Hoy es el último domingo de septiembre, el otoño entra, pero el calor ha sentado sus reales en nuestro suelo. Ni las tormentas del vecino país del norte, que han puesto a temblar a los templados anglosajones, parecen hacer mella en nuestro sol coahuilense.
Deambulo a temprana hora por las calles y avenidas de mi ciudad de adopción, Piedras Negras. Hay movimiento en torno a los sitios en donde se han colocado las casillas electorales, por lo demás parece ser un domingo como otro cualquiera.
Ocasiones como ésta me proporcionan una gama de imágenes variadas, a manera de bosquejos de un pintor, que luego simplemente recreo en mi mente y capturo en el papel. Miro algunos transeúntes endomingados mientras se dirigen a alguno de los paseos de fin de semana; por allá va el joven matrimonio con un par de chiquillas muy prendiditas, con unos vestidos tan limpios y planchados, que parecen irradiar el aroma a jabón y suavizante. Pienso en lo felices que deben de ser, y siento pena por los niños de la calle, los niños de nadie, que tal vez nunca han conocido la caricia de un buen baño seguido por ropa limpia y tersa.
Más allá me encuentro una tercia de mujeres como personajes que hubieran escapado de una novela de Azuela para meterse entre las páginas de otra, tal vez de Ángeles Mastretta, en la que simplemente no encajan. Por sus rasgos y sus vestidos parecen provenir de la región mixteca; dos de ellas -las mayores- lucen su atuendo original con la blusa blanca de amplio cuello bordado, y un atado oscuro sostenido a la cintura por varias vueltas de un refajo de vivo color. La tercera, con mucho más joven que las otras dos, comparte los rasgos, aunque lleva el cabello teñido en dos trenzas cortas, y su atavío consiste en camiseta tipo americano, y pantalón de mezclilla. Por un momento se me antoja tejer historias en torno a las tres figuras, aunque ahora me conforma con retener sus imágenes, y seguir.
Poco más delante me encuentro a Pepito, figura que se antoja salida de una película de Buñuel. Recorre la ciudad día con día recolectando botes de aluminio. A últimas fechas, por una condición neurológica que entorpece su marcha, utiliza una silla de ruedas como andador, con la ventaja de que, cuando se cansa, simplemente se sienta en ella. Lo encuentro sudando copiosamente en pleno mediodía, me sonríe, y entonces comprendo que puede más el gusto por lucir la recién conseguida boina de pana, que el calor.
Cambio de rumbo y me encuentro a otro personaje muy típico. María Engracia con su cara adusta, sus piernas encorvadas, y la vara que siempre le acompaña como ayuda para hurgar tambos de basura. Hay un agudo contraste entre la laboriosidad de la vieja, y los hombres jóvenes, mochila a la espalda, que recorren la ciudad pidiendo dinero. En lo personal no deja de sorprenderme la gran cantidad de vidas que están desmoronándose en una molicie absurda; un modo de vida que no augura nada bueno para nuestro país en cinco o diez años. Estirar la mano, balbucear dos o tres frases lacónicas, y hacerse de cinco o diez pesos. Dada su rápida expansión, ¿qué sucederá cuando la ciudadanía se canse de mantenerlos?
Hoy es día de votaciones; miro enhiestos los múltiples espectaculares en los que se ha derrochado un dinero que necesitan nuestros pobres. Me imagino cuántos platos de sopa caliente, o cuántos pares de zapatos se podrían comprar con el importe de sólo uno de ellos. Y sigo sin entender el sentido que se da a la carrera política en nuestro país. Las banderas colocadas con motivo de la Independencia en los principales bulevares siguen allí, probablemente para recordarnos el concepto patria. Aunque tantas veces se dan las contradicciones, y el de arriba ?o el que aspira a llegar- entiende la patria como negocio propio, como una inversión que dará altos réditos en los siguientes seis años. Y que la patria se acaba cuando empiezan la pobreza, la enfermedad, la mugre y el olor a albañal de las colonias marginales. Y que María Engracia, y Pepito, los niños de la calle, y los pedigüeños en proliferación, son cifras virtuales, que no impactan partidas presupuestales, y que se hacen desaparecer según convenga.
Hoy, votar. Mañana exigir a los funcionarios que cumplan con las necesidades de la ciudadanía que los eligió. Negarnos a mantener oligarquías de lujo, cuando lo que el pueblo necesita es trabajo, educación, salud, y seguridad pública, empezando por los que hoy nos han pedido prestada la voz para expresarse.