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Consideraciones a Moisés Naim

Federico Reyes Heroles

En el arte de razonar se vale todo o casi. Analogías, metáforas, paralelismos, ironías, sátiras son instrumentos tradicionales. Pero también se puede exagerar, cuestionar lo incuestionable, caricaturizar, ridiculizar o llevar al absurdo, siempre y cuando la fórmula arroje nueva luz. Pero claro, entre más extremoso el recurso usado más riesgos de romper con el sentido común que debe imperar en toda discusión. Todo tiene límites. No se puede titular un artículo “La guerra contra la corrupción perjudica al mundo” sin sospechar que se trata de una provocación. Más aún cuando se es un académico reconocido y se publica en un diario tan prestigiado como El País. Es el caso del material Moisés Naim del día tres de marzo.

Hace una década estalló una “erupción de corrupción” es la línea inicial para, inmediatamente después, cuestionar si esa erupción fue real. Cómo saberlo se pregunta Naim, si el fenómeno es “por definición... inmedible”. Desde entonces un “problema tan antiguo como la humanidad misma pasó a dominar el debate público”. En el camino “se crearon organizaciones no gubernamentales como Transparencia Internacional para identificar y avergonzar a los países con su ranking de naciones corruptas”. Viene entonces su tesis central: se trata de una pista falsa, “la guerra contra la corrupción ha causado enormes daños colaterales sin realmente disminuir la corrupción existente”. Los países se han distraído buscando candidatos “honestos” criterio que ha desplazado a la competencia. Los múltiples escándalos, Kohl, Kim Young Sam, Craxi, Alain Juppé y la larga lista de casos en América Latina de presidentes, altos funcionarios, empresarios enjuiciados convirtieron lo que antes era impensable en “rutinario”. Resultado: “más de un honesto incapaz llegó a los más altos cargos”. La corrupción se volvió “diagnóstico universal para las enfermedades de un país”. Y de allí las nefastas consecuencias de la lucha contra la corrupción. “¿Para qué aprobar reformas fiscales necesarias si los ingresos públicos se esfuman en corrupción? ¿Para qué privatizar una empresa pública ineficiente si la venta será carcomida por la corrupción?”. Finalmente, “el peor daño colateral provocado por esta fijación (es)...la inestabilidad política”. El cóctel de argumentos merece ir desde abajo.

Hace aproximadamente una década, y básicamente debido a los frecuentes fracasos de las políticas de desarrollo de instituciones supranacionales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional y otras, un grupo de personajes encabezado por Peter Eigen, un ex funcionario precisamente del Banco Mundial, decidió entrar a la discusión abierta de los alcances de la corrupción. Así nació Transparencia Internacional. El avance se dio desde el hecho mismo de romper con la tradición de hablar del “factor C” dentro de las propias instituciones para cumplir con los cánones del discurso diplomático y evadir el espinoso tema. Medir el fenómeno a través de la percepción fue un primer paso. Para ello se creó el ranking anual que no busca “avergonzar” sino exponer sistemáticamente un problema muy generalizado. El día que la corrupción no provoque vergüenza viviremos en un mundo de cínicos. La “erupción” surgió de los montos registrados en sonoros casos como el de Nigeria que rebasó el billón de dólares y muchos otros similares. La “erupción” también nació de la sorpresa por la muy escasa regulación antisoborno en el mundo. Algo aún peor, las grandes empresas podían deducir de impuestos los montos implicados en los sobornos. Hasta hace pocos años sobornar era legal.

Falso que la corrupción sea un “diagnóstico universal”. Hay un importante grupo de naciones en las cuales la corrupción es excepcional y no sistemática. Más importante aún, muchas de sus experiencias y aportaciones han sido trasladadas con éxito a otras naciones que han ascendido en su calificación, Chile es un caso evidente. Que la búsqueda de honestidad se haya convertido en una exigencia política de moda creo que no resta a las democracias sino les agrega. Que puede haber honestos incapaces, por supuesto. Pero de allí no podemos concluir que debemos resignarnos a los deshonestos capaces. Se trata de un falso dilema y de un absurdo. En todos los países ha habido largas listas de funcionarios capaces y honestos. Si en América Latina cayeron muchos, pues mala tarde, pero la explicación se encuentra en los relajados mecanismos de rendición de cuentas existentes en el área.

A Naim le preocupa, y tiene razón, el efecto perverso que sobre la opinión pública puede tener una ciudadanía decepcionada de que los dineros públicos van a dar a los bolsillos privados. La reacción puede ser un no a las privatizaciones y a las reformas fiscales. Pero debemos recordar que muchos de los peores casos de corrupción se dieron en economías centralmente planificadas o con amplios sectores en manos del Estado. Los mercados abiertos y bien regulados son uno de los mejores mecanismos para combatir la corrupción. Si la opinión pública se despista es por incapacidad de académicos, Naim incluido, y políticos para explicar el fenómeno. Por eso Transparencia Internacional insiste en que la lucha contra la corrupción no es un asunto de moral sino de desarrollo. De allí la importancia de medirlo sistemáticamente y provocar conciencia. ¿Cuánto pierden las naciones por corrupción? En México podría rondar los cinco puntos del Producto Interno Bruto, es decir el equivalente a todo lo que invertimos en educación pública. Eso sin contar los capitales que dejan de entrar ahuyentados por la corrupción. La tesis “desarrollista” se viene al piso: no es que sean menos corruptos por ser desarrollados, sino desarrollados por ser menos corruptos.

En el camino, apoyados en metodologías asombrosas, se han encontrado correlaciones de gran relieve para lograr mayor prosperidad y justicia: a) en los países “opacos” los mercados establecen un impuesto disfrazado en tasas de interés (Indice de Opacidad de Price Water House Coopers, PWHC); b) existe una correlación entre oferta y demanda de servicios públicos que puede ser diagnosticada y corregida (Encuesta Nacional de Corrupción y Buen Gobierno, ENCBG, Transparencia Mexicana); c) La ciudadanía es un gran correctivo; (D. Kaufmann, Banco Mundial); d) la corrupción es un impuesto brutalmente regresivo, (ENCBG); e) la globalización auxilia a corregir el mal (A. T. Kearney); f) las libertades son centrales en la lucha, (D. Kaufmann). La información es tan rica y contundente que está surgiendo toda una nueva generación de profesionistas especializados en el tema. Por todo lo anterior es verdaderamente insostenible afirmar que: “La guerra contra la corrupción perjudica al mundo”. Por lo menos hay una terrible ligereza. Este tiro se le fue a Naim.

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