Observa de frente a tu compañero/a. ¿Qué trae puesto? Observa sus accesorios, su ropa, sus zapatos. ¿Cómo los lleva? Los participantes escuchan la dinámica que propongo. ¿Ya? Ahora, colócate de espaldas a él o a ella para que no pueda ver y cambia tres cosas de tu persona. Lo que sea? ¿Listo? Ahora de nuevo, uno frente al otro, adivinen cada cual lo que el otro se cambió. Escucho risas de los participantes? ?Te quitaste los lentes?, ?Te quitaste un zapato?, ?Tú, un arete? ¿Fácil no? Hasta ahí, todo funciona muy bien.
Ahora, de espaldas una vez más, durante el siguiente minuto, cámbiate diez cosas nuevas, diferentes. Por unos segundos, silencio, mientras las frentes se arrugan. Después las voces brincan y se dejan escuchar con reclamo y, me atrevería a decir, hasta enojo. ¿¡Diez!? ¡¿Cómo?! ¡¿En un minuto?!
Después de haber practicado esta dinámica cientos de veces ante los más variados auditorios, puedo comprobar que el cambio es algo que nos cuesta trabajo, nos incomoda. ¿Te ha revolcado una ola? Bueno, pues ésa es la sensación que produce un cambio. No sabemos dónde está el cielo, la arena, ni el traje de baño. Asimismo, frente al cambio nuestra mente se pasma, se paraliza, como si se rehusara a escuchar, tal y como un perro reacciona cuando está feliz echado en la alfombra y le pedimos que se salga de la casa.
He aprendido, también, que asociamos la palabra ?cambio? con ?pérdida?. La mayoría de la gente, para cambiar, piensa de inmediato en quitarse cosas; casi nadie agrega algo como símbolo de cambio.
Pero, lo que más me impacta cada vez que lo aplico es lo siguiente: Si esta dinámica es entre jóvenes, la flexibilidad y capacidad de transformación es impresionante; a la velocidad del sonido, se cambian mil cosas y hasta he llegado a tener desvestidos en el auditorio sin la menor preocupación. Sin embargo, si la dinámica la aplico entre personas entre alrededor de los 40 ó 50 años, la rigidez y resistencia a cambiar es mayor, y no se diga cuando la apliqué a un grupo de retirados de una paraestatal. Ya m?hijita? ya me cambié cosas? me decían todos, parados cual estatuas de parque. ¡Todos seguían igualitos! ¡Fracaso de dinámica! ¡Nadie cambió nada! Ese día aprendí algo.
La rigidez envejece
Podríamos generalizar y decir que, entre más jóvenes, más flexibles y abiertos estamos al cambio, nuestro cuerpo, conducta y cerebro lo reflejan; sin embargo, entre más grandes, oponemos más resistencia a cambiar, por ende nos volvemos más tiesos y decadentes. Esto no es sólo a nivel físico, sino mental también.
Los antioxidantes, por sí solos, poco sirven. Lo que más regresa nuestro reloj biológico, es cultivar la flexibilidad y la creatividad. Flexibilidad viene de dejar ir, de adaptarse, renovarse en cada momento.
Conforme crecemos, no sólo nuestras coyunturas se endurecen, sino nuestras conexiones neuronales también; su rigidez es menos visible que en el cuerpo, sin embargo, el daño es mayor y, además, es menos probable que sane en cuatro o seis semanas.
La práctica del yoga estira el cuerpo para que la mente adquiera una flexibilidad paralela. Nos reta a tomar posturas que nunca pensaríamos lograr. Y, con el tiempo? las logramos.
¿Cuándo empiezo a tener síntomas de rigidez mental?
Cuando no puedo salir de mi casa sin mi oso, mi almohada o mi silla. Cuando dejamos de ver las diferentes opciones en una situación, cuando me acostumbro a pensar dentro de una caja. Cuando insisto en que mi hijo siga la carrera que yo quiero. Cuando todos los días desayuno lo mismo. Cuando me enojo de todo. Cuando empezamos a usar expresiones como: ?Así soy, no voy a cambiar?, ?A mí no me gusta probar nada nuevo?, ?No a mí ya me rebasó la tecnología?, ?A mí, ¿qué me pueden ya enseñar??, ?No me gusta viajar?, ?Ya estoy muy vieja para esto?? y demás. Cuando soy tajante en mis juicios, cuando veo la vida en blanco y negro, cuando me vuelvo un criticón, cuando encuentro que estoy lleno de mañas y no puedo dormir sin calcetines; cuando me obsesiona la perfección.
¿Cómo puedo hacerme más flexible?
Hay dos formas: una, es observar mis reacciones. Tratar de entender cuando mi mente se vuelve inflexible, adquirir conciencia y retarla, así como en las posturas de yoga. Tomar decisiones que provoquen que se estire con delicadeza un poco más. Conforme gana flexibilidad, estirar más y más, dispuestas a poner pie en lo desconocido, el terreno de las posibilidades. Éste es un ejercicio que nunca se detiene.
Y la otra, es poner la flexibilidad en práctica: si siempre pido pescado, ahora pido carne, si siempre traigo el reloj en la izquierda, ahora en la derecha, si acostumbro ir a un lado, voy a otro, si nunca he tomado una clase de tai-chi, ¿por qué no probar? Abrir mi mente a nuevas posibilidades. Primero en cosas sencillas, para posteriormente abrir mi mente a asuntos más relevantes. Quizá, desprenderme de mis posesiones y mis posiciones.
Si partimos de la premisa de que no hay nada más constante que el cambio, te invito a que nos preguntemos: ¿Con qué cambios, en mi persona, me estoy adaptando al cambio? Por lo que podemos concluir que, ?El secreto de la eterna juventud es? ser flexibles y estar abiertos al cambio?.