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Cinecrítica / El Amor en Juego es verdadero

Crítica 4 estrellas de 5

Por Max Rivera II

El Siglo de Torreón

TORREÓN, COAH.- Si usted es una persona a quién le gusta ganar (no conozco a nadie a quién no), y además es fanático de los Vaqueros Laguna, no quisiera estar en sus zapatos. El equipo no ha ganado un campeonato en alrededor de cincuenta años. En la temporada 2004 llegó a playoffs, pero fue barrido en cuatro juegos por Saltillo. Este año quedó en el último lugar de la zona norte.

De manera que si usted asiste a los juegos para recibir una descarga de adrenalina cada vez que escuche el tablazo de un cuadrangular del equipo de casa, o a liberar tensiones con la emoción de un nuevo triunfo, lo felicito por su habilidad para manejar altos niveles de frustración.

Pero sabemos que va por otro motivo. Por la suma de sensaciones que le traen la cerveza bien helada, el lonche de adobada, maldecir con los demás ante una incompresible decisión del umpire, descifrar al gangoso sonido local, comer semillas, estirar el cuerpo entre entradas, jugar una quiniela, explicarle a un neófito las intrincadas estrategias del picheo o hasta las reglas básicas del juego, sentir el fresco de la noche.

Además de que le gusta el deporte, usted asiste por sentimental, porque se lo debe a su abuelo o a su padre. Poco importa que el Unión Laguna, perdón, los Vaqueros ganen. Usted va al estadio a comulgar. Es algo profundo, yo lo entiendo. Pero no estoy casado con usted. Trate de explicárselo a su esposa.

Ese es el dilema del personaje de Jimmy Fallon en Amor en Juego, la excelente comedia romántica dirigida por los hermanos Farrelly. Fallon interpreta a un fanático de los Medias Rojas de Boston, equipo que hasta la temporada 2004, año en que se sitúa la cinta, no había ganado una serie mundial en más de ochenta y cinco años. Fallon es un maestro de primaria, pero parecería que su chamba es ser fanático del equipo. Su entrega resulta simpática, aunque roza en leve psicopatía.

Durante el invierno conoce a una joven ejecutiva, interpretada por Drew Barrymore, y se prenda de ella. Ella acepta salir con él y pese a sus diferentes ambientes sociales, la pareja se acopla con bastantes probabilidades de éxito. Hasta que llega el verano.

De hecho, los problemas empiezan desde las prácticas de primavera. Cuando los Medias Rojas se trasladan a entrenar a Florida, Fallon y sus cuates viajan también para evaluar las perspectivas del equipo. Barrymore le pregunta incrédula si los Medias Rojas le pagan por evaluarlos o siquiera escuchan su opinión. No. Lo hacen porque son fanáticos. Por mi parte dudo que la cabeza caliente de un fanático emita juicios que tengan aplicación útil en la fría realidad mercantil del deporte profesional.

Llega entonces el momento de hacer concesiones. Ella asiste a varios juegos, pero él tendrá que faltar a algunos. Peor. Quizá falte a un juego histórico, de esos cardiacos en que todo se resuelve en la parte baja de la octava.

En Amor en Juego se reúnen dos de las posibilidades dramáticas más predecibles que existen: el romance entre polos opuestos y la temporada de beisbol con todas las probabilidades en contra. Sabemos cómo van a acabar ambos, pero eso no importa. Lo que importa es estar ahí.

Los hermanos Farrely, dan una lección de eficiencia con su realización. Demuestran que son capaces de entregar una historia convencional con la misma limpieza que Gary Marshal (Mujer Bonita) o Chris Colombus (Nueve Meses). Este trabajo pone una nota saludable en su currículum, que por un lado seguro les traerá más encargos, pero por otro, dejará confundidos a los fans del humor escatológico y vulgar de Loco por Mary y Amor Ciego. Ahora resulta que para ver una cinta que parezca de los Farrely, hay que cambiarse de sala y ver Virgen a los Cuarenta.

Amor en Juego es una película ligera que lo dejará con buen sabor de boca. No requiere conocimientos previos de beisbol para verla, ni saldrá sabiendo mucho más del rey de los deportes. Yo no presumo de conocedor, pero me gusta el beis. Ya no lo sigo. Dejé de verlo en la serie mundial de 2002, Angelinos contra Gigantes, que fue la última que vio mi papá. Espero retomar la afición en un par de años, cuando mi hijo esté más grandecito y pueda llevarlo al estadio, para pagar mi deuda.

Si el beisbol le es indiferente, la manía del personaje es fácilmente aplicable al cine. Este año ha sido malo para los estudios de Hollywood. La venta de boletos ha disminuido y la razón más probable es la baja en la calidad de las películas. Es una mala temporada, pues. Pero aún así, si está leyendo esto, seguramente es un fanático. Lo veré por ahí, el domingo o el miércoles, en su butaca, fiel al espectáculo, esperando que la cinta que va a ver sea superior que la anterior, y si no, que cuando menos haya hecho su mejor esfuerzo.

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