Respetuosamente le solicito amigo lector una disculpa anticipada por el título de este artículo, pero francamente no se me ocurrió ningún otro, al ver esas patéticas fotografías del hermoso Cañón del Sumidero en Chiapas pletórico de basura flotando sobre el río; o al ver otras imágenes de playas en Acapulco, Zihuatanejo, o (ponga usted aquí cualquier balneario que se le ocurra), igual: sucias, llenas de basura y contaminantes vertidos por unos “ciudadanos” que de ello tienen sólo el nombre y la credencial para votar, pero que demuestran con sus acciones insalubres y desordenadas vivir en épocas anteriores a la invención de la rueda, puesto que de buena educación, cultura y civilidad les falta mucho.
Muchas veces se ha dicho que la ciudad o la casa más limpia no es necesariamente la que más se barre, sino la que menos se ensucia. Hoy desgraciadamente la falta de educación cívica que a fin de cuentas es simplemente falta de educación y de urbanidad, lleva a que muchos ríos, lagos, playas, carreteras, campos y por supuesto calles de nuestras ciudades aparezcan como auténticas pocilgas y aquellos auténticos cerditos que las ensucian, todavía tengan el descaro de acusar a las autoridades municipales, estatales y federales de indolentes por no tener plenamente aseado el entorno.
Al simple problema de tirar basura en la vía pública, desde la minúscula colilla de cigarrillo, hasta grandes bolsas de basura generada en los hogares y que se tira en la calle al soslayo de la noche, hay que agregar el miedo a combatir el graffiti que ha ensuciado tremendamente bardas y monumentos de nuestras ciudades.
El ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani logró revertir altísimos índices de inseguridad pública, violencia y delincuencia, de la mano de una frase que en su momento fue calificada de fascistoide: Cero Tolerancia. En Nueva York de la mano de esa estrategia se empezó a castigar severamente desde tirar basura, hasta romper vidrios por diversión, o hacer pintas en las paredes de las propiedades ajenas.
Con los castigos aplicados a los llamados delitos menores, como de milagro se abatieron de repente los índices delictivos que iban a la alza, puesto que Giuliani comprobó que cuando la autoridad manifestaba con su inacción una especie de indiferencia ante pequeños actos considerados faltas administrativas, los ciudadanos también empezaban a relativizar su conducta y llegaban a realizar delitos de mayor envergadura confiados en esa inacción de la autoridad.
En Singapur es constatable un hecho semejante: dejar distraídamente pegado en un lugar público un chicle masticado, puede causarle al que lo hace una costosa infracción y un arresto administrativo que lo pone a limpiar vías públicas. También esa ciudad-Estado, tiene mínimo índice de delincuencia. El desaseo de calles y paredes y por supuesto la tolerancia ante esa falta de respeto ciudadano que es ensuciar la vía pública, no sólo convierte en detestables a naciones que se dejan vencer por ese mal, sino que son también fomentadoras de inseguridad y delincuencia.