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Contraluz / El único candado

Dra. María del Carmen Maqueo Garza

Las últimas semanas México ha venido sufriendo una exhibición frente al resto del mundo como un país donde priva la anarquía en lo que al sistema penitenciario se refiere. Ello ya comienza a tener repercusiones económicas; un grupo de inversionistas potenciales la están pensando dos veces antes de instalarse en nuestro suelo.

La bestia de siete cabezas del narco emerge por encima de sistemas de detección; blindajes de seguridad; jueces y leyes, y a la mente de quienes amamos la cuna de nuestros hijos, llegan a manera de chispazos intermitentes imágenes que hasta hace poco se antojaban ajenas a nuestra realidad nacional. Para nuestra desgracia, de cierto tiempo a la fecha, comenzamos a verlas cada vez más en la primera plana de nuestros rotativos. La ejecución de sicarios, policías y jueces ha venido creciendo de forma desmesurada; asunto se ha agravado ahora que los reclusorios parecen convertirse en cotos privados de los capos de la droga quienes actúan con sorprendente libertad desde el confinamiento de sus celdas de alta seguridad.

Por un momento se antoja fincar responsabilidades; atribuir el estado actual de cosas a los gobiernos que fueron o que son. Máxime cuando va despertando un ambiente preelectoral, y cada cual, como dice el viejo refrán, lleva agua para su molino.

No vayamos tan lejos; en distintos puntos de ciudades grandes y pequeñas vemos el surgimiento de la nada de familias económicamente muy poderosas, que ostentan sin mesura. Más que cuestionar el origen de tales fortunas, nos dejamos deslumbrar por el brillo de sus oros; en ratos hasta llegamos a envidiarlos.

En un examen de conciencia como padres, lo primero que viene a nuestra mente, es qué hacer para brindar a nuestros hijos la debida protección frente a tanto peligro latente. El monstruo parece devorar comunidades enteras cada vez que abre sus fauces, lo que nos hace sentir impotentes frente a este mal social. Hasta quisiéramos encerrarnos con nuestros hijos en una cápsula a salvo de elementos potencialmente dañinos para ellos; sin embargo sabemos que esto está fuera de la realidad. Los hijos han de salir al mundo, interactuar, y andar su propio camino. Queda entonces para nosotros la labor de orientarlos respecto al modo de adquirir las herramientas que les permitan discriminar el bien del mal, y sobre todo, optar por el bien, y no caer en la trampa de aquello que se ofrece como demasiado atractivo, demasiado fácil, vía de un solo carril, sin retorno.

Hemos de enseñar al hijo el valor del dinero, y que comprenda que hasta ahora nadie ha tenido éxito en la siembra de árboles que den billetes. Aquellas familias que han alcanzado un nivel económico a través del arduo trabajo, son conocidas y reconocidas por la comunidad. Así tenemos el tendero, el fabricante o el galeno que han logrado una posición económica muy desahogada poco a poco, mediante administración, disciplina y tenacidad.

Aquéllos que obtienen el dinero por la vía altamente riesgosa pero rápida del narcotráfico, en el corto tiempo comienzan a llevar un estilo de vida en el cual lo que a todas luces sobra es el dinero. Difícilmente podrían no hacerlo, sobre todo cuando ellos mismos saben que mañana pueden amanecer muertos por rivalidades o ajustes de cuentas. Como padres nos corresponde enseñar a nuestros hijos que lo deseable es aquello duradero, que les permita hacer planes a largo plazo, disfrutar de su familia, y sobre todo ir a la cama tranquilos, y dormir sin sobresaltos.

El mejor candado para acabar con esta locura de inseguridad en los penales y en nuestras ciudades no está en manos del ejecutivo ni del poder judicial. Sarmiento ha propuesto que el legislativo analice la despenalización en el consumo de drogas como la posible solución al problema, trayendo a la mente precisamente el modo en que se abatieron las mafias italianas en los Estados Unidos al despenalizar el uso de bebidas alcohólicas. Pero en lo personal me inclino a pensar que tampoco éste sería el candado. Habría que volver los ojos a la familia, a esa célula que ha sufrido grandes cambios en el último medio siglo, y en ratos se vuelve la cohabitación de un grupo de perfectos extraños. Habría que retomar desde el punto de vista emocional, moral y social el valor de la familia, y comenzar a enfrentar el problema mediante la preparación de nuestros hijos, en lo que a valores y metas se refiere. Claro, para tener éxito, requiere que seamos los primeros convencidos de lo que decimos, más allá del fulgor deslumbrante de los falsos oros.

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