del cual nos ocupamos poco. Los odios en ocasiones milenarios que nos siguen visitando encontraron en la obra de Canetti una radiografía imprescindible. Su pensamiento nos enriqueció.

Por eso lector, en el centenario del nacimiento de Elías Canetti no tuve ánimo para hablar de gastos en vestimenta o discusiones sobre la “píldora del día después”.

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