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Cinecrítica / Tiempo de Volver a ver Whisky

Crítica 3 1/2 estrellas de 5

Por Max Rivera II

El Siglo de Torreón

TORREÓN, COAH.- Uno de los signos de nuestros tiempos debe ser la fe ciega que depositamos en las píldoras. La confianza en que un par de ellas, un sorbo de agua y unos minutos de espera bastan para que hagan efecto siglos de conocimiento humano, comprimidos en quinientos miligramos de polvo. Son como pequeños viajes en el tiempo, porque prometen restaurarnos en un yo anterior, en una percepción ideal de nosotros mismos en el pasado. Volver a ser como éramos antes del dolor, de la enfermedad, la locura o la tristeza.

En Tiempo de Volver, Zach Braff escribe, dirige e interpreta al personaje principal, un casi treintañero que ha tomado medicamentos psicotrópicos durante la mayor parte de su vida. No hablamos de un valium ocasional, sino de cocteles pesados potenciados con litio, que es el equivalente psicotrópico al pez globo de la comida japonesa: bien preparado es una maravilla, mal cocinado te mata.

El personaje de Braff vive en Los Ángeles, donde alterna el trabajo de mesero con pequeños papeles secundarios en películas. Según la cinta, ambos trabajos los realiza en piloto automático, lo que se antoja difícil por el grado de concentración que ambos exigen, pero apenas importa, porque casi comenzando la película Braff recibe una llamada de su padre desde Nueva Jersey, su tierra natal, informándole que su madre paralítica ha muerto.

En el funeral se reencuentra con dos ex compañeros de escuela que trabajan en el cementerio. Éstos lo invitan a una fiesta, que será el inicio de tres días de juerga y vagancia que le servirán para evitar a su padre y encontrarse a si mismo. Nótese que no digo reencontrarse, porque el personaje no se ha conocido nunca. Decidió que durante el viaje no va a tomar ninguna de sus pastillas y está apenas por enfrentarse a la versión de sí mismo que no toma drogas.

Y resulta ser un tipo agradable, inofensivo y bien intencionado. Nada que ver con el niño violento y descontrolado al que su propio padre psiquiatra forzó a tomar tranquilizantes. El padre no lo hizo sin razón, no es un monstruo. Pero si fue en buena medida una venganza contra el pequeño que durante una rabieta empujó a su madre, que tropezó y al recibir un mal golpe, quedó paralizada.

Quizá planteada de esta manera la historia suena a tragedia, pero no lo es. Se trata de una mezcla bien balanceada de drama y comedia, además de prometedora opera prima de su director. Braff es algo exagerado e inmaduro para plantear los antecedentes de sus personajes, pero sumamente hábil para mostrar las relaciones entre ellos, especialmente el romance que surge entre su personaje y el de Natalie Portman, una chica encantadora que sufre de epilepsia y es muy rara, no por su enfermedad, sino porque no tiene ninguna bronca familiar

Y, por extraño que resulte para un drama sobre las angustias de la adolescencia tardía y el paso a la madurez, el mensaje último de la cinta es que no tienes por que irte de tu pueblo natal, ni alejarte de tus padres. Es una moraleja inusual en el cine gringo, y el momento es apropiado. Parece obvio, pero a veces se nos olvida que cuando las tempestades llegan, a nuestra casa o a nuestro cuerpo, necesitamos echar mano de todo el amor incondicional que se pueda.

Braff tiene casi treinta años, la misma edad de los directores uruguayos Pablo Stroll y Juan Pablo Rebella, directores de la excelente Whisky, que ya tuvimos la oportunidad de ver durante la muestra internacional. A diferencia del norteamericano, los uruguayos decidieron representar la angustia existencial propia de la edad, con una anécdota sobre un par de hermanos sesentones que también se reencuentran tras la muerte de la madre.

Whisky es una comedia lenta, que se toma su tiempo para narrar la historia de los hermanos Köller. El mayor vive en Montevideo, y se dedica a fabricar calcetines en un local miserable. Sus días pasan monótonos, en una especie de catatonía emocional. El menor se dedica a lo mismo, pero en Brasil, y tiene un carácter de exhuberancia fingida propia del vendedor amigable. El mayor le ha pedido a una de sus empleadas que pretenda ser su esposa durante la visita del hermano, quizá para que no lo moleste por su soltería empedernida, quizá simplemente para no tener que quedarse solo con él.

A insistencia del menor, los tres realizan un viaje al balneario que los hermanos visitaban en la infancia. El paseo resulta en una experiencia agridulce y desesperante, que les ofrece infinitas posibilidades para el perdón y la unión. Aún así, los personajes se las arreglan para desperdiciarlas todas y volver más solos todavía.

Vea ambas cintas, que aunque diferentes, comparten un mismo tono emocional. Haga un ejercicio de boticario, repartiendo las dosis de medicamentos entre los personajes principales de ambas. Verá que las pastillas que le sobraban a uno serían una bendición para el otro.

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