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Capacidad y suerte

Salvador Kalifa

La consolidación de la democracia no es razón suficiente para mejorar nuestras perspectivas económicas en el mediano y largo plazo. Éstas dependen, más bien, de un manejo atinado de la coyuntura económica y, principalmente, de la instrumentación de reformas estructurales legales y económicas. Para ello se necesitan gobernantes con algo de suerte, que entiendan los consejos de sus buenos colaboradores y tengan, especialmente, mucha capacidad de negociación con el Congreso.

La administración de Vicente Fox, quien mañana rinde su Quinto informe de gobierno, ha sido mediocre en lo coyuntural y pésima en el cambio estructural. Por un lado, destaca el abatimiento de la inflación, pero por el otro deja en el tintero reformas cruciales, por no ser capaz de convencer sobre la bondad de las mismas a los legisladores de oposición, quienes sólo velan por sus intereses políticos de corto plazo.

En este gobierno no ha sido posible plantear ni instrumentar cambios constitucionales para permitir la inversión privada en electricidad, petróleo y gas; se generalizó la expansión del crimen y el debilitamiento del Estado de Derecho; se avanzó muy lentamente en el fortalecimiento del sistema financiero; y no hubo reformas profundas en lo laboral y educativo. Se incrementó, además, la dependencia de los ingresos públicos en el petróleo y fue infructuoso el esfuerzo de reforma tributaria.

El próximo presidente heredará de Vicente Fox la tarea de mantener la disciplina macroeconómica y, más importante aún, realizar los cambios estructurales pendientes. Su éxito dependerá de cómo reaccione a tres factores que juegan un papel preponderante en los logros y deficiencias de cualquier gobierno en nuestro país.

Primero, la influencia del entorno externo sobre nuestra economía. Es bueno ser un presidente con suerte. Por ejemplo, en este aspecto Ernesto Zedillo fue el presidente mexicano más afortunado en 25 años. Las variables externas se conjugaron a su favor, particularmente en el último año de su administración, mientras que el arranque de Fox fue desafortunado en ese sentido. No obstante, el ambiente externo se compuso en la segunda mitad de su mandato.

Uno pudiera esperar que el nivel actual del precio del petróleo, el crecimiento de la economía norteamericana y la tranquilidad financiera internacional debieran facilitar la aplicación de la política económica y la instrumentación de reformas, pero el entorno político interno no ha sido propicio para ello. Fox acabará su administración tratando, como en estos días, de justificar su actuación en la democracia, confiando en que las condiciones externas no se deterioren al cierre de su sexenio y lo exhiban aún más como uno de los presidentes más ineptos de México.

La suerte de Zedillo con un entorno externo favorable al término de su gestión no ha sido la regla con otros presidentes. El más desafortunado fue Miguel de la Madrid, ya que el ambiente exterior fue adverso durante todo su gobierno. Pero el contraste más marcado se dio con José López Portillo (JLP). El fue muy popular mientras duró la euforia petrolera y el país creció rápido, pero el azar lo transformó de héroe en villano en menos de doce meses. ¿Cómo sería recordado JLP si el precio del petróleo en vez de caer en verano de 1981 lo hubiera hecho al cierre de 1982, o si hubiera respondido al menor precio del crudo con políticas económicas apropiadas?

La experiencia de JLP nos lleva al segundo factor relevante para una administración económica exitosa. Para tomar decisiones correctas de política económica es crucial contar con buenos asesores, entender e instrumentar sus recomendaciones, por impopulares que sean en el corto plazo, y mantener la boca cerrada cuando no se sabe de lo que se está hablando.

La tumba política de JLP y el desastre económico de los 80’s se debieron, en gran parte, a que escuchó a las personas equivocadas y dio una pésima respuesta de política económica a la caída del precio del petróleo en 1981. No supo, además, entender la naturaleza de los problemas económicos y, menos aún, distinguir entre consejos sensatos y recomendaciones absurdas.

Vicente Fox se ha caracterizado por su ingenuidad e ignorancia en materia económica. Habla sobre temas que desconoce y se ha rodeado de colaboradores que poco o nada han podido hacer para cambiar la imagen de desinformación y lejanía de la realidad que transmite el presidente en asuntos económicos. El ejemplo más reciente fue el dato sobre el crecimiento económico del segundo trimestre. El vocero de la presidencia anunciando un lunes que sería de 3.9 por ciento, y la Secretaría de Hacienda reportando un día después que se ubicó en 3.1 por ciento.

Finalmente, una administración económica exitosa requiere de la habilidad de negociación del Ejecutivo con el Congreso. Los presidentes anteriores a Zedillo y Fox controlaron ambas cámaras, lo que facilitó tanto las malas iniciativas de Echeverría y JLP, como las atinadas reformas estructurales de Salinas.

Zedillo y Fox, en contraste, no avanzaron en lo estructural porque no tuvieron el control del Congreso. Pero Fox cayó, además, presa de algunas tonterías económicas de los legisladores de oposición, al ceder a sus propuestas o no saber cómo bloquearlas. En algunas ocasiones han sido legisladores de su mismo partido los que han propuesto leyes que van en contra de la modernización y crecimiento del país.

La tarea de la reforma estructural ha sido, quizá, lo peor de esta administración. Fox no supo convencer sobre la bondad de sus propuestas a un Congreso dividido y antagónico, y tampoco pudo evitar, además, que prosperaran algunas acciones populistas de los partidos de oposición. Ojalá que el próximo presidente demuestre más capacidad y tenga mejor suerte para mejorar nuestro desempeño económico.

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