Asombro o morbo: Juego de palabras, nacido de la conversación casual sobre tópicos serios, refrescante ejercicio mental entre un colega ginecólogo y yo, mientras asistimos al milagro irrepetible del nacimiento de un nuevo ser: El mundo ha perdido su capacidad de asombro. El mundo ha trocado el asombro por el morbo.
Habitualmente antes de sentarme ante el teclado a cumplir con esta semanal tarea que más que deber es una delicia, leo mi fuero interno y encuentro aquello que en el curso de la semana más me impactó. Algunas veces es un solo hecho; con mayor frecuencia se trata de un par de eventos que de cierta manera me permiten jugar a hacer analogías. Sin embargo hoy encuentro sobresaturados los sentidos, el juicio, el raciocinio y la imaginación. Hay un sinfín de imágenes; de palabras; hechos; noticias, vivencias al lado de pacientes que alcanzan tal profundidad, que se quedan para siempre, como cabo inicial de una larga madeja de historias que podrá tejerse, destejerse, y volver a tejerse, mientras haya vida en el cuerpo, y la palabra no haya muerto.
Lo más hermoso de esta semana fue una imagen sobre la formación de una nebulosa en el espacio exterior, captada por el telescopio Hubble. En un mismo cuadro podía verse el principio y el fin del universo; gases cósmicos en explosión, imagino que lo hacen con un ruido tan atronador, que debe de rasgar otros universos, y venir a escucharse en el nuestro cuando los hijos de los hijos de los hijos formen parte de la más lejana historia. Corona aquella nube oscura, roja y verde una explosión de estrellas de las cuales derivarán galaxias, soles y planetas...
Como en su momento se planteó el dilema con relación al arte, ahora habría que hacerlo con respecto a los medios de comunicación, y preguntarnos si la televisión imita al hombre, o si el hombre imita a la televisión. Y cuestionárnoslo como un tópico serio, vital y altamente trascendente, en el seno de una sociedad cada vez más enajenada. Porque parece que hemos perdido por completo la capacidad de asombro; historias como la que acabo de contar, y que en lo personal me provocan una emoción indescriptible, no parecen despertar mayor curiosidad en la mayoría. Cuando intento compartir mi emoción, y les muestro la foto, hay comentarios desde: ¿Y eso qué es?, hasta ¡ah, mira qué raro se ve!
Pero, por favor, otra cosa muy distinta es hablar de los ?reality shows? que han puesto de moda las dos grandes televisoras nacionales: La Academia, y Big Brother, son tema obligado de conversación, especulación, análisis y gasto ocioso de saliva, en hablar y hablar de cosas que a fin de cuentas no llevan a nada.
Esta semana una chica de La Academia, que aparte de no tener talento musical, está visto que trae arrastrando grandes problemas en la dinámica familiar, ha sido la estrella. Entre que es respondona, marca su territorio con su propia orina como felino, y es la hija no reconocida del Trío Miseria, ha disparado los famosos ratings. O sea, se convierte en el ratoncito que da vueltas y vueltas en la rueda dentro de la jaula, para beneplácito económico de los que lo tienen.
Es interesante el paralelismo entre asombro y morbo. Denota que el individuo actual requiere mayores dosis de emoción para sentirse vivo; se ha generado un fenómeno lamentable de tolerancia, y no quiero ni imaginar un mundo de mañana, en donde se requieran orgías de sangre para satisfacer al público.
La vivencia que más me impactó esta semana fue atender a un chiquito totalmente deshidratado y desnutrido; lo hallé en brazos de su madre, la cual más que abrazarlo, se aferraba a él. En sus ojos se traducía un pánico tremendo por la vida de su niño, no por la enfermedad, sino porque a ella le dijeron que en este hospital del sector salud, ?mataban niños?. Más adelante me enteré que, como la madre no tenía dinero para comprar leche, con lo poco que traía compró sustituto de crema para el café, el cual le daba en vez de leche como todo alimento. Éste es el México que llega a calar hasta la médula de los huesos, el México que desborda las lágrimas de los ojos, el México que duele entregar como herencia a nuestros hijos.
La nave hace agua, y nosotros vamos dentro. Frente a los programas de televisión, como frente a otras muchas cosas de la vida, habría que preguntarnos: ¿Verlo me hace una mejor persona?... Y luego actuar en consecuencia, antes de irnos a pique.