Salir de viaje es, sin lugar a dudas, una experiencia revitalizadora. No importa lo corta o larga que pueda ser la travesía, el simple hecho de abandonar los clichés de todos los días, y respirar otro aire, resulta enriquecedor. El recorte de las economías actuales permite mucho menos que hace diez o veinte años, pero de alguna manera el paréntesis mental dentro de un calendario de jornadas laborales o escolares, sigue cumpliendo sus funciones. Viajar es, entonces, un obsequio intangible que todos apreciamos, cualesquiera sean las circunstancias para hacerlo.
El campo podría ser una estampa inamovible para algunos, en tanto para otros tiene pálpito propio; en medio de las terregosas veredas del desierto coahuilense, se van dando muy distintos panoramas, que incluyen las contrastantes tierras del norte del Estado, en parte arenosas y en parte montañosas hacia la región de Múzquiz. Por otro lado están las salinas en la zona de Cuatrociénegas, o las arcillosas tierras en las inmediaciones de San Pedro de las Colonias. Dentro de una misma entidad federativa contamos además con vergeles forjados a fuerza de trabajo y sudor, como Parras o Torreón, y con zonas montañosas, tal es el caso de la Sierra de Arteaga.
Brotan de manera inexplicable del yerto suelo las verdes hojas de los campos de tomate y alfalfa. Hemos dejado atrás la soberbia gobernadora que seduce al viajero como hacen las sirenas; aquéllas con la voz, ésta con un aroma limpio, que invita a no abandonarla. Ya para ahora nos hemos alejado de los mezquites y del viejo cenizo que renace con la menor lluvia, cubriéndose con una corona color violeta que cautiva. Un puñado de dulces memorias viene a mi mente al recorrer el tramo de Piedras Negras a Acuña en época de lluvias, y ver el suelo cubierto con alfombras del blanco al morado, en pinceladas que parecen salidas de un diestro impresionista.
Vienen los carretones de mulas lentamente, bordeando la cintilla asfáltica; me sorprende la paciencia de hombres y de bestias, pero a la vez me asombra el modo como avanzan, a pesar de que parecemos dejarlos atrás, pero pronto se emparejan. Cabe preguntarse si el hombre es amo del mundo, o si, por el contrario, forma sólo parte de éste. En este último caso se comporta como el hijo malagradecido que no ha sabido cuidar la cuna que le vio nacer. El planeta de algún modo lo resiente, y en ratos parece que empieza a cobrar la factura a la raza humana que lo devasta cada vez más.
El agua va escaseando; su uso ha de priorizarse, ya no valen desperdicios irracionales. Nos preguntamos cuánto tiempo irá a pasar antes de que se agote este recurso vital sin el cual terminaría la vida sobre la Tierra.
Miro las maravillas de la tecnología que venimos disfrutando hasta ahora; elementos que nos llevan a un nivel de comodidad mayor, pero que sin embargo nos van limitando en otros muchos aspectos. Vuelvo entonces la vista al campo con sus aparentes limitaciones frente a la tecnología; poco ha cambiado en los últimos cien años, sin embargo ellos mantienen una unidad con lo natural, mientras que nosotros vamos provocando una ruptura definitiva con nuestra esencia como seres vivos.
Continúo mis divagaciones; por aquí y allá se encuentran restos de pequeños roedores que perecieron en su intento de cruzar el camino de los hombres. De alguna manera el ciclo de la vida se perpetúa; el equilibrio no se ha roto del todo, o al menos esto parece.
El adobe sigue siendo base para la construcción de la vivienda rural; me asombra la resistencia del material elaborado con elementos por demás simples: Agua, tierra y pajas. De igual manera me pone a pensar la serenidad de sus constructores, quienes levantan la casita para treinta años, no más, libres de todo afán de posesión. Nos ha tocado vivir en un mundo fundamentalmente consumista, dentro del cual la moda se impone por encima del razonamiento; la mercadotecnia da en el punto exacto de la emoción, y lleva al consumidor potencial a convencerse de que aquella necesidad que viene del exterior y se injerta, es poco menos que absoluta. El comprar se vuelve un deporte que ha llevado a quiebras económicas, rupturas familiares, y profundas depresiones. Es difícil zafarse de su efecto cautivador; una vista a los desnudos campos en donde poblaciones viven sin complicaciones, puede resultar una experiencia renovadora.
Coahuila, un estado con grandes contrastes, a lo largo y ancho del cual conviven hombre y tierra estrechamente, dejando grandes lecciones para el alma.