Desconcierto, desazón, intranquilidad, nerviosismo, angustia, miedo, serían quizá los sentimientos más extendidos. Algunos, los menos, se dicen aliviados porque López Obrador, el “malvado populista”, ya fue removido. Pero ¿cuáles serán las consecuencias? Eso nadie lo tiene claro. Lo que en verdad impera en casi todos es una profunda confusión, confusión que desnuda la fragilidad de nuestro incipiente Estado de Derecho. Eufóricos por la elección de 2000 suponemos que las alternativas básicas ya fueron tomadas. ¿Será?
Lo primero son las contrahechuras de las percepciones. Ocho de cada diez mexicanos están en contra del desafuero. Sin embargo de allí la mitad considera que López Obrador sí infringió la Ley. Conclusión: que a él no se le siga proceso. ¿Por qué? De dientes para afuera todo mundo defiende al Estado de Derecho, salvo cuando las consecuencias son desagradables. Qué más da una excepción más. Esos mismos que no deseaban el desafuero, en su gran mayoría, casi el 70 por ciento, consideran que las declaraciones y acciones de AMLO en torno al desafuero sí generan inestabilidad y que los enfrentamientos entre Fox Y AMLO ponen en riesgo al país.
Uno de cada dos mexicanos no estaba interesado en el desafuero. Son los mismos mexicanos (44 por ciento) que consideran que AMLO es un buen ejemplo para los jóvenes. Los mismos ciudadanos que desde hace dos años afirman que López Obrador, el que sí violó la Ley pero no debe ser desaforado, es la mejor opción para 2006. A la par, le dan una alta aprobación al presidente Fox autor de la supuesta intriga. ¿Por fin? No querían que el desafuero procediera, pero 45 por ciento admite que el asunto fortalece a AMLO. La opinión pública está alterada y confundida. Para unos el desafuero es un gran avance, para otros el colapso.
El sonriente López Obrador que se presentó ante los legisladores desenvainó la espada y cortó cabezas a diestra y siniestra. Los diputados que se dicen “representantes populares” votarían “por consigna” y son parte de una gran “farsa”. Los jueces son encubridores de las decisiones de Los Pinos y actúan como meros empleados de Fox. Y, finalmente, los Fox como los responsables del sainete. López Obrador no reconoció a ninguno de los tres poderes establecidos, vamos ni siquiera a los legisladores que arribaron al poder en el mismo proceso electoral que él. Pero entonces, si AMLO sabía de esta conjura ¿por qué no fue solventando los requerimientos judiciales para así no tener ningún expediente crítico? Como Al Capone, me decía un amigo, andaban tras la presa y ésta se descuidó.
Supongamos sin conceder que la tesis de AMLO sea verídica, que los poderes reales de México decidieron hacer todo lo posible para evitar que AMLO llegue a la boleta de 2006. La primera pregunta sería si en su obsesión persecutoria han incurrido en alguna ilegalidad. De ser así el reclamo no debe esperar. La mejor defensa de AMLO está precisamente en la debilidad jurídica de la controversia. Por más que desprecie la Ley, él sabe que su defensa tiene todavía muchas posibilidades. Pero entonces, ¿por qué no acude a ella de manera consistente? ¿Por qué rechazar el amparo y la fianza? Si se trata de ganar en 2006 él debe ser el primero en querer sortear los obstáculos, naturales o impuestos. Pero quizá el punto más delicado radique en el por qué de la supuesta confabulación.
¿Qué ha hecho López Obrador como para convocar a una reacción así? ¿Por qué provoca tanto miedo en ciertos sectores del poder? La respuesta de un rechazo a la izquierda no se sostiene, no después de que en la elección de 1997 el PRD logró obtener casi el 30 por ciento del total y hoy gobierna cinco entidades. Pero ¿de qué izquierda estamos hablando? Al principio de su gestión López Obrador matizó sus lances justicieros. Lo hizo de manera muy astuta al grado de que incluso hubo un buen grupo de empresarios que corrieron la idea de que quizá AMLO era una buena opción para sacar adelante reformas que desde la derecha serían difíciles. Era la teoría del Lula mexicano. Pero parecería que AMLO ha tomado la decisión de convertirse en algo distinto, alguien que se aleja de la inevitable domesticación que provocan las reglas democráticas: quiere ser líder social, quiere ir más allá del papel de la oposición leal. Allí están sus discursos.
De entrada los calificativos: saqueadores, “cacos”, para referirse a todos los que se oponen a su “proyecto”. Después va al uso de la expresión “voluntad popular”, en interpretación libre y que se opone a todo, a la propia legalidad. El asunto “apenas comienza” y los objetivos son la “regeneración”, la “renovación tajante” y finalmente la “purificación” de la vida pública”. El “gran movimiento transformador” deberá ser capaz de crear “una nueva legalidad, una nueva economía, una nueva política y una nueva convivencia social con menos desigualdad y más justicia y dignidad”. Lo existente es hediondo y nadie se salva, ninguno de los tres poderes. La salida, un gran movimiento con él al centro que instaure un nuevo México. Vamos, una nueva revolución.
El discurso de AMLO trascendió por el llamado a conservar siempre la vía pacifica y alejarse de provocaciones. Bien por ello. Pero visto con distancia ese día se convocó a la constitución de un movimiento social paralelo al PRD cuya dirección será “la única que marque el rumbo, el ritmo y la profundidad de la defensa de la voluntad popular y de la libertad de elección”. Se puede estar de acuerdo o no con la necesidad de un “nuevo México” en todos los ámbitos. López Obrador está en todo su derecho de radicalizar su discurso y en buscar un nuevo perfil como líder social y ya no como aspirante. Pero la pregunta que no puede evadir es si acepta las reglas del juego democrático de 2006. Si las rechaza por considerarlas parte del México hediondo que pintó en la Cámara, se entenderá que puede impugnarlas desde fuera. Pero si su partido en los hechos las acepta al buscar las curules, las senadurías y la propia presidencia, sería desleal ir al descrédito institucional como arma política.
Lo deseable para el país es que López Obrador esté en la boleta de 2006. En nada beneficiará a México el rumor de que los Fox y una pandilla de temerosos urdieron todo esto para eliminar a AMLO. O, peor aún, que en México todavía se persigue a la izquierda. Pero entonces AMLO está obligado a hacer uso de todos los recursos, para comenzar el amparo, con lo cual podría ser registrado como candidato. Lo que no se vale es coquetear con el cerro, con la subversión que supone una “nueva legalidad”, jugar adentro con los dineros públicos y después no reconocer a ninguno de los poderes. ¿De qué lado quiere estar, ser un candidato inevitablemente domesticado o un líder de la nueva revolución?