DE AMOR Y ODIO.
por
Arturo Brizio Carter.
Hay personajes en todos los ámbitos del quehacer humano que acaparan la atención, dividen opiniones y polarizan rencor y afecto; en el futbol tenemos varios ejemplos a nivel internacional, como Diego Armando Maradona, idolatrado al grado del idiotismo en Argentina y cuestionado por su errático proceder personal.
En México hay tres ejemplos claros de esta especie de luz y sombra y se desempeñan en cargos diferentes, pues uno es jugador activo, otro director técnico y el restante es propietario y directivo de un popular club de futbol.
¿Ya adivinó? Creo que sí, pues no se necesita ser vidente para saber que hablamos de Cuauhtémoc Blanco, Hugo Sánchez y Jorge Vergara.
Cuauhtémoc Blanco posee un don inigualable para jugar al futbol, ya que su rapidez mental, gran técnica individual, malicia y picardía lo convierten en el mejor futbolista mexicano en la actualidad. Sin embargo, sus innecesarias bravatas en el terreno de juego, el constante reclamar decisiones arbitrales, la provocación burlona del rival y su vida poco privada hacen de él un centro de atracción y polémica.
Hugo Sánchez Márquez es otro botón de muestra de esa notoriedad basada en el amor o el odio.
La voz del pueblo, que según los entendidos es la voz de Dios, aclama a Hugo como el más grande futbolista en la historia del balompié en México. Sus hazañas y logros todavía lo convierten en un personaje donde quiera que va, y la mentalidad ganadora, el blindaje emocional que le permitió sobreponerse a todas las adversidades se siguen citando como ejemplo no sólo en el medio deportivo sino incluso empresarial.
Sin embargo muchos piensan, creo que el mismo Hugo incluido, que no logró convertirse en un ídolo. Sus virtudes técnicas lo encumbraron a la cima pero su personalidad le impidió esa rara conexión con el pueblo que se da contadas veces.
Quizá por eso Sánchez Márquez nunca se ha bajado del ring y sigue persiguiendo fantasmas y denostando a quien no le cae bien o no piensa como él.
Genio y figura hasta la sepultura, por lo que habrá que aceptarlo como es aunque en este momento sus bonos no anden precisamente por las nubes.
Finalmente, hablemos del empresario Jorge Vergara, dueño de las Chivas y promotor de un ambicioso proyecto que trasciende en mucho la esfera deportiva.
De Vergara se han dicho muchas cosas, la mayoría de ellas infundadas, como por ejemplo que si lava dinero, que si es narcotraficante o prestanombres de algún capo de la droga, en fin, y digo infundadas no porque sea yo su promotor o abogado defensor, sino porque no hay indicios por ese lado y en nuestro país nada lastima más que el éxito ajeno, sobre todo notorio y repentino.
Desde la adquisición del Club Guadalajara, Vergara ha venido haciendo cosas que rompen paradigmas y esquemas que por aprendidos se creía no podían cambiar.
Limpiar de publicidad la camiseta rojiblanca, vender sus productos en el Estadio Jalisco, correr de las inmediaciones del mismo a quien venda mercancía pirata, jugársela con elementos surgidos de la cantera y proyectar un nuevo estadio, son sólo muestras de su muy peculiar estilo de administrar.
De este trío de polémicos, hoy Vergara festeja el triunfo de su Saprissa ante Pumas, Hugo tiene que rumiar su doble fracaso en la Liga y en la Concacaf, y Blanco sueña con, por fin, ser campeón.