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Contraluz / Y SERÉIS COMO DIOSES...

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

Pienso, luego existo.

Vivo, luego habré de morir.

La muerte puede sorprenderme como el ladrón, cuando menos la espere.

Tres principios tan simples y claros, aunque paradójicamente, no solemos asumirlos como una verdad personal, que tarde que temprano habrá de tocar nuestras propias vidas.

Muy distinto nuestro pensamiento del de los orientales, que visualizan vida y muerte como un continuo imparable, a cuyo ritmo hay que andar.

Difícilmente estamos preparados para admitir que podemos enfermar. Y mucho menos para aceptar que la vida, así de imperceptible como se inició, puede terminar en cualquier momento. Ya lo decía el filósofo, todos somos jóvenes para morir.

En este contexto, ser médico es lidiar diariamente con el reto de aliviar, y en su caso, preparar a la familia para lo que resulta inminente. Como pediatra he vivido situaciones en donde un niño nace con una enfermedad congénita mortal. Los mecanismos de defensa de los padres pueden ser tales, que se niegan a aceptar los hechos, y quieren hallar culpables.

Sé con certeza que es mucho mayor la carga emocional cuando el enfermo es un adulto del cual depende todo un núcleo familiar. La angustia que viven quienes rodean al enfermo, conduce a conductas altamente irracionales, que parten de la realidad que ellos perciben, y que no necesariamente coincide con lo que es.

En mi práctica personal no es infrecuente encontrarme sosteniendo un diálogo con uno o ambos padres de un bebé críticamente enfermo, más o menos así:

¿Sabe por qué tenemos en incubadora a su bebé?

No, no me dijeron nada, nomás se lo trajeron...

Su bebé está aquí porque nació prematuro.

Ah, bueno, eso sí me dijeron.

Y por la misma prematurez, está teniendo dificultades para respirar.

Sí, me dijeron que no alcanzaba a respirar...

Entonces, como es prematuro y no alcanza a respirar, se colocó en la incubadora, con oxígeno y suero. Y su bebé se reporta como grave...

Pero está bien, ¿verdad?

No, le estoy explicando que por su prematurez, y porque no alcanza a respirar, y necesita oxígeno y suero, está grave. Si estuviera todo bien, no lo tendría aquí en incubadora...

Bueno, pero está bien, ¿verdad?...

Alguna vez, que ahora recuerdo como anécdota, permanecí explicando lo mismo una y otra vez, al padre de un recién nacido. Finalmente, luego de veinte minutos ?cronometrados por mi enfermera sin que yo me percatase de ello- le pregunté al buen hombre si le quedaba alguna duda. Me dijo que no, y di gracias al cielo porque la paciencia no se me había agotado en todo ese tiempo. El señor salió, tomó el elevador, y fue con el director a quejarse de que nadie le había dado información de su bebé...

El juramento hipocrático es una forma honorable y bella de sellar nuestro compromiso con la sociedad, a partir del momento en que nos graduamos como médicos. Aunque fue escrito hace muchos siglos, sus principios siguen siendo vigentes. Lo leo una y otra vez, y en ningún momento encuentro que venga incluida la garantía de infalibilidad, o que nos hayan dotado de la capacidad para deshacer los daños que ya existen en los tejidos o los órganos para cuando nosotros nos hacemos cargo del paciente. La enfermedad algunas veces nos sorprende a todos como la liebre, apareciendo cuando menos la esperamos. Nadie quiere estar enfermo, pero el permanecer sanos no siempre es acción de la voluntad, o de la capacidad del médico. Mucho depende del tipo de enfermedad, como de factores de riesgo que ya existían para cuando ésta apareció.

Se nos exige hablar con la verdad, y muchas veces la verdad es dolorosa... Más doloroso es ver que el paciente o sus familiares, no contentos con la verdad que duele, pierdan tiempo, dinero y esperanzas, en la búsqueda de quien les diga lo que ellos quieren oír, o les prometa curas milagrosas.

En cuestión de procedimientos quirúrgicos, hasta la extracción de una muela implica riesgo. Ha habido casos bien documentados de reacción a un anestésico, en mínimas dosis, que llega a causar daños irreversibles o la muerte. No se puede establecer la negligencia médica cuando lo sucedido es a causa de eventos fortuitos, accidentales, o por factores de riesgo previos, que ya de por sí implicaban un peligro adicional. Lo que está más allá de nuestro personal proceder profesional, no puede ser sancionado como un delito culposo, apegados a derecho. No firmamos con la vida un pacto para actuar como dioses, simplemente para hacer lo que sabemos hacer, de la mejor manera.

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