La pequeña se quedó sola en casa desde las siete de la tarde; comenzaba a oscurecer por lo que recordó las indicaciones de su madre, de encender el foco del patio antes de que fuera muy noche. Desde la última vez, cuando se metieron los ?loquillos? y trataron de robarles las pocas pertenencias para comprar solventes, la madre sale a la fábrica con mayor temor que antes.
Un metro y medio de altura desde el suelo, hasta el sitio de donde pende la roseta a la cual hay que ajustar el bulbo, no parece gran cosa para ningún adulto. Sin embargo cuando se tienen siete años, y apenas se ha rebasado el metro de estatura, las cosas se complican. Ella entonces se subió al lavadero; aunque estaba algo mojado, las acanaladuras le ayudaron a que no resbalaran sus desnudos pies. Equilibró su menuda figurita, alcanzó la roseta, y pudo comenzar a ajustar el cuello metálico del foco. Con lo que no contaba es con el alambre eléctrico que quedó suelto desde días atrás. Le alcanzó a tocar la palma de la mano provocando una descarga que la hizo caer sentada en el tallador húmedo y resbaladizo. No supo cuánto tiempo pasaría mientras la vecina de la casa de junto entró gritando ?auxilio, se quedó pegada del alambre??
Afortunadamente vive para contarlo, y lo platica incidentalmente, como si hablara de sus juegos infantiles. Permanece acostada, pues la quemadura entre sus piernas le impide sentarse. Es una pequeña la cual ha tenido que afrontar responsabilidades muy adultas desde sus primeros años; lo ve como parte de su existencia, y no se siente distinta de sus compañeras de segundo año. Me vienen a la mente un montón de titulares de prensa que hablan sobre niños que mueren calcinados en el interior de viviendas de madera, cuando sus padres salen a trabajar y los dejan bajo candado, teniendo una vela encendida por toda iluminación.
Al encontrarme de frente con esta cara chata de la miseria, me exaspera que estemos hablando de indicadores macroeconómicos favorables en un México cuyas clases desfavorecidas se olvidan cada vez más. Me toca rozar muy de cerca los estragos que hacen en nuestros niños la deficiente cultura médica, y el burocratismo que cae como pesado mazo encima de la ignorancia. Una parte importante de nuestra población trabajadora cuenta con el acceso a servicios de salud, sin embargo nosotros como médicos hemos actuado con un enfoque más bien curativo que preventivo. Acude el paciente enfermo; se dicta un tratamiento que habrá de resolver el padecimiento actual, sin embargo nos olvidamos que se trata de una entidad biológica dentro de un contexto sociocultural y emocional como un estado de cosas dentro del cual se desarrolla la parte orgánica. Esto es, le curo las amibas hoy, pero no le explico cómo o de dónde las adquirió, ni le digo cómo va a evitar volver a contaminarse. El tratamiento medicamentoso que hoy doy es suficiente y adecuado, a los diez días el niño está libre de amibas, pero para el undécimo ya volvió a adquirirlas. Mientras no me tome el tiempo y la paciencia de explicarle al núcleo familiar el mecanismo de contagio, poco o nada habrá cambiado. Ahora bien: ¿Cómo le pido a la madre de familia de una colonia marginada, que no cuenta con agua intradomiciliaria, y mucho menos con gas, que hierva el agua? ¿Cómo voy a esperar que compre un garrafón de agua purificada que bien equivale a la tercera parte del ingreso familiar de un día?
Esto sucede en el mejor de los casos; en otra buena proporción nos convertimos en médicos a distancia, cuya principal actuación frente al enfermo es expedir una receta, con un gesto cercano al fastidio.
Hace un par de noches pude asistir a una ponencia a cargo del Maestro en Ciencias José Luis Silencio Barrita, del Instituto Nacional de Nutrición. El tema versaba sobre la colina, un componente de la dieta el cual poco conocemos, mismo aporta un sinfín de beneficios, y no es nada difícil de obtener a través de una dieta variada y balanceada. En una agradable sobremesa los asistentes hacíamos preguntas sobre diversos componentes de la dieta del mexicano, y llegábamos a una singular conclusión. El sustento cultural de la salud del mexicano es muy pobre, y las instituciones no parecen hacer nada consistente para mejorarlo.
Salud de fondo: Un derecho de todo mexicano sin distingo... Hora de ver las cosas desde el borde de la cuna de los pequeños, y no desde el confort de una oficina de gobierno.