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Castigar es lo que hace falta

Emilio Herrera

Vengo de los tiempos en que, en nuestra ciudad, la seguridad dependía de un pobre Cuerpo de Policía dotado apenas de armas: de una linterna para poder ir de una a otra de sus esquinas sin tropezar y un pito para pedirse ayuda entre sí en caso necesario.

Las contravenciones a la Ley también eran escasas: robos, riñas. Alguna vez en pleno medio día un herido tenía que ir caminando desde donde aquello le había sucedido hasta las oficinas de Policía y la cárcel, que estaban por la Abasolo, atrás de la escuela El Centenario, llevando sus propias intestinos entre las manos. Pero, fuera de eso, no pasaba nada. No pasaba más, porque lo que fuera se castigaba la primera vez y eso hacía disminuir las segundas. Se castigaba, no sólo a los pobres, también a los fifíes, júniores de entonces, a quienes los domingos y los lunes sacaban a barrer las calles por haber “caído” en la cárcel de madrugada y... ni modo.

Hoy no se castiga lo debido y así andan las cosas, de más en más. También las faltas son otras. Los asesinatos, las violaciones. Unos y otras han aumentado considerablemente. Las mujeres asesinan a sus hijos; los padres violan a sus hijas. No hace muchos años todavía la costumbre era liarse con las esposas ajenas, pero, ¡con las hijas!, ¿quién iba a pensarlo? Pues, ahora no sólo se piensa, se hace, se sabe, se vuelve noticia y no es la primera vez. Por supuesto, cuando suceden estas cosas siempre se dice que se castigarán y a lo mejor no, o cuando menos no de manera ejemplar porque muchas son las violaciones que en los últimos tiempos vienen sucediendo.

¿Será la mala situación, la falta de dinero, la influencia del cine o de la tele? Vaya usted a saber cuál es la influencia que contribuye a esto, pero que las violaciones no son castigadas como se debiera, teniendo en cuenta que acaban con la vida de la víctima, niña o jovencita, no son castigadas. Los malhechores han de ir a presidio, porque entre hacer cosas buenas o hacer cosas malas está un no hacerlas, por el que pudo haber optado.

Acaso no sea muy civilizado, pero, lo que ellos hacen tampoco lo es: debiera no sólo apresárseles, exhibírseles como a fieras que son y desde luego, hacerles cumplir totalmente sus condenas, pues a ello condenaron a sus víctimas dejándolas sin futuro porque, a partir de lo sucedido para ellas el tiempo siempre será presente cuyo mañana ha quedado arruinado; los victimarios quieren alcanzar una plenitud de vida propia a expensas de otras vidas que considera inferiores.

Lo único que puede contribuir a combatir estas inclinaciones es castigar duramente, ejemplarmente, a aquellos violadores que caen en manos de la justicia. Los jueces deben ser duros.

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