2 y media estrellas de 5
Por Max Rivera II
El Siglo de Torreón
TORREÓN, COAH.- La Isla arranca con un planteamiento interesante: desde que despiertan, los habitantes de un complejo ultra tecnificado, son fría y eficientemente sobreprotegidos. Se les proporciona ropa blanca planchadita, alimentos saludables, y se les conduce a sus labores, que son sencillas y monótonas.
Lo que al principio parece una utopía futurista rápidamente se vuelve sospechosa, ya que entre los habitantes circulan siempre guardias vestidos de negro, que veloces interrumpen cualquier charla o contacto inapropiado entre los habitantes, con amenazante cortesía.
El exterior es territorio prohibido. A los habitantes del aséptico complejo se les dice que el aire de afuera está mortalmente contaminado, y que el único lugar habitable que queda en el planeta es una paradisíaca isla, en algún océano indeterminado. Cada día en el complejo se realiza un sorteo, donde el afortunado ganador es trasladado a la isla para vivir la misma vida despreocupada, sólo que entre palmeras.
Casi todos viven sin cuestionarse estas extrañas condiciones, ya que debido a la contaminación exterior, sus memorias se borraron antes de ser trasladados al cómodo encierro. Pero uno de ellos, interpretado por Ewan McGregor, sufre de extrañas pesadillas, reta constantemente a la autoridad y sospecha que la lotería está amañada. Su mente inquisitiva lo lleva a hurgar tras la fachada de la organización y a realizar terribles descubrimientos.
Ahora le cuento lo que ocurre en la segunda mitad: un alacrán le pide a una rana que lo traslade de un lado del río a otro, sobre su lomo. La rana, naturalmente, desconfía del ponzoñoso solicitante y le manifiesta su miedo de resultar envenenada a medio camino. El alacrán la tranquiliza, asegurándole que sabe que tal acción sólo resultaría en la muerte de ambos por ahogamiento, cosa que de ninguna manera desea.
La rana es convencida por este razonamiento y acepta la solicitud del arácnido. A medio camino, para confirmación de sus temores, la rana siente el aguijón del alacrán sobre su lomo. En su agonía, el batracio reprocha su traición a la alimaña, y le hace ver que ahora ambos morirán. El alacrán apenas se disculpa, diciendo que no pudo evitarlo, que esa es su naturaleza de alacrán.
La vieja fábula sirve para ilustrar lo que pasa con la cinta. Usted y yo, los espectadores, somos la rana. Michael Bay, el director, es el alacrán. Inicia prometiéndonos una fantasía inteligente, pero su naturaleza lo obliga a culminar con las persecuciones y balaceras propias de las cintas de acción convencionales que acostumbra hacer.
Bay es el realizador de La Roca, Armagedeon, Bad Boys 1 y 2 y Pearl Harbor. Todas, a excepción de la del ataque a Hawai, son muy divertidas, pero huecas. El estilo hiperquinético de su cámara parece, más que un sello personal, un recurso para ocultar deficiencias, como un mago que agita desaforadamente una mano mientras saca las cartas de la otra manga. Su fría y plastificada fotografía es un reflejo de cómo le gusta que se vean sus diálogos y personajes, y por extensión supongo, verse a sí mismo: muy cool. Y como lo aprendimos en la secundaria, ser inteligente y cerebral no es cool.
La Isla es una oportunidad de crecimiento que Bay desaprovecha. Donde parecía haber campo para la ciencia ficción provocativa y la reflexión sobre los peligros de la manipulación genética y la comercialización de los avances científicos en clonación, el director acaba interesado sólo en el suspense más elemental.
Aun así La Isla es muy entretenida, y una secuencia en particular, la persecución con un trailer del que caen ruedas de tren, pertenece a la antología de las mejor ejecutadas que he visto.
Lo que desilusiona son las posibilidades inexploradas y el ser víctimas de la manipulación biológica deficiente, al obtener gato cuando se esperaba liebre. Culpa nuestra por esperar una imposibilidad genética, al pedirle peras al olmo de Michael Bay.