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'Crea' Sideways una tradición

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NUEVA YORK, EU.- La fiebre de Entre Copas (Sideways) se ha desatado en los viñedos de Santa Bárbara, donde los protagonistas del cuarto largometraje de Alexander Payne se embarcan en un viaje por carretera para recorrer las bodegas del valle californiano de Santa Ynez con la excusa de apurar los últimos días de soltero de Jack (Thomas Haden Church), mientras Miles (Paul Giamatti), traumatizado por su divorcio y obsesionado con el vino, va en busca del caldo perfecto.

Como ya ocurrió con Lost in Translation en Tokio, Entre Copas se ha convertido en una cinta de culto y sus escenarios, en el "lugar donde hay que ir" cada fin de semana.

Y como en la película de Sofía Coppola, con una ruta diseñada por la oficina de turismo de la capital japonesa y paquetes de Perdidos en Tokio (Lost in...) en el hotel Hyatt, el largo de Payne es la razón de ser del mapa lanzado por las autoridades turísticas de Santa Bárbara, con 18 localizaciones del filme, incluyendo bodegas y restaurantes, que se puede descargar en la página http://www2.foxsearchlight.com/sideways.

Pero es que además en el caso de Entre Copas resulta que sus fans se han aprendido las frases más impactantes del guión, y las repiten religiosamente cuando visitan el valle.

"Si alguien más pide otro Merlot, me voy. Yo no bebo ningún Merlot", dicen, emulando la aversión del protagonista por la variedad de uva más popular de la región.

Con cinco nominaciones al Oscar, entre ellas Mejor Película y Mejor Director, es la historia de moda entre los estadounidenses que pasan de los 30, recreando sus escenas como una versión madura del fenómeno The Rocky Horror Picture Show (1975), cuyos seguidores hablaban y vestían como los personajes del musical.

Entre Copas, atrae a un nuevo público a Santa Bárbara, el tercer valle vinícola californiano junto a Napa y Sonoma, y hasta rivaliza con su más famoso vecino, Michael Jackson.

Una de las estrellas en esta ruta es el restaurante Hitching Post, donde la venta de Pinot Noir (adorado por Miles) se ha multiplicado tanto como la lista de espera. Sobre todo desde finales de enero, cuando la Academia de Hollywood anunció las candidaturas.

"Nuestro bar solía ser un lugar tranquilo. Ahora la gente llama a sus amigos de la costa este desde aquí y les pregunta ¿adivina dónde estoy?", cuenta Frank Ostini, dueño del Hitching Post, abrumado por el éxito del local.

Los residentes de este apacible valle llevan la fama como pueden, aunque han tenido que renunciar a algunas costumbres como conducir por la autopista 101 los domingos por la tarde. No están por la labor de sufrir los atascos provocados por Entre Copas. Otros, como los fundadores de la bodega Kalyra Winery, aprovechan el tirón vendiendo camisetas con el logo del filme: una botella de vino. Y hay quien ha montado su boda como un capítulo de la película, con paseo entre barriles incluido.

Sin embargo, en un país tan mitómano como moralista, muchos se preguntan si la cinta no estará demasiado cargado de alcohol, lanzando un mensaje erróneo a los espectadores.

Varios terapeutas estadounidenses cuentan lo difícil que es superar un problema de alcoholismo para los bebedores de vino, mucho más aceptado socialmente que el whiskey o el vodka.

"Miles le roba a su madre y bebe mientras conduce. Esta falta de control puede que no lo convierta en un adicto, pero sí en alguien que abusa del alcohol. Y todo bajo la maravillosa apariencia de una bebida social y sofisticada como el vino", afirma Stephan González, coordinador de un programa para alchólicos en Santa Bárbara.

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