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Contraluz / CÁLIDO DICIEMBRE

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

Como cada año, llega diciembre con su cohorte de fenómenos sociales tan propia de la temporada. Las festividades que giran en torno al nacimiento de nuestro Salvador en un modesto pesebre, toman un tinte pagano y comercial, que por contradictorio que resulte, es ya parte de las celebraciones navideñas.

Sale uno a las calles, y el ambiente se respira diferente. Los vehículos circulan con más velocidad, los conductores pasan por alto señalamientos viales, y actúan agresivamente contra quien se les ponga enfrente.

Se exacerban hechos que cotidianamente ocurren. En los estacionamientos comerciales no se respetan los espacios para discapacitados; de hecho, generalmente no se hace. La novedad ahora es que quienes indebidamente los ocupan, tienen tanta prisa, que se estacionan tangencialmente, de manera que obstruyen, no uno, sino dos espacios. ¡Ah! Y si alguien les señala su falta, se enojan, y de todos modos no se mueven.

Yo me pregunto si quien esto hace ha pensado que el día de mañana puede ser él o uno de sus familiares quien necesite ese espacio, o bien, si acaso tiene capacidad para imaginar lo que implica para una persona enferma tener que caminar cinco o diez metros más porque no se respetó su espacio.

Pero parece que vamos en alocada carrera a comprar y comprar, como si el dinero nos quemara las manos. Y esto es sólo el comienzo.

La palabra posada, en su acepción original, pasó a indicar una festividad religiosa, y de allí derivó y se desvirtuó del todo, para señalar fiestas en las cuales suelen correr ríos de alcohol. Surgen entonces dos nuevos problemas: manejar en estado de ebriedad, y tornarse violento bajo los influjos del alcohol, situaciones que cada temporada cobran su factura de muerte. Al calor de las copas, hermanos o amigos terminan peleando por cuestiones sin importancia, a tal grado de empecinamiento, que salen a relucir las armas, y sobrevienen las tragedias.

Manejar en estado de ebriedad es una situación tan común en estas fechas, que yo esperaría que los percances automovilísticos fuesen aún mayores. El hombre se monta en su macho y no suelta las llaves del automóvil; la mujer gimotea, pero finalmente se sube al carro, luego de colocar a los pequeños en la parte posterior del mismo. Entonces, que no nos sorprendan los encontronazos, las volcaduras; la cruda del imprudente, y la frase de ?usted perdone?, como si esto fuese suficiente para revivir a un difunto, o salvar del dolor a un niño que sufrió golpes más o menos graves en todo su cuerpecito.

El otro lado de la moneda, son personas que viven la Navidad como lo que es. Hace un par de tardes entraba yo a una institución bancaria con puertas electrónicamente controladas. Se emparejó conmigo un joven bien parecido, de unos veinte años de edad. Me sorprendió su amabilidad y cortesía, tanto para abrir las puertas y darme el paso, como su comportamiento para con otros en la fila de espera. Todavía más, a la salida volvimos a coincidir, antes de abordar cada cual su vehículo, y tuvo un gesto adicional, que confirmó mi impresión inicial. Rondaba un personaje de los del trapito, que intentan a toda costa pasarlo por el parabrisas al momento en que uno se dispone a arrancar. El personaje abordó al joven; éste le saludó de mano y cruzó un par de frases con él. Por un momento pensé que se conocieran; parecía extraño que tuvieran algo en común, pero la familiaridad en el saludo me hizo pensar que así fuera... Ya luego vi que el joven escudriñaba en sus bolsillos, y le entregaba una moneda; el pedigüeño simplemente le solicitaba dinero, como a todos, pero él fue el único que le dio un trato digno.

Vivir la Navidad con calidez. Obsequiando gestos amables a quienes pasan frente a nosotros, aunque no les conozcamos. Regalar una llamada, un apretón de manos, una cortesía, para nuestros compañeros de trabajo. Expresar nuestro afecto hacia los seres queridos a través de nuestra actitud diaria, y no sólo mediante el ostentoso regalo de fin de año. Entender que lo que se festeja es el nacimiento de un Dios del amor; y que la mejor manera de celebrarlo, es continuando la obra que él vino a dejarnos.

Este joven fue una oleada de aire limpio sobre los contradictorios vicios decembrinos, y me hizo pensar que alguien, en algún rincón, ha sabido conservar el espíritu de la Navidad, la esencia última de las fiestas, y que abre su corazón para irradiar calor a quienes le rodean, sin distingo ni medida.

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