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Columna de Arturo Brizio

LA CARPA.

El futbol es un fenómeno cuya explicación suele ser compleja.

De entrada, cómo entender un juego que se convierte en deporte, pasa a ser un espectáculo y termina siendo un inmenso negocio, y todo en manos de un reducido grupo de dirigentes que pretenden reglamentarlo.

Los altos mandos del futbol mundial han defendido a capa y espada la universalidad del balompié, intentando dictar normas que den cauce, desde el futbol llanero hasta los torneos de clase mundial, y es justo ahí, donde surge el primer desencuentro.

El futbol amateur hace mucho tiempo que dejó de ser un semillero del profesional; los clubes prefieren jugadores que han crecido en su seno y sienten los colores de la institución, por lo que sus ojos rara vez miran al llano, donde practica el deporte la inmensa mayoría de los jugadores.

En ese orden de ideas, la prioridad absoluta la tiene el futbol profesional, y aún dentro de él, es la Primera División y la Selección Nacional quien acapara los reflectores, la atención de público y medios y, obviamente, los dineros.

En México, las divisiones inferiores o de ascenso en nuestro futbol prácticamente no existen en el organigrama de la Federación. Perdón, existen desde el momento que se les considera ?profesionales? y pagan el costo de franquicias, fianzas, avales así como la fortuna que generan los pagos de tarjetas amarillas, rojas y reportes arbitrales, pero esencialmente le importan un bledo a los verdaderos dueños del balompié nacional.

Una Tercera División que se debate entre lo profesional y lo amateur, con equipos con y sin derecho a ascenso, con límite de edad no se puede tomar en serio si creemos que puede ser un semillero de la Primera.

La Segunda División, empobrecida en nivel competitivo y en participantes, tampoco garantiza un camino ascendente a sus jugadores; y la Primera A, llena de filiales de los clubes grandes, con exceso de extranjeros y un nivel de juego deplorable, termina este penoso recuento por los niveles de nuestro balompié.

Queda entonces la Primera División dirigida ahora por un Consejo de Dueños que pretenden regularla, manejarla con criterio empresarial y hacerla rentable.

Eso suena maravilloso, pero desgraciadamente no son los dueños realmente quienes manejan la operación, cediendo esa acción en personas que no necesariamente conocen, siguen criterios deportivos o en el mejor de los casos, son honestas.

Así, tenemos una gran carpa que pretende divertir pero que a veces sólo proporciona llanto.

Como cualquier circo que se respete en la carpa futbolística tenemos enanos, trapecistas, domadores, fieras a lo bestia, ilusionistas, payasos, encantadores de serpientes, hombres fuertes, contorsionistas y hasta títeres.

Por lo menos, eso se desprende de las declaraciones de Alejandro Burillo en el curso de la semana donde acusó al presidente de la Federación, Alberto de la Torre, de ser un títere del Consejo de Dueños y particularmente de Televisa.

Suena fuerte la sentencia de Burillo, sobre todo cuando él fue parte fundamental de la empresa televisora, y en algún momento, el hombre fuerte del futbol nacional.

Si existe manipulación, de eso debe el ?güero? saber un rato.

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