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Columna/Tortuoso

Arturo Brizio Carter

Vaya complicaciones que ha traído el asunto de los jugadores dados de baja de la Selección Mexicana de futbol en la Copa Confederaciones 2005. Salvador Carmona y Aarón Galindo fueron encontrados culpables de consumir decavar, producto que contiene sustancias prohibidas como testosterona y norandrosterona, que tienen por objeto aumentar la masa muscular.

Queda claro que los jugadores son culpables de la ingesta puesto que el dopaje es, por definición, el consumo de cualquier sustancia prohibida con la intención de obtener un aumento artificial en el rendimiento físico; por ello deben ser sancionados, pero creo que hay circunstancias para considerar que un año es absolutamente excesivo.

Aarón Galindo es el primer responsable que rompe el silencio y ha manifestado que informó al médico de la Selección, José Luis Serrano, la toma del supuesto complemento alimenticio previo al examen antidoping practicado en México, lo que hace presumir la corresponsabilidad del galeno.

Haciéndole al abogado del diablo, quiero compartir con usted los argumentos que esgrimiría para apelar la decisión de los federativos en torno al castigo.

Los jugadores fueron dados de baja por decisión de sus compañeros por violar, según el dicho del propio Ricardo La Volpe, códigos internos. Perdón, pero si ya se sabía lo del dopaje esto no es un asunto interno y era la máxima autoridad de la Federación en el torneo quien debió ordenar el regreso de los futbolistas.

Según otra declaración del estratega nacional, se quiso tapar el asunto inventando lo de la indisciplina, lo cual es aberrante pues se admite que se le trató de ver la cara a la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA).

A los jugadores los juzga y castiga el Consejo Nacional cuando por reglamento el órgano encargado de investigar y sancionar es la Comisión Disciplinaria y sólo en la apelación debería aparecer el Consejo. Como se hizo al revés se podría dar el risible caso de que un tribunal de menor jerarquía resolviera un recurso de apelación. Esto resulta algo francamente increíble.

En casos parecidos a nivel mundial, la sanción para los jugadores que por primera vez son encontrados culpables de dopaje ha sido, en promedio, de tres meses, por lo que la pena de un año parece inusitada.

La realidad es que la celeridad con que se obró y la torpeza que la prisa trae consigo parecen ser más un obsequio a la FIFA que un deseo de hacer justicia.

Como modernos Herodes Antipas, nuestros federativos ofrecieron la cabeza de dos atletas a esa insaciable Salomé que es la FIFA.

Ahora el técnico Ricardo La Volpe se envuelve en la bandera y defiende a Serrano poniendo en la mesa su enésima renuncia.

¡Lo que falta por ver!

Vale también la pena recordar que tras la baja de los jugadores se anunció un pacto de silencio de todos los involucrados, sin embargo, los únicos en cumplirlo fueron los sancionados hasta que Galindo habló, sintiéndose sin duda abandonado por el resto.

Ahora La Volpe, con nula ética, habla abiertamente de comentarios vertidos por Ricardo Osorio y Francisco Fonseca para poner en tela de juicio a todo el Cruz Azul. ¿Qué pasó con el código de honor, don Ricardo?

Abundando en el tema, los jugadores no fueron citados ni escuchados para emitir la decisión y sabido es que una garantía constitucional es, por lo menos, ser oído en un juicio y saber exactamente la causa de la acusación. Galindo y Carmona, estoy con ustedes.

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