Citlalli Zoé Sánchez | El Siglo de Durango
Durante cerca de siete años, la Casa Hogar “Madre Teresa de Calcuta” fue el refugio de ancianas abandonadas, que no contaron con el apoyo de sus familiares, pero que al final de su vida encontraron un lugar en donde se les atendió y ya no estuvieron solas. Se trató de una obra de beneficencia cuyos precursores fueron Jesús Piñera Pescador y Margarita Esquivel, pero que ahora concluye por la falta de fondos para seguir adelante.
Las personas que deciden aportar algo de su tiempo, esfuerzo y dinero en pro de otros, de aquellos que más lo necesitan se enfrentan a una serie de problemáticas difíciles de sopesar. Pese a que hay gente que da su mejor esfuerzo por poner en práctica la misericordia con sus semejantes, no siempre se obtienen resultados satisfactorios.
En realidad, son dos matrimonios los que se hicieron cargo de este refugio para las adultas mayores que carecían del respaldo y amor de sus parientes; no obstante, prefieren guardar el anonimato. Suplir las necesidades de una vivienda ocupada por mujeres de edad avanzada que requieren medicinas, ropa, alimento y demás cosas no es una situación fácil.
Y es que si bien es cierto que los responsables de las diferentes asociaciones u organizaciones se encargan de mantener a los que solicitan su apoyo, dinero que en reiteradas ocasiones sale de su bolsillo, requieren del auxilio de la sociedad en general para obtener ingresos y así preservar la obra.
En el caso específico de esta casa hogar, manifiestan que realizaron diferentes rifas así como diferentes actividades para generar capital que posteriormente era utilizado en los requerimientos propios del asilo. Pero sus conciudadanos en repetidas ocasiones no respondían favorablemente, aunque hubo quienes dieron su apoyo de acuerdo con sus posibilidades y sin otro interés que poner en práctica la parábola “del buen samaritano”.
En este albergue, llegaron duranguenses que fueron olvidadas por sus propios seres queridos, algunas de ellas recogidas de la calle sin más ropa que la que llevaban puesta. Otras fueron rescatadas de la miseria que prevalecía en sus casas, ya que no tenían sustento alguno y vivían de la limosna de los vecinos.
Fue así como arribaron al inmueble localizado en el fraccionamiento Valle del Mezquital, calle Siete Leguas No. 102, sitio que por diversas circunstancias está imposibilitado para atenderlas por más tiempo. Varias de las alojadas fueron canalizadas al Asilo San Vicente de Paul y otras, llevadas por sus familiares.
Al final de esta experiencia, los recuerdos son gratos, comentan los sustentadores de las viejitas, pese a que en muchas ocasiones los consanguíneos de las damas con canas y arrugas sólo regresaban por ellas cuando eran notificados de su deceso y sólo para reclamar las supuestas pertenencias que dejaron como herencia, pues las habían dejado de ver desde hace más de 20 años.
Y aunque el contexto es adverso y las adultas mayores se resistieron a abandonar su morada, en este caso, los percances derrotaron a la buena voluntad.