PELIGROSA VIOLENCIA.
Los incidentes violentos dentro y fuera de los estadios de futbol en nuestro país deberían ser motivo de alerta máxima para todos los involucrados. Directivos, jugadores, entrenadores, prensa, así como los diferentes niveles de gobierno tendrían que estar ocupados en un plan global de combate a un fenómeno que no por reciente deja de ser tremendamente peligroso.
La reflexión que trae aparejada la última manifestación violenta en el balompié, donde un orate invadió el vestidor del equipo visitante en Colima, armado con una pistola, amenazando a un futbolista inerme, y después, acompañado de otros gorilas, golpearon a los representantes de un medio de comunicación nacional, es saber si la gota que derrame el vaso será uno o varios muertos.
La tragedia está cada día más cerca de presentarse cuando no parece haber nadie que meta en cintura a la gente del futbol.
No deja de ser curioso que estos acontecimientos se hayan presentado en una entidad como Colima, que presenta los más altos estándares de seguridad y combate a la delincuencia y que obviamente deja muy mal parado al Gobierno del Estado. Pero también es preocupante que aparezcan en el equipo de futbol personajes de turbio pasado que han estado involucrados en el manejo de equipos presuntamente vinculados con dinero proveniente del narcotráfico como La Piedad y el Querétaro.
La solución, nada fácil por cierto, está en que cada uno de los actores asuman su responsabilidad en el campo de su quehacer.
Los directivos, dejando de promocionar y patrocinar a las ?barras bravas?, que no son más que delincuentes que se disfrazan de porristas para asistir de gorra al estadio a armar camorra.
La Federación Mexicana de Futbol debe modificar su programa de avales para poder cerciorarse de la solvencia moral de sus afiliados. No es la primera vez que gente más identificada con el crimen organizado que con el deporte irrumpe en nuestro futbol. Recordemos que es una obligación estatutaria velar por el más alto interés, en este caso la limpieza del deporte.
Los jugadores y entrenadores terminando con actitudes belicosas y provocadoras que conectan demasiado rápido con la tribuna incitando a la violencia.
Los árbitros tomando todas las providencias a su alcance para prevenir situaciones anómalas exigiendo seguridad y vigilancia en los estadios.
Los gobiernos municipales otorgando todas las garantías, sobre todo a los equipos visitantes y los legisladores promoviendo leyes y reformas que permitan sancionar con dureza a todo aquel que atenta contra la seguridad del juego y de los verdaderos aficionados.
Justo es reconocer que la magnitud de la tarea es inmensa pero también es necesario llamar la atención de que esta cruzada en pro de la seguridad en el futbol puede ser la punta de lanza de programas que ayuden a sanear el muy deteriorado tejido social.
Impidamos todos que las minorías violentas ahuyenten a nuestras familias de los estadios.
Debemos marcar nuestro territorio con la belleza del juego y decirle a los vándalos: ?no pasarán?.