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Contraluz / SOMOS MÁS PATRIA QUE AYER

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

Sin lugar a dudas podemos aseverar que septiembre es el mes de la patria. Tanto en el interior del país, como en cualquier sitio en donde exista un mexicano, el dieciséis se exalta el valor de nuestra Nación, tanto como el de aquéllos que hicieron patria para nosotros y nuestros hijos.

Sin embargo más allá del jolgorio, los fuegos artificiales y los platillos típicos de la fecha, que de alguna manera han convertido la gesta independentista en un folklore con singulares tintes comerciales, yo diría que México es más patria desde hace veinte años. Fue precisamente un diecinueve de septiembre, pero de 1985, cuando nuestro pueblo se halló sometido a una de las más grandes pruebas como nación. Aquel amanecer, poco después de las siete de la mañana muchas de las colosales estructuras de la capital del país fueron sometidas a un singular estremecimiento. Varias de ellas no pudieron resistir el impacto, y simplemente se colapsaron. Grandes edificios cuyas dimensiones parecían volverlos poco menos que eternos ?viene a mi mente el complejo arquitectónico del Centro Médico Nacional- quedaron convertidos en una mole informe de polvo y hierros retorcidos. En escasos minutos toda actividad del centro de la ciudad en la hora pico había cesado; los importantes ejes viales, como Chapultepec y Reforma, mostraban grandes cuarteaduras, y los vehículos que en ese momento transitaban por ellos habían quedado caprichosamente regados hacia los lados, como haría un niño pequeño con sus juguetes, cuando se ha cansado de jugar con ellos.

Aquellos tiempos que la juventud difícilmente entendería, en donde las comunicaciones quedaron interrumpidas por al menos tres días, y no había telefonía satelital, ni Internet, la esperanza de los de provincia por tener noticias de sus familiares en el Distrito Federal, estaban prendidas de las interminables listas de nombres que aparecían en la televisión a través de las grandes cadenas nacionales.

Bien, pero volviendo al inicio de la columna, me parece que desde hace veinte años, nuestro país se volvió más el ideal de aquéllos que lucharon por volverlo una nación independiente. A través de la gran tragedia que pasaba la capital, se fueron estableciendo nexos, se tendieron puentes, se hizo llegar ayuda desde muchos sitios de nuestro mismo suelo, así como desde países cercanos y distantes. Todos nos volvimos una sola mano que se extendía en ayuda de los más necesitados; se borraban fronteras, y se unían corazones.

México dio la cara al mundo a través de imágenes desoladoras, pero a la vez dio cuenta de ser una nación grande. Aquella imagen folklórica que mucho nos ha identificado en el extranjero, pudo desmentirse. El borrachito sentado al pie de un cactus, tomando una siesta cubierto por un gran sombrero de paja, y envuelto en su sarape, cedió el paso a una nación en donde las manos trabajaban a un mismo ritmo para rescatar los niños milagrosos, para preservar memorias, para forjar un mañana digno partiendo de poco más que nada.

Surgieron cuerpos especializados de socorristas que a la fecha han adquirido prestigio internacional, y en estos veinte años han acudido a muy diversos puntos del orbe a socorrer en casos de catástrofe.

Como suele suceder, las cifras oficiales no coincidieron con las reales. Los muertos siempre fueron menos por cuestión de presupuesto y seguridad nacional, y la verdad sería difícil de conocer. Pero lo que es una realidad, es que, como el ave fénix, México pudo levantarse desde sus cenizas y emprender el vuelo. Hoy sus niños milagrosos, sus muertos recordados y los anónimos, cumplen veinte años, edificios esplendorosos, como el Hotel Regis, han quedado en imágenes mentales o fotográficas. Murales memorables, como el Domingo en la Alameda de Diego Rivera, hoy tienen un nuevo hogar. El pálpito de la ciudad ha regresado a sus calles y avenidas, y la mañana de hoy, por un momento se detiene, lanza un gran suspiro, y sigue, porque sabe que debe seguir cumpliendo la misión que le fue encomendada desde los primeros tiempos, cuando nuestros abuelos de bronce encontraron un águila devorando una serpiente, sobre aquel verde nopal en un montículo, en medio del agua que a la vez ha sido vida y muerte, Coatlicue, diosa que encierra la eterna dualidad, en su rostro mitad íntegro y mitad descarnado.

México nació como pueblo independiente al grito de Dolores, y renace al mundo con un rostro nuevo hace veinte años, en aquel 1985 que hoy recordamos con el dolor de los idos, y el orgullo de quienes sentimos a México en las venas. Somos más patria desde hace veinte años, y lo somos por el corazón de sus hombres y mujeres que nunca tuvieron un ?no? como respuesta ante la necesidad de sus hermanos.

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