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Columna de Arturo Brizio

ENTEREZA.

Sonó el silbatazo final en la vida de Horacio Casarín Garcilazo, jugador de futbol y persona querida y apreciada dentro y fuera del terreno de juego.

Casarín fue, indudablemente, el primer gran ídolo del futbol mexicano. Su calidad, personalidad y el haber jugado en los clubes más importantes de la época lograron acrecentar una fama que poco a poco se fue convirtiendo en leyenda.

Lo increíble de la idolatría popular radica en la ausencia de televisión en la época en que jugó Casarín sobre todo con Necaxa y Atlante; era la radio el instrumento comunicacional a través del cual la gente formaba mitos, construía castillos y reverenciaba igual a un boxeador, un matador de toros, un futbolista o hasta la ficción de la radionovela, que aglutinaba junto al aparato a las familias mexicanas.

Por supuesto que los noticiarios, producidos con la magia del cine y que precisamente en las salas cinematográficas del país se mostraban antes de la función estelar y que eran conocidos como ?cortos? ayudaron a vestir de carne y hueso a esas deidades del deporte.

A Casarín, además de todo este entorno mágico le ayudó su formación familiar, el hecho de ser un atleta, un profesional sin mucha paga pero que cuidó su físico al detalle y el haber aparecido incluso en un par de películas con el inolvidable Joaquín Pardavé donde encarnó precisamente a un futbolista.

Sin embargo, por las pláticas tenidas con mi padre y otros viejones de la época, el rasgo más sobresaliente de la personalidad de Horacio Casarín fue la entereza.

Cuando Casarín era ya un jugador aclamado fue lesionado en un partido que se jugaba en el viejo Parque Asturias y la gente se enfadó tanto que le prendió fuego a la tribuna, entonces de madera, para reprobar la artera falta.

En todos los equipos en que jugó mostró siempre su disciplina y apego al trabajo, llegando incluso a emigrar a España donde no pudo consolidar su carrera.

Procreó un hijo con su esposa María Elena King pero el gran atleta no pudo reflejarse en el vástago pues la enfermedad le aquejó desde el nacimiento.

A todo se sobrepuso Horacio menos a la muerte de su compañera, acaecida hace poco más de un mes, y el fantasma del Alzheimer por fin lo liberó.

Descanse en paz un hombre ejemplar, un hombre bueno, en suma un ídolo.

De los equipos en que jugó Horacio Casarín existen todos menos el España y el Zacatepec.

Debutó con Necaxa, siendo integrante de aquel legendario equipo de los ?Once hermanos? y luego pasó al llamado ?equipo del pueblo?, el Atlante, donde incluso fue campeón. En ambos conjuntos volvió a incursionar tiempo después.

También jugó para el América, allá por la temporada 55-56 retirándose con la casaca del Monterrey un año más tarde.

Asistió al Mundial de Brasil en 1950 y unos Juegos Panamericanos, siendo muy joven, en Panamá 1938.

Fue además director técnico y su máximo logro fue el subcampeonato dirigiendo al equipo de sus amores, Atlante, en 1982.

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