A la memoria del Dr. Salvador Pérez Jiménez, el mejor compañero.
La vida del ser humano sobre el planeta es una paradoja constante. Arriba a este mundo traído por causas ajenas a su voluntad, pero una vez en él, toma el mando de su propia existencia para trascender en tiempo y espacio, más allá.
En el curso de la semana partió un apreciable médico, compañero de muchos años en el Hospital del Seguro Social en Piedras Negras. Partió como los privilegiados, en medio del sueño; lo hizo discretamente, sin aviso. En algún momento de su vida, había dispuesto que no se llevara a cabo ningún ritual cuando él muriera. Los compañeros de trabajo de alguna manera teníamos que despedirnos del compañero y amigo, por lo cual se organizó una ceremonia luctuosa en las instalaciones del propio hospital. Fue un acto sobrio, respetuoso, que reunió a una buena parte del personal de distintos turnos. El impresionante silencio colectivo fue acaso interrumpido por algún rezo, para volver a cernirse sobre nuestras cabezas.
Lo anterior dio pie a la presente reflexión. Ante aquel grupo traté de dilucidar qué nos había regalado en vida Salvador, de manera que todos, como uno solo, nos halláramos rindiendo un homenaje a su partida. Y por un momento me di cuenta que más que a su partida, en aquel momento rendíamos un homenaje a lo que fue su vida entre nosotros.
Entonces pude recordar su presencia: El saludo siempre amable; llamando a cada cual por su nombre. La actitud bien dispuesta, presta a ayudar en caso de necesidad. El trato de camaradería, pero muy respetuoso a la hora de trabajar con los demás. No lo puedo traer a la memoria haciendo grandes aspavientos, ni levantando la voz ruidosamente. No lo imagino en actitud de descollar por encima de los demás. Guardo de él su sencillez, el respeto hacia todos, grandes y pequeños; pobres o ricos, y su gesto gentil.
A partir de ello pudiéramos definir la trascendencia como la actitud de pasar por la vida tocando las vidas de otros de un modo positivo.
Haciendo que cada uno de ellos conserve un recuerdo grato de la persona, cuando llegue el fin biológico de la vida.
Trascender viene a constituir un modo de autoafirmarse, de trabajar por hacer el mundo un poco mejor con la propia presencia.
Dar un sentido más allá del momento a las palabras y a los actos propios; andar el camino ligero, con las sandalias desgastadas, pero dejando al pasar, huellas que otros podrán tener como guía.
Trascender equivale a vivir en armonía con el mundo que nos rodea; integrarse a éste como un engrane de la complicada maquinaria que es la vida. Nunca en actitud soberbia de sentirse el eje de todo, sino por el contrario, reconociendo la fortuna de ser parte de un todo cósmico.
Trascender es cumplir cabalmente con el deber que a cada cual corresponde. Poner el sentido de responsabilidad por encima de la comodidad, o de intereses ajenos. Considerar el trabajo como un compromiso sagrado al cual nos debemos.
Trascender es emprender una actitud positiva, saber disfrutar lo que se hace, y de este modo trabajar con gusto; no sentir la tarea como una carga, sino vivirla como un reto del cual se adquieren nuevas enseñanzas.
El materialismo histórico que nos ha tocado vivir llama mucho a la búsqueda de lo inmediato, haciendo ver lo verdaderamente trascendente como una pérdida de tiempo. Son épocas de comida rápida; de dinero fácil; de amistades efímeras; de proyectos al vapor?
Los valores últimos del ser humano parecen hallarse fuera de moda, y el individuo que se pone a trabajar con denuedo por lograr sus elevados propósitos, es visto como un extraño, dentro de una sociedad que se inclina definitivamente por lo esplendoroso, por el ruido y el escándalo.
Sin embargo, cuando hay que poner las cosas sobre la balanza, vemos que lo trascendente es lo que vale, y no deja de ser así. Pude verlo con claridad en torno a la figura de Salvador, el compañero que se nos fue sin pedir permiso. Su presencia siempre digna, seria y empeñosa, y finalmente el modo en que tocó la vida de cada uno de nosotros, es lo que nos reunió en torno a su partida aquella tarde.
Él ha entrado a una nueva dimensión; quedan en nosotros recuerdos gratos, y la ocasión de revisar cada uno la propia existencia. Habría que preguntarnos frente al espejo cuántas personas se hallarían reunidas, si yo fuera quien hubiera fallecido.