3 estrellas de 5
Por Max Rivera II
Según la encuesta realizada cada año por un fabricante de preservativos, la edad promedio mundial en que se pierde la virginidad es de 17.7 años. Las mujeres la pierden un poco antes, a los 17.5 mientras que los hombres lo hacen a los 17.8.
Si los números le parecen escandalosos, antes de culpar a los medios por sus abundantes contenidos sexuales, revise la historia de su propia familia. Es muy posible que su abuela o bisabuela hayan procreado aún antes. Recordemos que la concepción en los tiempos anteriores al In-Vitro, tenía un requisito indispensable. Y no es el matrimonio.
Los llamados que hacen educadores, puritanos, gobiernos e iglesias para que los jóvenes retrasen el inicio de su vida sexual, seguirán cayendo en oídos sordos hasta que alguien se le ocurra la manera de hacer de la abstinencia un pasatiempo enloquecedoramente divertido.
Es difícil imaginar un mejor modo para matar el tiempo mientras llega la credencial del IFE. A esa edad, apenas se puede pensar en otra cosa. Es sexo se idealiza y se vulgariza. Y cuando por fin se consigue, es sorprendente descubrir que es ambas cosas, un equilibrio de lo sagrado y lo mundano en nosotros, como el Ying y el Yang, símbolo que no en balde nos recuerda un sesenta y nueve.
Pero el personaje principal de Virgen a los Cuarenta hace mucho que dejó de ser adolescente, y bien podría ser padre de uno. Steve Carell interpreta al almacenista de una tienda de electrónicos que? en fin, no sé si tendrá caso contarle el planteamiento, porque pocas veces llega un título que sintetice tan bien el tema y tono de la cinta.
El personaje de Carell es un tipo agradable e inofensivo que se traslada en bicicleta y colecciona muñequitos. Cuando se tienen diez años no se necesitan pretextos para hacer ninguna de las dos cosas, pero el cuarentón es objeto de merecido escarnio por sus costumbres. Sus compañeros de trabajo, al descubrir que además es virgen, se embarcan en la misión de emparejarlo a toda costa.
La película deviene entonces en una serie de episodios, unos más graciosos que otros, en donde la humillación al virgen es la constante. Debo advertirle que el humor de la cinta es bastante crudo, de modo que si le disgusta escuchar o leer groserías o no tolera los chistes obscenos, absténgase de ver la película o de entrar al baño de cualquier escuela secundaria. Para los demás, que si nos llevamos pesado, es un muy buen cotorreo.
El director Judd Apatow balancea con éxito los chistes gruesos con el toque de ternura que se requiere para que los personajes resulten simpáticos y creíbles. Nos encontramos en el terreno de cintas como Loco por Mary, o cualquier otra de sus directores, los hermanos Farrelly. Éstos hermanos han perfeccionado un estilo que, a mi gusto, alcanzo su máxima expresión en Amor Ciego. Apatow demuestra en su debut que tiene potencial para igualar o superar a los maestros del subgénero, la ?comedia romántica vulgar impúdica?.
Steve Carrell, el virgen, surge como un buen sustituto para los roles que no quieran pagarle a Ben Stiller. Por si no lo reconoce, es quién interpreta al rival de trabajo de Jim Carrey en Todopoderoso. En esa cinta hacen juntos una escena memorable, en la que Carrey obliga a Carrell, con su poder divino, a hacer un ridículo espantoso mientras conduce un noticiero. Debo reconocer con vergüenza que este tándem bobo es uno de los momentos que más me han hecho reír en mi vida de espectador de cine.
De estos placeres culpables está llena Virgen a los Cuarenta, que aunque dura casi dos horas, siento que debió durar más. En varios momentos de la cinta se hace evidente que faltan pedazos, cuando los personajes tienen virajes emocionales inesperados. Pienso que esas fallas se deben a la presión de recortar la cinta a una duración comercialmente aceptable, más que a errores de manufactura.
Hechas las advertencias necesarias, le recomiendo que vea Virgen a los Cuarenta, una cinta con pocas pretensiones que logra bastante más. Los motivos que esgrime el personaje para justificar su situación sexual no resultan tan absurdos como pudiera parecer. Es de verdad sencillo dejar pasar muchas de las oportunidades que el sexo nos presenta y, por cobardía o convicción, hacer omisión al pecado.
La abstinencia debe ser difícil, pero de ningún modo imposible. Si la vida fuera como las desbocadas fantasías masculinas, las mujeres comprenderían que el celibato exige apenas un poco más de disciplina que la monogamia.