Wilma ha devastado la ciudad de Cancún. Las paradisíacas playas, los suntuosos atractivos del sitio costero más lujoso de toda la República, hoy lucen totalmente anegados. Nada en ese caldo de aguas turbias guarda parecido con el Cancún de las promociones exclusivas tipo gran turismo a la Riviera Maya, para las cuales algunas familias ahorrarían por espacio de uno o dos años.
En los últimos meses han venido ocurriendo fenómenos climatológicos que nos llevan a imaginar al planeta Tierra convulsionando. Surgen los profetas de la fatalidad para decir que el fin está cerca, y recitan a los cuatro vientos las sentencias del Apocalipsis. Los meteoros se han sucedido con particular fiereza en contra de las costas del Golfo y el Caribe; cuando ya pensamos que hemos visto lo peor, nuevos acontecimientos se presentan, como capítulos de una novela negra.
No podríamos negar que buena parte de estos meteoros han tenido que ver con la forma en que el hombre ha modificado el medio ambiente. Desde la minúscula contaminación del individuo que termina un producto alimentario y lanza al suelo el envase que lo contiene, hasta las grandes transnacionales que abiertamente han contaminado suelos, aires y mantos acuíferos, el cosmos resiente nuestras acciones irresponsables. Se percibe un desamor del ser humano hacia los elementos que lo rodean, cuestión en la que bien vale la pena detenernos por un momento.
Habría que preguntarnos a dónde se dirige la nave que todos timoneamos, y fundamentalmente, cuál es nuestro plan de navegación, si es que lo tenemos. Acaso estamos dejándonos llevar por el canto de las sirenas, avanzando en dirección equivocada, para terminar encallando. Volteamos en derredor y nos sorprende lo que percibimos. Las voces que van marcando el avance de la nave gritan hasta romper los tímpanos: Invitan al placer; a la actitud egoísta que no repara en daño a terceros; al afán de poseer a cualquier precio...
Se presentan fenómenos sociales bizarros, de página roja, que involucran a jovencitos de los estratos más encumbrados de nuestra sociedad. Lo que algunos calificarían irreflexivamente como travesuras de la juventud, deben de ser enfocadas bajo otra óptica, y comenzar a entender que son acciones que equivalen a la punta del iceberg, y que obligan a zambullirnos y tratar de entender qué hay debajo, puesto que todos somos causantes de ello. Porque traficar con droga; poner a circular billetes falsos, o asesinar a sangre fría, no son hechos que hablen de una sociedad sana.
En aquella zambullida de la punta a la base, es seguro que nos vamos a encontrar una fractura grave de la unidad familiar; que el concepto de grupo se ha transformado en cohabitación de egoísmos, y que los padres saben poco o nada acerca de las actividades en que se hallan involucrados sus hijos. Esa madre que trabaja fuera de casa y regresa al hogar cargada de culpa, y se torna complaciente. Ese padre que considera poco hombre involucrarse en las cosas de la casa, incluyendo los asuntos de sus hijos. Ese cabeza de familia que nunca tiene tiempo para dialogar con el adolescente, pero que en cuanto llama el amigo sale apresuradamente a la reunión con los amigos.
Habrá que revisar si no vamos rumbo a encallar cuando la principal compañera de nuestros hijos es la televisión, o en todo caso la computadora, sin supervisión alguna por parte de los padres. Habrá que dedicar media hora de cualquier tarde a recorrer los canales que ven nuestros niños, y contabilizar cuántos de ellos, en un momento dado, están transmitiendo escenas de sexo, violencia doméstica o asesinatos. Habrá que preguntarnos cuándo fue la última vez que salimos a una reunión familiar, o cuándo asistimos como padres al evento escolar, al encuentro deportivo, o al espectáculo familiar de la temporada.
...Para que luego no nos asuste lo que sucede a la vuelta de la esquina, en casa del vecino, o en el propio hogar. Resultados lógicos de la desintegración familiar donde los hijos quedan a la deriva, sin marco referencial para normar su conducta.
De muchas maneras la descomposición social nos viene tocando a todos, y acabando con la paz social. Es el equivalente al Wilma, pero en lugar de destruir edificaciones que vuelven a erigirse, está minando lo que más debería importarnos: nuestra propia familia. Y, a diferencia de Cancún, la reconstrucción interior de nuestros hijos nunca será total ni sencilla, ni podrá comprarse con todo el dinero del mundo.
Momento de revisar el plan de navegación. El iceberg está muy próximo a la nave que todos timoneamos.
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