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CONTRALUZ / SONES DE UN AZUL PROFUNDO

DRA. MARÍA DEL CARMEN MAQUEO GARZA

Nueva Orleáns, Nueva Orleáns: hoy te miro bajo el agua, y me pregunto dónde habrán ido a parar las fachadas y los balcones de encaje europeo, de tus famosos French Quarters. Dónde se habrán escondido los instrumentos del cuarteto de jazz que apenas anoche interpretaba a Louis Armstrong en el Preservation Hall. Me pregunto a dónde habrán partido esos humos de habano que se entremezclaban con el fuerte humor de los de piel oscura, mientras se elevaban en bailes nostálgicos los sones cadenciosos y a la vez pícaros de la improvisación entre los metales y las percusiones.

No puedo creer que Bourbon Street, con su gracioso atrevimiento haya sido borrada por una creciente del Mississippi, el río que fue su fiel compañero de andanzas, desde los tiempos de los grandes bucaneros. Trato de identificar algunas de las coloridas máscaras que ya estarían diseñando para el próximo Mardi Gras, o las brillantes lentejuelas de los lucidos atavíos, pero nada encuentro.

Me pregunto si andarán flotando entre aguas cenagosas los grandes sacos de algodón con los granos de café con chicoria, tan tradicional en sus expendios donde suele servirse bien caliente a quienes ocupan los altos bancos frente a la barra de tosca madera. O si alguna vez regresarán aquellos restoranes de mariscos, de coquetas mesitas y sillas terminadas en los extremos mediante hierro trenzado. Volteo y trato de identificar lo que fuera el Barrio Francés, pero la vista se confunde entre las aguas.

Aún es mayor mi asombro, puesto que hablamos de una de las naciones más poderosas del mundo, que por un momento no pudo más que reconocer su pequeñez frente a la furia del agua enardecida. Ganó Natura a los cálculos de los ingenieros que la retaron abiertamente, seguros de vencerla. México, el hermano muy menor, hoy ha crecido; envía ayuda humanitaria y víveres. Van para allá los topos de nuestro propio sismo, de hace ya veinte años. De alguna manera el gran país dobla las manos y acepta que no es capaz en una sola jugada de resolver el gran problema que se ha venido encima para los habitantes de aquella región del este. Hay fallas en la organización; en ratos se bloquea la tan urgente ayuda por comandos armados. Las turbulencias de las aguas se confunden con las de los espíritus alarmados, cansados, que no ven fin al sufrimiento de tantas familias.

Hora es de hacer una reflexión. Retomar la realidad de nuestra propia pequeñez en el contexto universal, dentro del tiempo y de la historia. Y a partir de esta idea, sacar provecho de nuestras propias circunstancias. Entender que somos más que afortunados por haber despertado esta mañana; somos particularmente bendecidos quienes tenemos una familia que está a nuestro lado, y tenemos precisamente la oportunidad más grande que a cualquiera le es concedida: La de trascender a través de los demás.

En ratos volteo y miro nuestro mundo, y me pregunto en qué momento las cosas llegaron al estado en que se encuentran actualmente. En ratos parece haber una terrible confusión, una total sordidez, y un caos general que lleva al yo interno a refugiarse en el fondo de nosotros mismos, como si se pusiera a salvo de un peligro inminente. Sin embargo son situaciones como las de las grandes catástrofes naturales, las que nos dan la oportunidad de arrancarnos esa coraza que nos enquista, para empezar a extender los brazos, y trascender más allá de nuestra propia piel.

Nueva Orleáns, ese pedazo de tierra que conocí de un modo particularmente bello a través de retazos de la infancia de mi madre, vividos por allá. Lugar turístico del color de la granada, que se abre pleno para dar cabida a todos aquéllos que decidan regalarse el visitarlo. Tierra cuyas hondas influencias romances y afro antillanas la llevan a no tomarse en serio las cosas, hoy tiene otra cara. Sus hijos han sido arrancados de sus hogares, y hoy viven con la esperanza como todo sustento.

El jazz, esos sones de un azul profundo, que permite al corazón volcarse en un sinfín de emociones, pero que en cualquier momento comienza a juguetear con las tristezas del minuto previo, para volverlas un divertimento que contagia hasta la euforia. Marea y contramarea, sístole y diástole del corazón del mundo. Ritmo interminable en cuyo cauce avanzamos, y que pocos han sabido pintar como lo hacen un saxo y un bajo, en las cálidas tierras de Louisiana. Tierra que hoy va en nuestros corazones, y en el rezo bendito de nuestros niños.

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