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Capricho presidencial/Sobreaviso

René Delgado

Al presidente Vicente Fox le asiste toda la razón. En las democracias consolidadas se acepta que el presidente promueva a su partido. Para eso, sin embargo, se requieren dos condiciones sine qua non: una democracia consolidada y un jefe de Estado. Si esas condiciones no se cumplen, promover ideas y valores partidarios en temporada electoral desde el Gobierno es, además de una provocación, un acto de profunda irresponsabilidad que atenta justamente contra la consolidación de esa democracia. El país no tiene una democracia consolidada y Vicente Fox no alcanzó la estatura de un verdadero jefe de Estado.

*** Suponiendo sin conceder que el mandatario tendrá al menos el recato de no utilizar recursos públicos en esa promoción, no puede obviarse una realidad: su intervención, lejos de fortalecer, debilitará aún más a una Presidencia que, por la naturaleza de la transición mexicana, ha ido perdiendo poder sin transferirlo institucionalmente a otras instancias. Ernesto Zedillo y Vicente Fox recibieron una Presidencia de la República debilitada por Carlos Salinas de Gortari y, pese a la necesidad de darle un nuevo perfil a la institución, ninguno de los dos se empeñó en construir esa nueva Presidencia.

El adelgazamiento del Estado y la apertura económica llevados a cabo por Carlos Salinas de Gortari pasaron por alto el efecto que acarrearían sobre la institución presidencial y el conjunto del sistema político. Sobre bases de autoritarismo y arbitrariedad pero con claridad en el objetivo, Salinas de Gortari realizó aquella reforma económica sin acompañarla del imprescindible ajuste político. Se dio así una paradoja: cuanto más se fortalecía Carlos Salinas de Gortari, más se debilitaba la Presidencia de la República y, así, el país entró a una crisis marcada por el desfasamiento entre la modernidad económica del proyecto y la tradición política que ya no resiste la costumbre.

Cualquiera que haya sido el concepto que sobre la institución presidencial tenía Ernesto Zedillo, ‘el error de diciembre’ -atribuible a esos dos mandatarios- echó por tierra cualquier posibilidad de replantear los fundamentos del régimen político mexicano. El mérito mayor de Ernesto Zedillo consistió en respetar los nuevos principios electorales que el país se había dado, pero eso no bastaba para entrar en la normalidad democrática que el entonces mandatario veía sin que ésta tuviera cabal registro.

A diferencia de Ernesto Zedillo, Vicente Fox tuvo muchas mejores condiciones para replantear a las instituciones políticas. Recibió el país en condiciones económicas y políticas que permitían concretar aquel pendiente, pero dejó escapar la oportunidad. Inexperiencia mezclada con ignorancia, desdén y frivolidad política, acompañada de una absoluta ausencia de claridad en los objetivos, llevaron al traste la oportunidad de concretar la reforma del Estado. Incapaces Vicente Fox y Santiago Creel de extender las garantías a las otras fuerzas políticas y de entablar las necesarias negociaciones, la oposición limitó su rol a eso, a oponerse, dejando de lado la proposición política.

La consecuencia está a la vista. Los poderes Ejecutivo y Legislativo entraron en un juego de tensión que terminó por atrofiar el músculo del cambio, neutralizó sin equilibrar su respectiva fuerza y la parálisis política fue el ritmo de la velocidad del sexenio. No se hizo el rediseño de las instituciones y, peor todavía, Vicente Fox hizo del endoso de la responsabilidad, de la bravata, el desplante y la ocurrencia su estilo personal de gobernar. La Presidencia de la República salió perdiendo, tanto como la consolidación de la democracia y el Estado de Derecho.

*** En esta circunstancia, salir con la idea de promover al partido en el poder desde el poder es un despropósito político. La Presidencia de la República está más débil que antes, los nuevos referentes institucionales no se han consolidado y, además, hay dos ingredientes extra que inquietan. En el campo político, tanto el Gobierno como los partidos se empeñaron a lo largo del sexenio en lastimar a aquellas instituciones directa o indirectamente relacionadas con el arbitraje electoral. En más de un caso, hicieron de esas instituciones una lucha de cuotas de poder partidista, sin importarles el efecto nocivo sobre el peso de las instituciones nacionales. Así, en muchos órganos, con dirección colegiada o no, el nombramiento de titulares fue un ejercicio de fuerza y negociación. Los partidos canjearon nombramientos, prorratearon plazas y posiciones a costa del sacrificio de instituciones. La propia configuración del consejo del Instituto Federal Electoral fue producto de ese rejuego.

Hoy nadie se acuerda pero el perredismo descalificó la integración de ese consejo, mañana aquel pasado podría aflorar. Asimismo, el Poder Ejecutivo colocó al Poder Judicial y al Poder Legislativo en un brete al comprometerlos en el intento de eliminar a Andrés Manuel López Obrador de la contienda electoral. El desprestigio de los Poderes de la Unión mayor no pudo ser en ese asunto. Ese juego de vulnerar las instituciones sobre la base de anteponer un interés partidista, ahora es evidente en el Estado de México.

Los partidos Acción Nacional y de la Revolución Democrática postularon candidatos que no les dieron lo que esperaban, y ni una ni otra fuerza han dudado en echar abajo ese proceso electoral, simple y sencillamente, porque el resultado les será adverso. El instituto electoral mexiquense ha sido víctima de juegos de poder por parte de los partidos, donde muy poco les importa el daño institucional causado. El otro ingrediente que inquieta se da en el campo criminal. Los grandes delincuentes plantean un enorme desafío al Estado y el Gobierno sigue empeñado en pretender que la actuación del crimen organizado no tiene vasos comunicantes con la política organizada ni con la sociedad atemorizada. Sin embargo, no deja de ser curioso que ahí donde el crimen no deja de tirar del gatillo ha habido elecciones, cuestión de voltear la vista a Tamaulipas o a Sinaloa.

El mapa de la violencia criminal está sobrepuesto sobre el mapa electoral y de esa realidad, en extremo peligrosa, ni el Gobierno ni los partidos políticos quieren tomar nota. Si a ello se agrega que la contienda electoral corre, ahora, por el carril del despilfarro de recursos y la ausencia de ideas, no asegurar las instituciones, no actuar con prudencia política, es abrirle la puerta de la política al crimen organizado y, desde luego, al dinero sucio.

Debilitada la Presidencia de la República, arrumbada la reforma del Estado y tocados por la idea de vulnerar a las instituciones, anunciar que ahora el presidente Vicente Fox entrará al juego electoral es anticipar la posibilidad de contribuir en un desastre.

*** Estructuralmente Vicente Fox no vio ni entendió por qué resulta tan inoportuno su anuncio, coyunturalmente tampoco. Anunciar que intervendrá en el proceso electoral cuando ni su propio partido ha resuelto quién será su candidato, puede emproblemar a Acción Nacional. Si ya desde ahora algunos de los precandidatos ven a Santiago Creel y Alberto Cárdenas como el delfín titular y suplente de Vicente Fox, que ahora el mandatario anticipe su participación en la contienda es provocarle un fuerte dolor de cabeza a la dirigencia del partido.

El presidente podría terminar desequilibrando no sólo la contienda formal sino también la preliminar ¡de su propio partido! Tan evidente es ese peligro que, al menos, dos secretarios de Estado miembros de la Comisión Política de Acción Nacional han resuelto no asistir a los encuentros de ese órgano de partido. Eduardo Romero ya renunció al cargo por el conflicto de interés que le podría suponer actuar como militante en la Comisión y como contralor en el escándalo derivado de los permisos que, en su calidad de secretario de Gobernación, Santiago Creel concedió para instalar casinos virtuales.

Carlos Abascal no ha renunciado, pero se ha ausentado de las últimas reuniones de esa Comisión. Llama la atención que aquello que ven los secretarios de Estado, no lo vea el jefe del Ejecutivo. En todo caso, el ansia presidencial por participar en la contienda electoral pudo haberla contenido cuando menos hasta que su partido designara a su candidato. No lo hizo y, ahora, las complicaciones serán hacia dentro y hacia fuera de su partido. Por si todo lo anterior no bastara, hay otro detalle.

En la pérdida del sentido de realidad que afecta al jefe del Ejecutivo, éste da por sentado que la promoción de su partido y su Gobierno en automático tendrá un efecto positivo sobre las preferenciales electorales. Eso está por verse. Los índices de popularidad, aceptación y calificación del presidente Vicente Fox van a la baja y el entusiasmo que produjo su elección comienza a convertirse en una decepción. En esa circunstancia, su intervención en la contienda electoral podría resultarle contraproducente a su partido y al candidato que, finalmente, porte la bandera albiazul. Y, en ese punto, Vicente Fox se expone innecesariamente a ser objeto de desaire por parte de sus propios correligionarios.

Si bien el principio de continuidad tiene que ponderarse como un recurso del candidato del partido, esa ponderación sólo se da cuando el Gobierno en curso avala con resultados la importancia de su permanencia en el poder. Cuando no es así, el candidato en cuestión tiene que mandar señales, si no de ruptura, sí de distancia frente al Gobierno saliente de su partido. Ahí está el caso de Luis Donaldo Colosio, con su discurso del seis de marzo de 1994.

El Gobierno de Vicente Fox no avala su gestión con sus resultados y, entonces, cualquiera que sea el candidato tendrá que mandar aquellas señales, y el mandatario podría quedar muy mal parado si promueve aquello de que su posible sucesor quiere guardar distancia. ¿Qué necesidad tiene Vicente Fox de exponerse?

*** Sin jefe de Estado, sin democracia consolidada, sin solidez en las instituciones electorales que arbitrarán la contienda electoral, sin estrategia seria para encarar el desafío del crimen organizado y sin encabezar un Gobierno con resultados, el anuncio de Vicente Fox parece un capricho marcado por el sello de la irresponsabilidad. Conocido y reconocido el temperamento de Vicente Fox, es difícil pensar en una reconsideración por parte del mandatario. De cualquier manera, alguno de sus allegados debería insistirle en la necesidad de guardar un mínimo de prudencia política ahora que se aproxima a la salida.

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