Nos quedamos helados al escuchar la frase que titula esta columna. No sólo por lo que encierra, sino por la persona de quien proviene: una joven de veintisiete años, inteligente, delgada, atractiva, con carrera, muy buena para los deportes y, como se suele decir, hija de buena familia? y con once años de ser adicta a las drogas.
Así como con ésta, me asombra lo que escucho en la serie de entrevistas que mi querido amigo Yordi Rosado y yo, realizamos a jóvenes adolescentes con el fin de introducirnos en el mundo de las niñas para saber qué les preocupa, qué las motiva y a qué se enfrentan.
Hemos podido constatar que, detrás de ese uniforme de escuela, de esa joven con aspecto normal, que aparenta ?tenerlo todo?, se encierra un mundo del cual los papás somos ajenos y con frecuencia ignoramos. Su mundo interior.
Con la autorización de Regina, transcribo una parte de lo que nos cuenta.
¿Por qué siento que lo que la vida me ofrece no es suficiente para querer vivirla? Me siento muy sola. Estoy sentada en el salón de clases y escucho al maestro que explica no sé qué cosa; somos 42 alumnos, cualquiera diría ?no estás sola?... Pero yo no lo veo así. Nada me satisface. Siento que no pertenezco a nada ni a nadie; aun cuando estoy con mis amigos.
En mi familia me quieren mucho, no lo dudo; sin embargo, no me quieren como yo quiero que me quieran. Me siento menos que los demás. Quiero llamar la atención a como dé lugar. Por más que hago, siento que no cubro sus expectativas. No soy suficientemente NADA y estoy harta de sentir siempre lo mismo.
Tengo todo, pero no sé por qué me siento así. No expreso lo que siento porque o no me pelan, o me tachan de loca, o no me creen. Mi única opción es drogarme (con alcohol o drogas, no importa con qué) para no sentir, no me importan las consecuencias que me pueda traer, y además? si me muero, mejor.?
?Regina, ahora que estás recuperada, después de once años de ser adicta, ¿qué hubieras querido que tus papás hicieran?
Aun cuando en mi familia era aceptada, no lo sentía de esa manera. Me gustaría que me hubieran hecho más caso, que se acercaran a mí, que me reconocieran; que me preguntaran cómo me sentía. Buscaba esa aceptación que yo misma no me tenía. Siempre tuve broncas con mis papás, porque para llamar su atención, siempre me porté mal y lo único que logré es vivir castigada, regañada y en permanente conflicto con ellos. Yo veía que su relación con mi hermano era buenísima, y deseaba como nada que fuera igual? Nunca pude.
El sufrimiento de Regina y de sus papás cobraría un sentido si su experiencia nos hiciera reflexionar y voltear a ver más de cerca a nuestros hijos.
¿Cómo se sienten?
Sí. Como papás tratamos de cubrir todas sus necesidades materiales de manera que no les falte nada. Recorremos la ciudad entera para conseguirles los tenis de moda, la lámina del trabajo o lo que surja en el momento. Y con ese ir y venir, pensamos que todo está bien; o más bien, no tendrían por qué estar mal, ¿cierto? Que con preguntarles ¿Cómo te fue? ¿Qué hiciste en el colegio? Estamos comunicados; pero, ¿sabemos realmente cómo se sienten?
Lo cierto es que el ajetreo de la vida provoca que los papás nos alejemos cada vez más de las necesidades emocionales de nuestros hijos. Lo preocupante es que, como resultado de ello, en México cada vez más tempranamente los jóvenes comienzan a consumir alcohol y drogas. Según las últimas encuestas realizadas por Encuesta Nacional de Adicciones (ENA), el dos por ciento de la población entre los 12 y 17 años ¡ya presentan signos de dependencia de alcohol!
Por todo esto, te invito a platicar de corazón a corazón con tu hijo/a, sin interrupciones, sin prisas, sin celular y estando cien por ciento presente. ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con tu hijo acerca de lo que siente hacia la vida, hacia ti y tu esposo/a, o hacia él mismo? ¿Qué le inquieta? ¿Qué lo motiva? ¿Qué le preocupa?
Tengamos en cuenta que, por lo general, los adolescentes aparentan ser emocionalmente independientes al mismo tiempo que se sienten más vulnerables y con confusión de valores; sin embargo no lo expresan y desarrollan un mecanismo de defensa de autosuficiencia, que los papás nos creemos. A esto, súmale un mercado de drogas cada vez más accesible.
Señales de alerta
Si notas algunas de estas conductas en tus hijos, ocúpate:
No duerme o duerme demasiado; cambia su manera de vestir, no le preocupa su aseo personal, pasa de un estado de ánimo a otro sin razón aparente; se aísla y prefiere estar con sus ?nuevos amigos?; era tranquilo pero se vuelve rebelde, intolerante o agresivo; con frecuencia tiene los ojos rojos, bajan sus calificaciones, miente con frecuencia.
¿Qué podemos hacer para prevenir una adicción?
Establecer límites claros desde pequeños.
Comunicarnos con amor.
Infundirles valores.
Informarnos e informarlos.
No establecer expectativas muy altas respecto a su desempeño.
Atender sus necesidades emocionales.
Ten por seguro que si un/a joven consume drogas, no tomará la iniciativa de acercarse a hablar con sus papás por miedo a que lo descubran, a ser juzgado y rechazado. Al mismo tiempo, esto lo llena de culpa; y lo que más quiere, en el fondo, es que lo entiendas, lo ayudes a salir adelante y lo aceptes tal como es.
Nunca es tarde. A todos nos puede pasar, la adicción no respeta sexo, edad, religión o condición social, pero se puede prevenir. Si necesitas ayuda, llama al 01800 0070200.