En estos días se da en mi vida personal una feliz coincidencia. Cumplo medio siglo de vida, en tanto mi primogénita va arribando a sus quince primaveras.
De alguna manera lo anterior me lleva a hacer un alto en el camino para reflexionar lo que ha sido este tiempo juntas, y vislumbrar lo que está por venir
Quienes nos expresamos mediante la palabra escrita, debemos partir de la propia persona para visualizar las cosas de las que más adelante escribiremos. Es dado sólo a los grandes despojarse de la propia piel para adentrarse de lleno en pieles ajenas y volcarse sobre el papel; el resto de los mortales nos valemos de la lente de la propia existencia para visualizar el mundo.
Alcanzar medio siglo de existencia es particular privilegio; por un momento vuelvo la vista atrás y me sorprendo al caer en cuenta de que son muchos años; infinidad de momentos, y multitud de desmemorias. Ha pasado la infancia, a la cual en ratos, sin embargo, quisiéramos retornar y ser sólo niños. Han quedado atrás los sueños de juventud; aún así de alguna manera el espíritu se inflama como solía hacerlo en aquellos años mozos, y somos capaces de emprender entusiastas empresas. De algún modo la temprana adultez va cediendo su paso a la etapa madura. En ratos nos cuestionamos acerca del paso del tiempo, y comienza a colarse una sombra gris que nos recuerda de cuando en cuando que somos más mortales que ayer.
Posiblemente la mayor enseñanza de este tiempo sea el vivir graciosamente de la mano con los recuerdos de la infancia; los proyectos de juventud; los logros de la adultez, y el naciente ocaso de los sentidos. El cabello va perdiendo su color, y la piel comienza a ser surcada por cambios que aunque mínimos, son un recordatorio de que el tiempo pasa, que aún hay mucho por hacer, y ninguna garantía de terminar a tiempo con la labor.
Luego volteo a mirar a mi hija a punto de cumplir sus quince años; encuentro en ella un inmenso deseo por vivir, por conocer y por alcanzar propósitos. La observo ensayar futuros desde su perspectiva de adolescente, como quien se prueba uno y otro vestido y se mira frente al espejo, para adivinar cual le sienta mejor. La encuentro rodeada de un grupo de leales amigos, y se alegra mi corazón por ello, sabiendo que las amistades de la juventud son las que en verdad perduran para siempre. Surgen de corazones idealistas, de propósitos compartidos, de confidencias del alma, y van tejiendo unas redes que a lo largo de la existencia son unidad y apoyo. Bien dice el dicho, que el amigo es el hermano que se elige por propia voluntad, cuyo apoyo en tiempos difíciles resulta imponderable.
Observo en mi hija su desenvoltura, y comprendo cuan distintas hemos sido; a su edad yo me recuerdo bastante solitaria, entablando diálogos de mí conmigo que se volcaron en el papel como una necesidad vital, hasta convertirse en un ?alter ego? que me acompaña siempre. La veo a ella y encuentro el reverso de la moneda en cuanto a alegría por vivir, algarabía inagotable, e imprudencia creadora. Me contagia su risa franca y fácil, y se llena de luz aquella sombra gris que en ratos se cierne a mis espaldas.
Hija: Para tus quince primaveras, desde la perspectiva de mi medio siglo, te invito a mantener ese caudal de alegría tan tuyo, pero sin desatender la prudencia en el actuar.
Te exhorto a proponerte metas lo suficientemente asequibles como para trabajarlas con entusiasmo y no abandonarlas, pero a la vez lo suficientemente grandiosas como para cambiar el pedazo de mundo en que te ha tocado vivir.
Te invito a poner el corazón en todo lo que haces. Pero que sea la razón la que lleve la batuta en el concierto de los sentidos.
Goza cada momento; inyecta una dosis de sana alegría a todo lo que hagas. Y nunca olvides bendecir a los cielos por un día más.
Los años pasan, la vida sigue. Dentro de la historia de la humanidad, tú y yo somos sólo una arenilla. Sin embargo esta playa y este momento son los que nos tocaron para vivir. Algún día estarás tú en mi lugar, y yo en el de aquellos que han pasado. Cada cual avanza cumpliendo con su propia historia, en su tiempo. Lo que permanece es el espíritu que hoy nos reúne y mañana se renueva en frescos botones, para volver a empezar.