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Cinecrítica / Amor Eterno: en la guerra y el amor, todo se vale

Max Rivera II

El Siglo de Torreón

Torreón, Coah.- Supongo que pese a los horrores intrínsecos de la Primera Guerra Mundial, la incertidumbre previa al combate, la confusión mortal de la refriega, el encuentro con la muerte instantánea o con una larga agonía, pese a todo esto, en muchos campos de batalla debe haber habido buen clima. Seguramente el viento fresco hizo ondear las banderas rasgadas y en medio del indiferente cielo azul, el sol brilló sobre las campiñas francesas, alemanas y austro-húngaras, acariciando con sus tibios rayos a miles y miles de cadáveres. Sin embargo, en el cine no existen las trincheras secas.

El mal clima en la trinchera es un cliché. Los cascos escurriendo sobre rostros taciturnos, el abrigo empapado y las botas chapoteando en el lodazal son imágenes a las que respondemos con un reflejo condicionado: la guerra es horrible. Por otro lado están los atardeceres dorados junto al mar, los senderos en medio de los trigales, las rusticas callejuelas por las que bajan los amantes tomados de la mano, el pajar en un granero que ofrece su mullida complicidad… todos son estímulos que generan la misma respuesta en nuestra mente: el amor es fabuloso.

Y es que estamos educados por el cine. Y antes del cine por la novela rosa. Esto no es malo, porque los clichés, bien aplicados, funcionan con eficacia telegráfica. Son herramientas con que un cineasta hábil manipula los sentimientos del público, con la misma precisión que una llave de media pulgada se ajusta sobre su tuerca, o una bala se desliza por su cañón. Así funciona Amor Eterno, quinto largometraje de Jean Pierre Jeunet, mejor recordado por Amélie.

El director francés se maneja con sentimentalismo elegante mientras desenvuelve la enmarañada historia de una joven francesa, interpretada por Audrey Tatou, también de Amélie, que no se resigna a aceptar la muerte de su prometido en la guerra. El joven, un alma sencilla que se encuentra totalmente fuera de lugar en la trinchera, es hallado culpable de automutilarse para abandonar el frente, y en corte marcial es condenado al abandono frente a las líneas enemigas, una especie de ley fuga en cámara lenta. Su destino, junto al de otros cuatro soldados, será un misterio que habrá de develar la heroína en una serie de viajes, guiada por corazonadas y trabajo detectivesco amateur.

En el camino la joven conocerá a muchos personajes. Muchísimos. Tantos, que resulta casi imposible llevar bien la cuenta de cuál es cual e hizo qué. Por momentos sentí angustia por no distinguir a muchos de los actores (hasta creí ver a Jodie Foster, ¡sacré bleu es Jodie Foster!), aunque al final todo quedó claro. O más o menos. Porque a fin de cuentas, más que si hay o no reencuentro, lo que importa es que triunfe l’ amour.

No hace justicia decir que la fotografía es muy bella, porque aquí se trata de ir más allá, a una concepción particular de la belleza en la fotografía, a rizar el rizo hasta lo humanamente rizable. No se nos olvide que con Amélie, Jeunet hizo escuela e inventó un look, de la misma manera que con las Matrix se inventó otro. La apariencia de Amor Eterno es desgastada y cálida, del color del recuerdo. Mejor dicho, del color que debieran tener los recuerdos. Otra vez caemos en las trampas de la educación por el cine, donde se nos dice cómo deberían ser las cosas y acabamos creyendo que así son.

Amor Eterno, que por cierto es un pésimo nombre, que ni siquiera busca traducir el también malo nombre original, algo así como “un largo domingo de compromiso”, es una película muy bonita, sin llegar a las alturas de Amélie, que es la película bonita. Uso este término, bonita, de modo respetuoso, no despectivo. No quiero decir bella porque le daría una carga de solemnidad que no tienen las cintas.

Son cantos alegres, no declamaciones. En ellas se festeja al amor puro. Ojo, no casto. La pureza del amor no se mide en fluidos, o en ausencia de fluidos, sino en segundos. En el breve tiempo que dura la ausencia de tiempo. Ese espacio que puede alargarse con la expectación, con la idealización o de manera terrible, con la pérdida, y que inevitablemente habrá de cerrarse cuando a los segundos les caigan encima los años. El matrimonio, oí decir a algunos. Yo no lo dije.

Director y escritor: Jean-Pierre Jeunet.

Título original: Un Long Dimanche de Fiançailles.

Año: 2004.

Con: Audrey Tautoau y Gaspard Ulliel.

Calificación: 4 estrellas de 5

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