Por Max Rivera II
El Siglo de Torreón
TORREÓN, COAH.- No sólo no he leído los libros sobre la tierra de Narnia que escribió C.S. Lewis, ni siquiera sabía que existían. Así que para efectos de este escrito, considéreme parte de la terrible estadística acerca de los hábitos de lectura en México: menos de medio libro por año.
Ofrezco disculpas anticipadas por mi ignorancia a los fanáticos de la serie, que supongo son muchos menos que los del Señor de los Anillos o Harry Potter y se han sentido relegados, quizá hasta envidiosos, porque sus libros favoritos no se habían llevado al cine. Aunque pensándolo bien y ateniéndome a la estadística, es casi seguro que tal rivalidad no exista, porque se trate de los mismos lectores.
La baja popularidad de la serie de Narnia frente a las sagas que mencioné antes, o en comparación con los libros de Dan Brown, autor del Código DaVinci, pone a la cinta en una posición de arranque mucho menos ventajosa que las adaptaciones de las otras series, en lo que a taquilla se refiere. Hay una razón poderosa para esta desventaja, pero se la diré hasta el final.
C.S. Lewis, autor de los siete libros sobre la ficticia tierra de Narnia, fue en vida cuate del señor Tolkien, el de los anillos. Lewis hizo alarde de su ateísmo durante su juventud, pero gracias a la influencia y poder de convencimiento de Tolkien, ingresó a las filas del Cristianismo con la furia que sólo los conversos logran. En los libros de Narnia, dicen, hay sutiles alusiones a la figura de Jesús, y páginas enteras en las que se fusila descaradamente los evangelios.
En la película que recién se estrena, El León, La Bruja y El Ropero, cuatro pequeños hermanos son enviados por su madre a una mansión en la campiña inglesa, para protegerlos de los bombardeos que sufría Londres durante la segunda guerra mundial. En la mansión, la menor de las niñas descubre un ropero mágico, que es portal para una dimensión paralela, el mundo de Narnia.
Un fauno le da la bienvenida a la pequeña y ofrece llevarla a su cueva. Ella acepta gustosa, porque no sabe que a los faunos también se les conoce como sátiros. No se alarme, Lewis tuvo la precaución de castrarlos con su pluma, para apagar el conocido apetito sexual de los mitológicos seres. La niña se entera de que Narnia se encuentra bajo el dominio de una bella pero perversa bruja, que ha condenado al país a sufrir un invierno perenne.
La pequeña vuelve a la mansión y hace que sus hermanos entren a Narnia. Ahí van conociendo a muchos animales creados por Dios, que en esa tierra poseen el don del habla. También conocen a un montón de parlantes personajes de origen pagano, armados por los griegos y romanos con pedacería de la creación original.
Este país de fantasía parece un jardín del edén en el que los habitantes no fueron expulsados, pese a haber comido la fruta prohibida a llenar. Revueltos sin importar su naturaleza, divina o pagana, los pobladores de Narnia están divididos en dos bandos de gran originalidad: los buenos y los malos.
Resulta que la presencia de los hermanos humanos confirma una antigua profecía, según la cual el león Aslan volverá de su exilio para derrocar a la bruja usurpadora y colocar en el trono a los cuatro hermanos. Este reinado de cuatro cabezas traerá paz y prosperidad para Narnia, y no parálisis gubernamental y caos, como lo vemos con tres poderes en tierras menos fabulosas.
La cinta es divertida y un placer para los ojos. Es notable el grado de perfección que se ha alcanzado con la animación tridimensional de los animales y personajes fantásticos, especialmente en el detallado de las pelambres, que dan ganas de acariciar. A este ritmo, en poco tiempo veremos animaciones con apariencia más realista que los actores de Hollywood con sus plastas de maquillaje.
Cabe advertirles a los papás que al avanzar la trama, las cosas se van poniendo violentas, sin llegar al grado de Corazón Valiente o un documental del Discovery Channel. Puede ser particularmente impresionante para los más chicos la escena de la batalla entre los ejércitos de la Reina Bruja y Aslan, que simbolizan al diablo y a un Cristo bravucón. Y aunque la referencia a Jesús es más que evidente, con episodio de monte de los olivos y crucifixión incluida, no crea que la película es del todo idónea para los niños del catecismo.
El éxito de estas series entre los mas jóvenes nos hace preguntarnos por qué los escritores creen que los niños sueñan con monarquías. Basta esta razón para preferir a otro autor sobre Tolkien o Lewis. Hablo de George Lucas. En su saga espacial hay imperios que derrocar y parlamentos que, aunque conflictivos, son preferibles a los emperadores.
Prometí ofrecerle una razón poderosa, a juzgar por las películas, que explica la mayor popularidad de las historias de El Señor de los Anillos o Harry Potter sobre Las Crónicas de Narnia. Sencillamente son mejores.