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Carlos Fuentes/Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“Aquí nos tocó vivir. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente”.

Carlos Fuentes

Ayer me decía una amiga que debería haber una Ley que prohibiera que un padre tuviera que enterrar a un hijo. Entiendo que es imposible y que una legislación sobre este asunto no se podría aplicar. Pero pocas leyes tendrían tanto apoyo de partidos y ciudadanos. No hay mayor injusticia que la de un padre que pierde a un hijo. A Carlos Fuentes y a Silvia Lemus les ha tocado asistir a los funerales no de uno sino de dos. Carlos Fuentes Lemus -poeta, pintor, fotógrafo- falleció el cinco de marzo de 1999 a los 26 años de edad. Este lunes 22 de agosto fue Natasha, la hija menor, quien encontró la muerte a los 29 años.

Fuentes es hoy el escritor más importante de nuestro país. Su obra puede gustar o no, como la de cualquier otro autor, pero nadie puede negar lo profundo, lo prolífico y lo variado de su producción. Desde Los días enmascarados (1958) y La región más transparente (1959) hasta Instinto de Inez (2001), La silla del águila (2003) o Inquieta compañía (2004), Fuentes nos ha ofrecido una cascada inagotable de narraciones muy diversas.

En sus ensayos también, desde La nueva novela hispanoamericana (1969) hasta Contra Bush (2004), y en sus artículos periodísticos, nos ha compartido reflexiones bien escritas y polémicas sobre literatura, política y sociedad. A Fuentes lo han criticado fuerte, acremente personajes que van desde Enrique Krauze hasta Carlos Abascal. Pero no hay nadie en este momento, por lo menos no desde la muerte de Octavio Paz, que pueda ser considerado no sólo el escritor sino el pensador más relevante de México.

Nadie representa de forma tan clara al intelectual engagé, al que tiene un compromiso con la sociedad. No es necesario estar de acuerdo con él. Lo que importa realmente es que coloca ideas sobre la mesa que se convierten en tema de discusión nacional. Para mí en lo personal Fuentes ha sido especial. Varias de sus primeras obras fueron cruciales en mi desarrollo. La primera novela que leí de él, cuando adolescente, fue Las buenas conciencias.

Siguieron, en el orden en que llegaron a mis manos, Cantar de ciegos, Aura y La región más transparente. Más tarde La muerte de Artemio Cruz me ayudó a entender la política de mi país. Durante un tiempo el amor a Fuentes se convirtió en rechazo. Nunca terminé de leer Terra Nostra ni Cristóbal Nonato. Ambas me parecieron arrogantes y, peor aún, aburridas. Con el tiempo su izquierdismo aristocrático se me volvió insoportable.

La famosa diatriba de Krauze, “The Guerrilla Dandy”, publicada por The New Republic en Estados Unidos, y en una versión distinta por Vuelta en México, me pareció no sólo divertida sino acertada. El tiempo, sin embargo, me ha acercado nuevamente a Fuentes. La relectura de sus viejas obras me ha confirmado que no me equivoqué en mi devoción original. Algunas de sus nuevas novelas, como Los años de Laura Díaz e Instinto de Inez, me han llevado a conocer a un Fuentes comprometido con su oficio de escritor.

Que tenemos diferencias ideológicas, es cierto, pero hace tiempo abandoné ya cualquier intento de convencer a la gente de mi liberalismo. En los últimos años he tenido la oportunidad de entrevistar a Fuentes varias veces. Uno de los momentos más entrañables de mi vida reciente, por otra parte, fue la ocasión en que, junto a un grupo de amigos, los llevé a él y a Silvia al Gran León de la colonia Roma para compartir con ellos mi amor por la salsa y la música tropical.

Pero uno puede conocer y querer más a una persona a través de sus libros que en el contacto personal y directo. Quizá por eso la muerte de Carlos y Natasha me ha entristecido tanto. Entiendo el agobio de un padre que en unos cuantos años ha perdido a dos hijos. Y lo comprendo más por el conocimiento que de él tengo a través de sus libros que por el contacto personal.

Hace algunos años, antes de la desaparición de sus hijos, Fuentes escribió una pequeña autobiografía en tercera persona que aparece todavía en la página www.cultura.com. La narración se detiene en 1994 y la última oración dice: “Sus hijos cumplen treinta y dos, veintiuno y veinte años, su madre ochenta y cinco y su feliz matrimonio veintidós”.

Ayer que leí esta frase me sentí agobiado por un dolor compartido con un hombre a quien he visto pocas veces, pero que me ha hecho sentir en su obra una cercanía que sería imposible obtener de otra manera.

MUEREN CON SU NOMBRE

“La naturaleza muere pero sus nombres son idénticos. La flor, el pájaro, el río, el árbol, la cosecha tienen siempre el nombre de la rosa y el colibrí, el Nilo y el pirul, el trigo. Su muerte, su paso, no cambia sus nombres. Los hombres no. Mueren con su nombre. No quieren ser repetibles. No lo son”. Carlos Fuentes, Cambio de piel.

Correo electrónico:

sergiosarmiento@todito.com

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