El Siglo de Torreón
TORREÓN, COAH.- Entre nosotros caminan seres que podrían parecer humanos normales, pero no lo son. Su mente está siempre ocupada buscando maneras para exterminar a la raza humana. La aniquilación de nuestra especie representa para ellos la máxima expresión de la justicia, el merecido castigo por nuestra soberbia y avaricia. Sus planes viene fragüándose desde hace ciento cincuenta años, y cada avance tecnológico del hombre les inspira la invención de nuevas formas de destrucción. Ellos son? los escritores de ciencia ficción.
Todos los escritores han dedicado buena parte de su obra a fantasear sobre el fin de la civilización humana. Tal es el caso de las dos novelas más conocidas de H.G. Wells, abuelo del género (Julio Verne es el bisabuelo). En la Máquina del Tiempo, la raza humana termina partiéndose en dos especies diferentes, los ricos acaban como enanos vegetarianos y los pobres degeneran en caníbales subterráneos. En La Guerra de los Mundos, la destrucción llega en forma de marcianos beligerantes, que sienten que la sola posesión de tecnología superior a la nuestra, les da el derecho a despojarnos. Alegorías, ¿se da cuenta? Fábulas.
Hasta cierto punto, la ciencia ficción es heredera de los viejos fabulistas como Esopo o La Fontaine. Sus relatos buscan esa calidad aleccionadora, la didáctica por medio del alarmismo, sustituyendo animales por astronautas. Por desgracia, tanto la ciencia ficción como las fábulas arrastran un prejuicio: la creencia de que sólo son aptas para las mentes juveniles. Nada más alejado de la verdad.
En el género hay escritores de mentes portentosas como Clarke, Vonnegut, Orwell, Sturgeon, Farmer, Bradbury y Asimov, que han requerido universos enteros para expresar verdades fundamentales. En la ciencia ficción la escala y las pretensiones nunca son pequeñas, así como tampoco hay fábulas modestas.
Los relatos de ciencia ficción, por su naturaleza especulativa, tienen por enemigo al tiempo. Muchas de sus historias tienen una alta propensión a la caducidad. La Guerra de los Mundos, por ejemplo, fue en su momento un mordaz ataque al colonialismo europeo. Hoy la ironía de Wells se ha vuelto difícil de captar, o peor, ya no es útil, a menos de que el lector haga el esfuerzo de adaptarla al momento actual.
Otro enemigo son las adaptaciones deficientes cuando el material se traslada a otro medio o se cambia el énfasis. En el caso de la Guerra de los Mundos, la película de Spielberg es la tercera ocasión en que ocurre lo mismo: una adaptación fallida que resulta en un producto exitoso. Es celebre la trasmisión radial que hiciera Orson Welles en 1938, donde se fingió un tono periodístico para narrar la invasión extraterrestre, y se desató el pánico entre los radioescuchas despistados. Es un hito en la historia, pero para Welles más que para el escritor, a cuyo apellido le falta una E, la del escándalo (gracias G.Caín).
En 1953 se estrenó una excelente cinta basada en el libro, sólo que donde H.G. Wells ponía sátira, la película puso esperanza y fe en Dios, cosa que sin duda hizo al ateo novelista revolcarse en su tumba, como si un rayo marciano lo alcanzara.
Y por fin llegamos a 2005 y Spielberg, apenas 107 años después de que se publicara el libro. Aquí el énfasis es muy claro, se trata de aterrorizar al público como si se tratara de 1938, pero evitando que salgan corriendo sin pagar las palomitas. Spielberg se lanza duro y al estómago, luciendo las dotes de narrador extraordinario que ya le conocíamos. Apenas diez minutos después de iniciada la cinta ya tenemos encima las tormentas que presagian la invasión de nada amigables extraterrestres, que sólo llamarán a casa para avisar que no queda un humano vivo.
Y a correr. Toda la película es una huída hacia ningún lado para evitar ser desintegrado-aplastado-exprimido. Tom Cruise (pudo ser cualquier actor) luchará por mantener vivos a sus dos hijos en un mundo en que se pierden de inmediato todas las garantías individuales y hay que cuidarse hasta del vecino, sobretodo del vecino.
Es un show impresionante de veras, que lo va a dejar emocionalmente agotado. Hasta que se acabe la cinta, respire profundo para calmar el miedo, y se dé cuenta de que su cerebro sigue fresco y descansado. Ni rastro de ironía, ni fábulas ni nada en lo que nos desgastamos cinco párrafos platicando.
Luego de hacer casi seguidas dos de las cintas de ciencia ficción más provocadoras de los últimos tiempos (Inteligencia Artificial y Minority Report), Spielberg decidió que hacía falta un divertimento. Y tiene razón. Nada tiene de malo irse a divertir al cine. Para eso es. Cuando salga usted de una cinta con algo más que diversión, dele gracias al cielo por haber recibido mucho más de lo que pagó por el boleto, un regalo inesperado. En la Guerra de los Mundos cada centavo está en la pantalla y tenga por seguro que se va a divertir, que buena falta le hace.
El viejo Wells seguirá esperando que alguien rescate su sentido del humor y de la alarma. Si quiere, y a manera de homenaje a Herbert George, cuando vea la cinta imagínese que todos nos volvimos Iraquíes. Spielberg parece incluso sugerir en una secuencia que los bombazos suicidas son la única forma de defensa.
Interrumpimos esta columna para dar un aviso importante: si no ha visto la cinta o no conoce la historia. No lea más. Por el lado de los extraterrestres, la suya parece una invasión planeada con las tres patas. Hasta los tontos seres humanos, con las sondas espaciales, hemos examinado el ambiente de la luna y planetas cercanos para detectar peligros potenciales.
No me imagino a los astronautas quitándose los trajes para meterse a los sótanos nauseabundos de los invadidos. Sólo nos queda suponer que los pobres soldados invasores de la cinta fueron mandados a una muerte segura por cumplir con los contratos de los fabricantes de trípodes. Si nos fijamos bien, a lo mejor distinguimos que en las naves dice ?Halliburton?.
Crítica: 3 estrellas de 5
Director: Steven Spielberg.
Guión: H.G. Wells (novela), Josh Friedman y David Koepp.
Música: John Williams.
Actores: Tom Cruise, Justin Chatwin, Dakota Fanning, Tim Robbins, David Alan Basche, David Alan Basche.