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Contraluz / INGENIEROS Y PUENTES

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

Llegó a mis manos una encuesta que se lleva a cabo por la Asociación Mexicana de Ingenieros, dirigida a quienes de alguna manera tenemos que ver con el quehacer cultural de la región. En ella solicita la apreciación muy personal de cada cual, con relación al estado de cosas que guarda la cultura en nuestro entorno; factores que han influido en ello, y cambios que se proponen para que las cosas mejoren. Quiero suponer que se lanzó como parte de las actividades por el recién celebrado Día del Ingeniero.

Procedí a responderla con gusto, pues no es cosa de todos los días que alguna sociedad o asociación civil se tome el tiempo y la molestia para abordar temas de orden cultural, tradicionalmente relegados al plano último cuando de presupuestos y prioridades se trata. Me explayé dando mi opinión, con la esperanza de que ello contribuya al mejoramiento de las condiciones socioculturales de nuestro Estado.

Hace un par de noches escuchaba las palabras de Fernando Echegaray, presidente de la Unión Mexicana de Asociaciones de Ingeniería, dentro del marco de la ceremonia para entregar el Premio Nacional de Ingeniería. La solicitud de los agremiados, dirigida al Presidente Fox por conducto de su persona, fue clara y contundente: ?Permítanos demostrar que los ingenieros sabemos hacer algo más además de construir?.

En lo particular tuve un padre que hizo de la ingeniería vocación irrenunciable, hasta el final. Cursó sus estudios allá por 1935, en el entonces flamante Instituto Politécnico Nacional, y fue privilegiado al tener la guía de grandes maestros, entre los que solía mencionar a Juan O?Gorman, José A. Cuevas, y con muy particular aprecio al maestro Manuel González Flores, catedrático de Mecánica de Suelos, cuya obra de piloteo de edificios con grandes hundimientos en la Ciudad de México, como el Hotel Presidente en la Zona Rosa, y la antigua Basílica de Guadalupe, le valieron reconocimiento internacional. A manera de adjunto de este último hizo mi padre sus pininos en la construcción del Edificio de la Lotería Nacional, de la que guardaría siempre imborrables recuerdos. Luego de medio siglo de vida profesional, vino a cerrar con broche de oro una larga trayectoria, con el rescate del centenario Puente de Ojuela, en el municipio de Mapimí, Dgo. Este proyecto fue considerado por muchos poco menos que suicida, tanto en lo físico, pues la estructura original estaba sumamente deteriorada, como profesional; los ojos de muchos colegas estaban atentos al primer error, para apuntar con índice de fuego. A pesar de su deteriorada salud a causa del cáncer, pudo llevar hasta el final el rescate, lo que él vivió como el máximo desafío de su carrera en la construcción.

Fue entonces, cuando ya la enfermedad carcomía sus entrañas, cuando en ratos dejó de lado la característica objetividad del matemático, para dar paso al poeta hasta entonces oculto... y de este último periodo de su vida guardamos en la familia bellos escritos, entre los cuales está el borrador de un libro de memorias que inicia diciendo: ?Érase una vez un puente...?.

Por todo esto me congratulo de que los ingenieros agremiados en la AMI proporcionen un enfoque renovado a sus trayectorias profesionales, y asuman que la realización de un ser humano va más allá de las habilidades técnicas de un quehacer. Y que el único cambio de raíz para los problemas socioeconómicos y de identidad que está sufriendo nuestra sociedad actual, está en revalorar el proceso educativo.

Tradicionalmente entendemos que la educación se proporciona en las aulas, y pretendemos dejar la responsabilidad en manos de los maestros, y esperamos que sean ellos, y solamente ellos, quienes comiencen a enderezar los torcidos caminos que toca andar a nuestros niños y jóvenes. Cuando en verdad el proceso educativo inicia idealmente desde antes de que un ser humano venga al mundo.

Es un gusto hallar ingenieros que busquen involucrarse activamente en la problemática cultural de la región. Y contraviniendo en el texto lo expresado por Echegaray, yo diría que los ingenieros nunca dejan de construir. Unas veces harán viviendas que den techo a los menos afortunados; otras, torres de puentes decididos a pervivir su propia historia, y ahora construyen vínculos que les permitan identificar y modificar aquello que obstaculiza el armónico crecimiento social, más allá de las necesidades básicas de subsistencia.

Muchas de las veces nos abate el peso impuesto por las limitaciones de una economía familiar constreñida, cuando se habla oficialmente de un crecimiento macroeconómico que simplemente, de existir, no quita el hambre del que nada tiene. Iniciativas como la de los ingenieros, son oleadas de aire nuevo que vivifican. ¡Enhorabuena¡

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