Era una noche fresca, pero eso no fue un impedimento para que la conversación fuera acalorada. Mis amigos y yo hablábamos de política. Echando mano a los argumentos más contundentes, cada uno tratábamos de convencer a los demás sobre la fórmula más adecuada para lograr un cambio en el país.
Uno de ellos afirmaba que México necesitaba familias unidas para conocer realmente un cambio. Decía que si todos nosotros profesáramos los valores humanos, los cuales están presentes en una verdadera familia, entonces nuestra sociedad sería realmente distinta. Nadie se atrevió a rebatir su punto de vista, sin embargo, ¿cómo puede una familia unida, en un corto plazo, lograr que las decisiones gubernamentales sean más justas? La idea era buena, pero un tanto utópica.
Otro aseguraba que para lograr una transformación en el país, primero era necesario experimentar una transformación en nosotros mismos. “Si tú como ciudadano acatas la Ley, pagas tus impuestos con toda puntualidad, y reclamas a los servidores públicos el estricto cumplimiento de sus promesas, entonces comenzaremos a vivir en un México mejor”. Difícil de rebatir era ésta, sin embargo, yo me apego la Ley, pago puntualmente mis impuestos y exijo los mejores resultados a nuestros gobernantes. ¿Acaso he logrado algo con ello?
En lo personal, me aferré a la idea de que la mejor manera de lograr un cambio en el país era acceder al poder público. Quizá existan ejemplos de alguna decisión gubernamental que se ha visto influida por el sentir de los ciudadanos, sin embargo, la mayoría de las veces los funcionarios públicos hacen lo que les viene en gana, primando sobre todo sus propios intereses y los de las fracciones políticas a las que representan.
¿Quién tiene mayores facultades para evitar las acciones corruptas en la administración estatal: Enrique Martínez o un servidor? La respuesta es obvia, y suficiente para demostrar la solidez de mi argumento.
Sinceramente no entiendo cómo existen en nuestro país miles de funcionarios públicos que renuncian a su oportunidad de lograr un cambio. Pese a ocupar una posición privilegiada para ayudar con su trabajo al desarrollo de México, pierden todo su tiempo en discusiones estériles y en futurismos infructuosos.
Uno de los funcionarios públicos que desaprovecharon su cargo para lograr un cambio es Raúl Sifuentes Guerrero, aspirante del PRI a la gubernatura del estado.Como secretario de Gobierno promovió grandes reformas en organismos como el Registro Civil. Impulsó también leyes importantes como la nueva normativa electoral. Sin embargo, si digo que desaprovechó su cargo para lograr un verdadero cambio es porque ahora él mismo así lo demuestra.
En una acción para darse a conocer como un combatiente de la democracia, Raúl Sifuentes se ha puesto a recoger firmas a fin de presentar al Congreso estatal distintas iniciativas de Ley. ¿Por qué no las promovió en su calidad de secretario de Gobierno? Seguramente la suerte de dichas iniciativas hubiera sido muy distinta.
Detrás de esa falsa preocupación de eliminar la discriminación en Coahuila, de proteger a la familia, y de transparentar el patrimonio de los políticos, está el deseo de ganar adeptos en su carrera para convertirse en el candidato del PRI a gobernador.
La mentira y las simulaciones tienen sus consecuencias. Más que proyectar la imagen de un ciudadano preocupado por el avance legal en Coahuila, dicha campaña para reunir firmas nos muestra a un ex funcionario que en su tiempo fue incapaz de aprovechar su posición para promover los cambios necesarios en una sociedad como la nuestra.
Como dicen, Raúl Sifuentes lleva en el pecado la penitencia. Por anticiparse de una manera tramposa a los tiempos de la contienda interna de su propio partido, nos ha demostrado ser alguien indigno de nuestra confianza al no haber aprovechado su otrora posición para lograr el mayor beneficio posible a los ciudadanos.
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