El partido de fútbol está en su momento apoteósico, el lleno del estadio colombiano El Campin, es impresionante. Los aficionados, conocidos en Sudamérica como ?hinchas?, siguen palmo a palmo el desempeño de su equipo favorito. En un instante se suceden los acontecimientos que parecen sacados de una novela negra: Invade el campo deportivo un aficionado; es amonestado y obligado a regresar a la gradería. Hay furor generalizado, los ánimos se caldean? La imprudencia de Edison, con sus veinte años, fue aparentar que le iba a los azules hallándose sentado entre los rojos. La masa de aficionados repara en este hecho de súbito, y se vuelca en contra suya: Lo derriban al suelo; de allí se siguen patadas y puñetazos de una docena que lo tienen a su alcance, mientras uno más, a la distancia, arremete con un tubo metálico hasta destrozarle la cabeza. Nuevamente la masa de aficionados, como una gran bestia, levanta en vilo el exánime cuerpo del chico, y lo lanza con furia al vacío. El chico fallece.
Me deja sin palabras la vista de este hecho; la forma como el anonimato de la masa da lugar a que se destapen las cloacas de nuestra naturaleza última, y comiencen a emerger, como demonios pestilentes, los más primitivos instintos, llevando a conductas infrahumanas. Cuando el grupo actúa de esta manera, la responsabilidad se diluye hasta perderse; constituye el pecado colectivo del cual cómodamente nadie es culpable.
Miro los rostros enajenados de los protagonistas de estos hechos, y me pregunto en qué pueden parecerse al ideal del hombre por el que pugnan la religión y la filosofía; me cuestiono en dónde guardarán los sentimientos buenos que seguramente cada uno tiene, pero que hoy por hoy se han dejado intimidar por la bestia del mal colectivo. Me pregunto si serán hijos, padres o hermanos de algunos otros, y no puedo visualizar a ninguno de ellos besando en la frente a su madre o en la mejilla a su hijo recién nacido? Quiero creer que esta mole informe que hoy actúa como ente del averno está formada por seres humanos sensibles, que tienen ideales, que sueñan, y que se esfuerzan por ser mejores cada día?
Hoy, cuando estos hechos amenazan con empañar mi fe en el ser humano, es Día del Maestro. Celebramos a quienes, a la par de los padres, se encargan de moldear la personalidad de los futuros ciudadanos. Ellos, quienes de muchas maneras labran los destinos de la humanidad desde que el niño pequeñito toma por primera vez un lápiz entre sus dedos torpes y húmedos, para aprender a escribir. Tanto los padres de familia, como ellos, son responsables hoy más que nunca, de constituirse en maestros para la vida. Con seguridad es muy importante saber sumar o multiplicar, pero en los tiempos actuales es más determinante la forma en que ese conocimiento vaya a ser utilizado.
Los tiempos de los eruditos cargados de excelencia en el saber han de ceder su lugar a los tiempos de los humanistas, quienes lleguen con su hato de bondades para remediar los males que mucho aquejan, tanto a hombres como a mujeres hoy en día. Necesitamos almas buenas, cargadas del amor de Dios; necesitamos quienes estén convencidos de alcanzar la santidad en el actuar.
Maestros de la vida: Individuos íntegros que enseñen con el testimonio personal antes que con la palabra, para grabar en sus alumnos lecciones imborrables. Hombres y mujeres convencidos de su labor, quienes sepan contagiar entusiasmo a las nuevas generaciones. Almas grandes que no duden en lanzarse en pos del ideal más elevado, y no se dobleguen ante lo vano. Espíritus que vayan escribiendo la historia con sus propios pasos, día con día, con su actuación pública como con su vida privada, a manera de libro abierto que espera que las juventudes abreven de sus líneas las aguas del saber permanente.
Necesitamos quienes nos enseñen a anteponer la verdad a la comodidad; a no ceder ante el llamado de los falsos valores. Quienes nos inyecten la suficiente templanza para seguir adelante, haciendo a un lado lo que distrae nuestro espíritu emprendedor. Necesitamos manos que nos forjen dentro la fortaleza, para no cejar en momentos de duda.
Edison ha muerto; la bestia se repliega en el rincón oscuro para esperar la hora de un nuevo ataque. Tiendan los maestros redes para salvar a los hijos de la Tierra; láncenlas con tanta fuerza, que rocen los cielos antes de sumergirse en las profundas aguas de la historia.