Violencia en contra de las mujeres: un tema candente, de actualidad, que de particular modo roza a nuestra población, en la cual cifras oficiales hablan de que una de cada cinco mujeres ha sido maltratada por su pareja, y que en uno de cada tres hogares, se registra violencia intrafamiliar.
Muchas las causas, muchos los daños que provoca. Se vuelve una cadena que se perpetúa generación tras generación. La violencia ejercida en contra de los menores, en forma no tratada, derivará en adultos violentos.
Cuando hablamos del tema, relacionamos mentalmente los grandes titulares amarillistas, que señalan los casos extremos de violencia dentro de la pareja. Sin embargo hay dentro de nuestros núcleos sociales pequeñas señales que hablan de violencia, y que hasta ahora hemos desatendido.
Hace un par de días me tocó ver llegar a un lugar público a un individuo joven proveniente del exterior, en paños menores, en absoluto estado de intoxicación. Gritaba, manoteaba, y corría en uno y otro sentido, como tratando de escapar de sus propios demonios interiores. Tras de él corría una mujer que aparentaba tener mayor edad; inicialmente pensé que trataba de contenerlo, pero para mi sorpresa sucedía todo lo contrario. Cuando ya los tuve lo suficientemente próximos para entender el farfullado diálogo entre ambos, él le suplicaba que lo dejara ir, que quería morir, en tanto ella se aferraba a él gritando con desesperación ?te amo, te amo y no te voy a dejar ir?. Una tercera figura, que resultaba patética, era el hijo adulto de la mujer, quien trataba con desesperación de zafarla del primero. El zafarrancho terminó con la pareja en el suelo, en un abrazo extremadamente violento, luego de lo cual los cuerpos de seguridad pública intervinieron...
Lo que les relato ocurrió la noche previa a celebrarse el Día Internacional por la Eliminación de la Violencia Contra las Mujeres y las Niñas, ello me llevó fortuitamente a considerar que, como el tango, la violencia de pareja es un juego de dos, y que uno manifiesta lo que el otro permite, favorece, o incita.
Si observamos por un buen rato a cualquier grupo de jóvenes de nivel secundaria o preparatoria, podemos detectar signos de violencia de género. Así recuerdo una tarde lluviosa, a una pareja de preparatorianos caminando, ella del lado de la acera. En el tramo que los tuve frente, fueron dos o tres los intentos de él por lanzarla a los charcos que se habían formado en las cunetas. Todo parecería un juego inocente, pero de hecho hay un fondo violento. De igual modo recuerdo otra pareja de jovencitos; caminando por la plaza, él la abraza, le planta un beso, y enseguida la pellizca con lo que parece ser bastante fuerza. Ella se defiende, manotea, se enoja por un momento; él muestra signos de arrepentimiento, nuevamente la abraza, la besa, y enseguida vuelve a pellizcarla...
Yo me pregunto si la liberación femenina de los ochenta, y la igualdad de género con que estrenamos milenio, no nos está llevando a las mujeres a imponernos una forma de castigo frente al sexo opuesto. Tal parece que esta libertad que aún no sabemos manejar, nos está llevando a expiar el pecado de aspirar a la equidad de género.
Y digo que no hemos aprendido a manejar esta libertad, pues, rotos los esquemas que nos mantenían rígidamente alejadas del sexo opuesto, la cercanía física con el hombre, ha llevado a la mujer a emprender iniciativas que fácilmente la vuelven vulnerable. Allí está la chica que se arrima al compañero de modo burdo, le pasa un brazo por la cintura, lo abraza, y prácticamente se le cuelga del cuello... El mensaje que él recibe, ¿será el de ?respétame?, o el de ?haz conmigo lo que quieras??
Como dice el dicho, para bailar tango se necesitan dos. Igual sucede en la violencia de pareja, quizás porque desde la niñez no se fomentó la autoestima. Pudiera ser el único patrón de relación que conoce; o tal vez siente la necesidad de redimir y cuidar a la pareja, en una co-dependencia tan poderosa como la dependencia misma.
Muy probablemente la violencia intrafamiliar va más en contra de la mujer, porque ella es la que asume el papel de protectora, cuidadora y perdonadora irremisa. Es capaz de tolerar la agresión, y rápidamente sucumbe a los gemidos de arrepentimiento de la pareja, después de que la ha agredido.
Para bailar tango se necesitan dos. Tiempo es de ir rompiendo círculos viciosos; nuestros hijos se merecen la mejor de las músicas.
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